VOLVER AL PASADO
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Peabody es un perro sabio y Sherman es un niño al que adopta. Juntos protagonizan Las aventuras de Peabody & Sherman, en donde viajan al pasado para que la historia sea tal como la conocemos. Pero la verdadera hazaña de esta película dirigida por Rob Minkoff, uno de los responsables de El Rey León, es honrar finalmente como corresponde el trabajo de Jay Ward y Bill Scott, olvidados genios de la animación televisiva de los años ’50.
› Por Mariano Kairuz
“Si un niño puede adoptar un perro, no veo por qué razón un perro no va a poder adoptar un niño”, dice el juez, apelando a un particular sentido común, en un momento de Las aventuras de Peabody & Sherman, la divertida e irredimiblemente bizarra adaptación para cine de una de las mayores creaciones de Jay Ward y Bill Scott, sobre un perro genio y su niño que viajan por el tiempo.
Los personajes de Ward y Scott ya habían llegado al cine antes, con suerte diversa. Se habían filmado, con actores, George de la Selva y Dudley Do-Right, conocido originalmente en castellano como Dudley Bueno, agente de la policía montada. La de George era una comedia simpática de vocación indudablemente infantil, entretenida y absurda; la de Dudley Do-Right, más anodina, pasó sin pena ni gloria. Pero la verdadera decepción para quienes creían que era hora de que los extraordinarios personajes de Ward se actualizaran para una nueva generación, fue Rocky & Bullwinkle, una superproducción que hacía interactuar a sus protagonistas dibujados, una ardilla voladora y un alce, con René Russo y Robert De Niro como los espías rusos Natasha y Boris, que terminó siendo un sonoro fracaso que dejó muchos proyectos archivados.
Entre estos proyectos se encontraban adaptaciones posibles de cada uno de los segmentos incluidos en la media hora de Rocky y Bullwinkle, como Peabody’s Improbable History (El señor Peabody y lo improbable de la historia, como se lo conoció acá), 91 episodios de 4 minutos y medio protagonizados por este can de intelecto superior (Mr. Peabody) y su pequeño hijo humano (Sherman), que viajaban a través de una máquina diseñada por el primero a visitar grandes momentos (y a grandes personajes) de la historia.
La idea de resucitar los dibujos de Ward (que murió en 1989, a los 69 años) tenía potencial: el cable los tiene algo olvidados, pero en su momento fueron producciones de vanguardia. Uno de sus mejores segmentos era “Cuentos de hadas fracturados”, fábulas clásicas reformuladas en clave paródica, cuarenta años antes de Shrek. Para varias generaciones, Rocky, Bullwinkle y todos sus personajes “invitados” evocan el grato recuerdo de uno de los primeros dibujos animados destinados casi por igual para chicos y –a través de sus, a veces, sofisticados chistes verbales– adultos. No era algo común a fines de los ’50.
“Somos los únicos dos animadores del mundo que no hemos trabajado para Walt Disney”, explicó Scott en un reportaje publicado por la revista Variety en 1961. “Nuestros programas son diferentes del Pato Donald y Pluto en dos aspectos importantes. Disney trabajó veinte años para conseguir que la animación se viera lo más realista posible, y cuanto más se acercó al realismo, más tontos se pusieron sus programas. Nosotros creemos que la animación tiene que dar un paso más allá de la realidad. Si tenés una película que se puede hacer con actores de carne y hueso, mejor usá actores de carne y hueso. Nosotros usamos la animación para vender una historia, Disney usa las historias para vender animación.”
Dicho lo cual, cabe señalar que, casi catorce años después del fracaso del film con De Niro, es Rob Minkoff, un director que tuvo su mayor éxito en Disney (El Rey León), quien consiguió finalmente llevar a Peabody al cine, con producción de Dreamworks. Como muchas de las grandes series y películas sobre viajes en el tiempo (Volver al futuro, Terminator), Peabody trata inevitablemente sobre la paradoja del viaje, la posibilidad y hasta la necesidad de intervenir en la historia, modificándola. Según consigna Keith Scott en su libro The Moose that Roared, para Ward la gracia de “Peabody’s Improbable History” provenía fundamentalmente del hecho de que todas estas figuras históricas con las que se encontraban los protagonistas resultaban ser unos auténticos tarados: “Si Peabody y Sherman no hubieran viajado en el tiempo, Leonardo Da Vinci no hubiera pintado la Mona Lisa, ya que Mona hubiera tenido un dolor de dientes enorme y no hubiera podido producir su inescrutable sonrisa”. La idea de que el perro sea el padre y tutor del niño provenía de una observación sobre el carácter exigente y el aire de superioridad de los gatos que hizo el animador Ted Key, colaborador de Ward y Scott, pero lo cierto es que se corresponde con la lógica progresivamente despatarrada del programa, en el que Peabody –como, digamos, Terminator– modifica la historia para, sencillamente, producirla.
A medida que la serie avanzó, cuenta Scott, los guiones se fueron poniendo más salvajes y libres, “veloces, frenéticos”, a niveles dignos de los Monty Python: “Los escribíamos para divertirnos a no-sotros mismos”, decía Hayward, que simplemente miraba una lista de personajes históricos y elegía uno para empezar. La cantidad de personajes que pasó por allí fue sorprendente: Napoleón pierde sus tiradores y en consecuencia no puede empuñar su sable para comandar a sus tropas; saboteado, Colón queda a punto de descubrir Africa en lugar de América; Nerón odia el fuego y sólo quiere aprender a tocar el violín; Beethoven se rehúsa a componer su “Claro de luna” porque sólo quiere dedicarse a la cocina; Poe no puede escribir cuentos de terror porque no le tiene miedo a nada. El crítico Leonard Maltin consideraba que no era del todo imposible que los chicos aprendieran algo de historia viendo esta serie. La premisa de Ward y Scott era en todo caso no subestimar a su público menor de edad, y escribir lo que a ellos les hubiera gustado que otros escribieran para ellos, y luego simplemente confiar en sus espectadores.
Es una buena noticia que Las aventuras de Peabody y Sherman –que llega a los cines argentinos este jueves que viene, con sus paradojas, su visita a Da Vinci, el antiguo Egipto y el caótico interior del caballo de Troya– haya finalmente salido bien. Mejor aún será que le vaya bien y entusiasme a unos cuantos, grandes y chicos, para salir en busca de aquellos increíbles cortos originales que 55 años después siguen siendo mejores que buena parte de lo que produce la sobreabundante animación televisiva.