POLéMICAS
Gracias, Cristina
La semana pasada, después de la primera emisión del programa No Matarás (Canal 13, miércoles 23 hs.), Radar publicó una opinión firmada por Marta Dillon en la que se cuestionaba el modo en que se contaba la historia de una mujer presa por matar a su ex marido, bajo el título “La pasión según Cristina”, como si se tratara de un amor apasionado que por eso mismo terminó en homicidio y no una historia de violencia intrafamiliar. Lo que sigue es la respuesta de María Laura Santillán, quien ideó y conduce el programa.
Por María Laura Santillán
Resulta extraño tener que salir a responder algo que se publica en Radar. Marta Dillon es libre de escribir lo que quiera sobre un programa de televisión, aunque sea innecesario aclararlo. Pero, nobleza obliga, creo que hay algo que no se puede dejar pasar.
La semana pasada, en un artículo firmado por la señora Dillon opinando sobre “No Matarás” aparecieron una serie de errores conceptuales y prejuicios dignos de los que se espantan por “el zurdaje y los Zaffaronis que copan el país”.
Más allá de los errores que tenga el programa, que los tiene seguramente, más allá de que a la señora Dillon le guste o no –más bien no–, vale la pena aclarar que no se trata de un programa de investigación, detalle que parece habérsele pasado por alto. Y no es menor.
Ya en 1994, cuando hice “Justicia para todos” –el programa que transmitió y compiló los primeros juicios orales– fui testigo de la liberación de una mujer que había asesinado a su marido. Víctima de un hombre golpeador, la Justicia consideró que debía estar libre.
Allí, en el programa, estaban desmenuzadas las razones demoledoras del porqué de esa decisión de la Justicia.
Ahora “No Matarás”, 9 años después, es un programa que muestra los testimonios de hombres y mujeres que mataron a una persona a la que dicen haber amado. No investiga el caso ni el accionar de la Justicia. Escucha únicamente la versión de quien mató. Y eso, probablemente, resulte perturbador.
En la primera emisión presentamos a Cristina. Lo que se vio fue el crudo relato de una mujer que –después de describir la violencia de su marido contra ella– detalla cómo lo mata.
Un relato creíble, sin dudas. Pero lo creíble no es necesariamente la verdad. Es el testimonio de una de las partes. El otro, el ex represor, está muerto, para alivio de Cristina y tristeza de su madre que sí está viva y tiene la guarda de los dos hijos de Cristina.
Aunque no lo haya escrito, estoy casi segura de que la señora Dillon se preguntó por qué ese represor estaba suelto. Y aunque tampoco lo escribió, seguramente entrará en su pensamiento la bomba de tiempo escondida en nuestra sociedad: ¿cuántas mujeres habrá en este momento que son víctimas de ex represores? Seguramente la falta de espacio –que es tirano en los diarios– no le permitió tampoco preguntarse (como sí lo hizo Cristina) qué sucederá con los hijos sanguíneos de los ex represores.
La pasión de Cristina que tanto molesta a la señora Dillon parece provocarle lo mismo: ceguera. Y de tal manera que su prejuicio por la televisión y por quienes trabajamos en ella queda lo suficientemente expuesto como para tapar la verdad.
La patología de Cristina quedó claramente expuesta. La violencia de su marido hacia ella y hacia sus hijos fue minuciosamente descripta por ella en el resto del programa. Tanto que no faltaron los que lo tildaron de apologético. (Los de los Zaffaronis, sí.)
Gracias a Cristina, miles de mujeres que no mataron ni se animan siquiera a pensar en hacerlo se sintieron reflejadas y comprendidas. Muchas pudieron reflexionar y darse cuenta de que hay otras salidas. Gracias a Cristina, muchas de esas mujeres se animaron a levantar el teléfono y pedir ayuda.
Gracias a Cristina, la violencia familiar ha vuelto a ser un tema para aquellos que enarbolan banderas con la misma velocidad que las arrían.
Por eso yo le digo gracias a Cristina.