ENTREVISTA Claudio Gabis es una leyenda del rock argentino: fundador de Manal, integrante de La Pesada del Rock’n Roll, rockero y blusero en primer lugar, pero apasionado de la música en general, lejos de todo purismo. Y también lejos de vivir de nostalgias del pasado: su presente como músico que vive en Madrid lo encuentra en un buen momento como compositor y profesional. En charla con Radar, Gabis recuerda los años ‘60 en Buenos Aires, el amanecer del rock del que fue parte, los años tocando para Ney Matogrosso durante su exilio y la novela autobiográfica que está escribiendo sin apuro.
› Por Sergio Marchi
Bob Dylan aseguró que “el futuro es una cosa del pasado”, y seguramente tenía razón. Esa antigua creencia de que el futuro está más adelante en la ruta, se va viendo dinamitada a medida que avanzamos por el apocalipsis cotidiano con cara de “¿seguro que es por aquí?”. Los pueblos que no aprenden de su pasado están condenados a repetirlo, de acuerdo, pero... ¿el rock también? ¿Cómo nos deshacemos de ese mantra/mandato del querido Spinetta que nos dice que “mañana es mejor”? Quizás haya que reconfigurarlo y pensar que el mañana será mejor si aprendimos algo de lo que antes sucedió; que no por simplemente pasar a través del tiempo se llegará a un mañana esplendoroso. El rock tiene algo de conservador, y también de miope: mira al pasado, pero su mirada se estanca en los ’80, como si antes de la democracia el rock fuera tan sólo una superstición de pueblo.
Claudio Gabis fue un guitarrista pionero por haber sido parte de Manal, pero no vive del pasado. Pasó por Buenos Aires tocando como solista, recorriendo el interior, dando algunas clases, y participando de los festejos por los 150 años del Colegio Nacional de Buenos Aires, del que fue alumno, lo que lo llevó a tocar en el mismo colegio y también en el Teatro Colón. Más que una revisitación de Manal, cada visita de Claudio Gabis activa ciertos sensores y su presencia nuclea a diferentes músicos de distintas épocas y extracciones en el marco de una “convocatoria” sin nostalgia tanguera, pero sin olvido de lo que se hizo. “Toco mejor rock y blues que jazz –explica–. Con el jazz me defiendo, no brillo. Para los rockeros yo soy un jazzero, para los jazzeros soy un blusero, y para los bluseros soy un rockero. No soy un purista, entonces toco lo que se me ocurre y tengo muchas influencias. Porque siempre me gustó el rock, el jazz, el blues, me gustó la música experimental, John Cage, la música clásica; aprendí la música brasileña, bebí el tango y el folklore en la casa paterna. Yo junto eso sin ningún tipo de complejo, y siento esa misma inquietud o esa misma amplitud, fue lo que me condujo a una investigación personal de las cosas.”
Pero regresemos al colegio, a ver si aprendemos algo. Gabis es producto de otra Argentina y otra cultura. Y eso tiene que ver con el Nacional de Buenos Aires, del que lejos de tener un recuerdo idílico, contempla con amorosa distancia. “Es un colegio donde yo la pasé como el orto, pero donde también aprendí muchísimas cosas. Llego ahí básicamente por mis viejos, que quieren que vaya al colegio, que me eduque como ellos quieren que me eduque. Pero del Buenos Aires salen no sólo presidentes y eminencias sino también grupos armados, cuadros políticos, artistas. Todos los Mandioca eran del Buenos Aires. Yo creo que fui uno de los pocos músicos de rock.”
La Buenos Aires dorada de los años ’60 recibió al joven Gabis con un caldero de cultura a disposición, aunque la oferta musical estuviera limitadísima. Tal vez por eso bautizó a su primer grupo, con Emilio Kauderer, como Bubblin’ Awe (“Asombro Burbujeante”). La cosa bullía, y en 1967 se fue con sus padres a Estados Unidos, situación que aprovechó para comprarse una colección de 60 discos que en la tan “cultural Buenos Aires”, no se conseguían. Eso le granjeó varios nuevos amigos, entre los que estaban Los Abuelos de la Nada originales, los que serían sus compañeros en Manal, y un pibito de un barrio cercano: Norberto Napolitano. Pero Gabis, egresado del Nacional de Buenos Aires al fin, era distinto a todos ellos y, con la perspectiva de la historia a nuestro favor, se puede observar que el destino lo ubicó justo en el medio de la primera y la segunda generación de rockeros vernáculos. Era un poquito más chico que los rockeros que iban al centro, un año mayor que Pappo, y más grande que Charly, León Gieco y Nito Mestre, por citar sólo algunos nombres. Y además tenía la cuota justa de calle, pero también de academia. Eso le permitió ser un poderoso articulador del ambiente musical en la década posterior, cuando Manal se había separado junto con Almendra y Los Gatos, proyectando un cono de sombras sobre el rock naciente.
En los tempranos años ’70, por Buenos Aires circulaba –en grabadores a teclas que reproducían precarios casetes– una canción reventada que gozó de módica fama entre los rockeros de la época por dos razones. En primer lugar, su lenguaje desaforado, al límite de la infracción, mordiendo la banquina y con una consigna clara: “Yo quiero abrirme los sesos”. En segundo término, años después de su edición original en 1972 en el primer disco solista de su autor, Claudio Gabis y La Pesada del Rock’n’Roll, la canción apareció en un compilado del sello Talent llamado simplemente Rock, que circulaba muchísimo en el Parque Rivadavia y costaba poco dinero por su título anodino y su tapa gris con diseño desganado. Justamente por eso resultaba una buena manera, para los que investigaban qué era esto del rock argentino, de hacerse de un poco de material suelto. Caramelos sueltos.
El “Boogie de Claudio”, tal el tema, tenía además una remembranza de otra página, cuyo autor se desconoce: “Jesucristo es falopero”, que fue usufructuado en años posteriores por La Renga, Los Gardelitos y otros grupos. Todo eso hace del “Boogie de Claudio” una especie de clásico no reconocido dentro del santoral oficial del rock nacional. El “Boogie de Claudio” tuvo una versión renovada en manos de Gabis para su álbum Convocatoria, cantada por Andrés Calamaro. Gabis mismo informa hoy que “los discos de La Pesada se reeditan permanentemente; han sobrevivido y siguen brindándome satisfacciones. Para algunos son temas atemporales, y para otros representativos en una época. El ‘Boogie de Claudio’ lo canté yo que no soy cantante, porque llegué afónico al estudio. Y estos supuestos amigos míos, Billy Bond, Alejandro Medina, Jorge Pinchevsky, dijeron que tenía que cantarlo yo porque ese día tenía voz de negro. Ahora me parece gracioso”.
Nos venimos a enterar de que el “Boogie de Claudio” no era un tema de reviente: “Yo sentía que tenía una limitación mental que me impedía no entender el Big Bang del Universo sino cosas mucho más elementales. Entre los estados alterados de esa época y las propias limitaciones que uno tiene, eso es comprensible, pero yo me sentía absolutamente limitado. Había leído que usamos menos del 10 por ciento de nuestra capacidad mental, y me creía limitado por lo que me decían que eran las cosas en general, la interpretación oficial del Universo. Entonces yo sentía eso de querer ‘abrirme los sesos’: estaba haciendo un enorme esfuerzo para comprender un poco más. Me sentía muy estúpido. Y la canción reflejaba ese sentimiento”.
En 1972 estaba todo por probarse dentro del rock: sin las bandas grandes (ya disueltas) y con las nuevas recién en etapa de germinación, sólo quedaba la locura de La Pesada del Rock’n’Roll, y la inestabilidad de Pappo’s Blues, junto con los sorprendentes Vox Dei, que con La Biblia habían abierto un juego hacia terra incognita. “La Pesada se convierte en ese eslabón que ayuda a unir la primera etapa del rock con todo lo que viene después. Eslabón imponderable en juzgar si salva o no salva al rock. Cuando aparece La Pesada, se separan todas las bandas y se produce un bajón: la gente no va tanto a los recitales, la situación es incierta para el rock. El rock no estaba suficientemente cristalizado como para que una cosa que había prendido tuviera seguridad: podía desaparecer. Todos lo vivíamos así. La Pesada hace una labor de darles trabajo y nuclear a los músicos, salen los discos grupales y solistas, y finalmente el grupo alcanza una formación estable que es la última que tuvo: Pinchevsky, Kubero, yo, Billy, Isa Portugheis y Medina. En ese pequeño team hay nucleada una pequeña cantidad de talento que le sirve a la gente nueva que aparece, porque es un buen equipo para grabar. Por otro lado, el sello que hereda la singularidad de Mandioca es Talent.”
Y en Talent graba la nueva generación: Raúl Porchetto, David Lebon y Sui Generis, más Tanguito, Pescado Rabioso y Aquelarre, reformulaciones de la anterior. “A mí, como buen burgués de Caballito, me ponen a trabajar con Charly, con la esperanza de que nos entendiéramos como pares.” Y de ese entendimiento surgieron las bases de Vida. Gabis fue el único que sacó dos álbumes con La Pesada (1972 y 1974), y el que –por apertura mental– podía entender lo nuevo. “Tenía la convicción de que venía una nueva generación que no había estado con nosotros en una primera etapa. Había una diversificación estilística, la música no era tan dura ni tan psicodélica; era algo que tenía otro tipo de estética, más suave; una temática diferente. Veo que la cosa toma otro rumbo y que iba a tener éxito. Porque tenía que ver con un gusto del público que era mucho más ecléctico, no pesado, y que a partir de ese momento se polariza muy claramente: Pappo y Vox Dei atraen a un tipo de público; y aparece un nuevo público, que es el de Charly, Nito, Porchetto y León. Que es un tipo de música menos pesada, menos afro, más conectada con la canción argentina y la idiosincrasia de siempre (también muy bien representada por Pappo o Vox Dei), pero lo que abre Sui Generis es el camino de la canción argentina cercana al rock. Que no solamente prende en el gusto musical sino que también permite que aparezca cierto tipo de personajes, que son los divos de nuestro rock, absolutamente originales y propios. No hay un Charly, ni un Fito o un personaje como ellos fuera de la Argentina: son productos de acá.”
La desaparición de un amigo le pone un alerta temprano y, a fines de 1973, Gabis se exilia en Brasil, donde termina como guitarrista de un nuevo solista de aquel tiempo: Ney Matogrosso. Dos años más tarde, cuando concluye esa experiencia (porque Gabis inicia un “conato revolucionario sindical” entre los músicos de Ney), viaja a Berklee a estudiar para poder ser un mejor profesional. Después vuelve para la reunión de Manal en 1980 y finalmente se radica en Madrid (donde continúa residiendo), y profundiza su perfil docente, sin descuidar al intérprete, al músico profesional o al compositor. Se convierte en autor con un libro de teoría musical: Armonía funcional. Y promete una novela para dentro de un tiempo. “La voy escribiendo con la rapidez que me dejan las cosas. No tengo apuro. Es novelada; siguiendo el consejo de Onetti: hay que mentir un poquito. Es autobiográfica. El pasaje del tiempo permite una relectura de lo que uno ha escrito.” Y no lo dice, pero Gabis también relee lo que ha vivido.
“Una de las cosas que me ha ayudado es que siempre me interesó la música. Mi pasión por ella siempre me centró un poco y entonces nunca me importó más el reviente que la música. Nunca me importó más la guita que la música, ¡ojalá me hubiera importado más! Cuando encontré la música, me encontré verdaderamente con mi vocación. Quería dedicarme a tocar y ser respetado por tocar bien. Por eso, cuando conocí a Tanguito, nunca pude llegar a respetarlo porque lo conocí desde una perspectiva musical, y me encontré con un tipo al que no le importaba el tempo, desafinaba, y le gustaba más el reviente que la música. Yo también era demasiado careta, pero ése era mi parámetro. Con el tiempo me he vuelto más comprensivo y puedo entender que Tanguito era encantador, que no estudió, pero que tenía talento. Y digo: qué pena que no estudió o que no tuviera más oído.”
“No tengo un conocimiento muy grande de lo que se hace aquí. Tengo en claro que hay músicos maravillosos, y en todo el país se toca blues muy bien, lo cual es asombroso. El panorama del rock no sé cuál es. Lo que sé es que en la música popular argentina de hoy hay una influencia excesiva de la cumbia, y de un montón de músicas que no me gustan nada. Hay un exceso del lenguaje más vulgar y una exaltación de una vulgaridad sensual, o de un sensualismo berreta, que tampoco me gusta. Quiero suponer que hay un montón de gente que hace otras cosas. Que hay cierto nivel de calidad y cierto espíritu creativo que sigue presente. Pero convengamos que la Argentina no está exenta del resto del mundo, donde ha vuelto la música más comercial y mediocre.”
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