Dom 06.04.2014
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MONDO BIZARRO

ENTREVISTA Se hizo famoso en el circuito del cine clase Z con una película que hoy es un verdadero clásico, Basket case, de 1982, que no sólo era una sorprendente asquerosidad con monstruo voraz, sino un oblicuo retrato de la Nueva York de la era pre Giuliani, peligrosa y ultraurbana. A partir de entonces, creció su condición de realizador de culto con películas como Brain Damage o Frankenhooker, que aquí circularon apenas en remotos VHS. De visita en Buenos Aires, Frank Henenlotter conversó con Radar sobre su decisión de mantenerse al margen de la industria, cómo seguir trabajando con bajísimo presupuesto y por qué ya no va al cine y prefiere seguir viendo todas esas viejas películas que lo maleducaron para siempre.

› Por Mariano Kairuz

Hay un chico que se instala en un hotel de mala muerte llevando poco más que su misterioso canasto. En el canasto transporta a su malogrado hermano siamés, una masa deforme con vida propia y con un hambre –de carne y de sexo– voraz. Hay otro muchacho que desarrolla una relación intensa con una criatura de origen desconocido, de voz de locutor profesional y una morfología explícitamente fálica. La criatura se instala como un parásito en la nuca del muchacho, y le ofrece y ordena: “A partir de ahora no te preocupes por nada. Yo voy a pensar por ambos”.

Hay también una chica, una ninfómana con siete clítoris insaciables y cierto instinto artístico, que suele levantarse chicos por ahí, mantener relaciones con ellos y ocasionalmente asesinarlos a golpes mientras alcanza su orgasmo. La chica tiene una bizarra condición ligada a su voracidad sexual: cada uno de sus coitos resulta en un embarazo que da a luz a un bebé “sin terminar” a las dos horas de concebido. Madre desamorada, tiende a desechar a sus hijos –fetos bastante formados, que chillan y se quejan–, donde sea que los pare: una bañadera, un callejón, un tacho de basura.

Y hay, también, un científico loco que reúne las piezas de su novia desmembrada en un bizarro accidente. El problema es que para completarla utiliza partes de prostitutas asesinadas, con consecuencias que ni siquiera quienes hayan visto alguno de esos clásicos de transplante de miembros de donantes maléficos podrán prever.

Todo eso hay, y bastante más –material de lo más tremebundo y asqueroso– en las películas de Frank Henenlotter, algo así como la carta secreta del cine estadounidense clase Z, que este año desembarca en el Bafici con una retrospectiva completa de su filmografía. Esto es, con títulos como Basket Case 1, 2 y 3 (la del siamés caníbal en la canasta), como Brain Damage (la del falo parásito), como Bad Biology (la de la ninfómana y madre fugaz y serial) y Frankenhooker (la “franken-prostituta”), además de los documentales Herschell Gordon Lewis: the Godfather of Gore –una oda al realizador de algunas de las películas más salvajes y de culto del cine norteamericano, como 2000 maníacos– y el más reciente, prácticamente inédito a nivel mundial, That’s Sexploitation!, una historia de la representación del sexo en el cine estadounidense, sus pruritos y su censura.

Todo esto hay. Y además, en casi todas sus películas pero especialmente en las primeras, hay un retrato de la Nueva York nocturna, callejera, sórdida y algo peligrosa de principios de los ’80, de la era pre Giuliani, que sirve de escenografía y adecuado contexto a sus deformidades, anclando a sus imposibles criaturas en un mundo de lo más real. Esa Nueva York oscura y vital es la que aparece en la ópera prima de Henenlotter, Basket Case, que filmó en 1981 por 35 mil dólares, avanzando de manera errante, algunos fines de semana, cuando él y su socio y productor conseguían juntar algo más de dinero para seguir adelante. “Es la Nueva York en la crecí y la que amo, una ciudad que ya no existe más”, le cuenta Henenlotter a Radar por teléfono desde su departamento neoyorquino, apenas unos días antes de partir hacia acá, donde visitará las salas del Bafici para presentar a sus criaturas impresentables, y también para mantener una charla pública con Axel Kuschevatzky el próximo jueves 10 a las 19 en Proa. “Desde chico fui todo el tiempo a los cines de la zona de Times Square, de la calle 42. En los años ’70 y los ’80 esa zona de la ciudad asustaba a la gente, esas calles eran básicamente un cine atrás de otro y atrás de otro, y después un local porno atrás de otro atrás de otro. Así que la gente ‘decente’ se mantenía apartada del lugar, pero los locos fanáticos del cine como yo lo amábamos. Yo había crecido ahí, me escapaba de la escuela en Long Island y me tomaba el tren a Manhattan para ir al cine. Mi deseo de ver estas películas era tan intenso que aprendí muy rápido qué hacer y qué no para mantenerme a salvo allí, no era gran cosa. Pero lo cierto es que la situación también tenía un costado feo: para los ’80 la epidemia del crack golpeó la ciudad y fue muy severa. Yo vi el efecto en tanta gente, que, créase o no, ésa fue en parte de la base para Frankenhooker. Pude ver de cerca lo que el crack les estaba haciendo a las prostitutas. Casi todas las prostitutas eran drogadictas. Cuando hice Brain Damage, mi segunda película, en el ’88, filmamos en un edificio de la calle 33, al lado Oeste de la ciudad, una región que era algo así como la central de la prostitución, el lugar donde paraban los autos para subir a las chicas. Cuando íbamos por allí cada mañana para filmar, la vereda estaba llena de forros usados y jeringas, y para el que pasaba caminando eran dos sonidos posibles: el gomoso y líquido del condón o el sonido plástico de la jeringa. Cubrían literalmente la vereda. Y era todos los días lo mismo: entrar en el edificio y encontrarse con una prostituta que seguía fumando, que no sabía que ya era de día de tan drogada que estaba. ‘Son las 8 de la mañana –les decía–, hora de irse.’ Fue viendo todo esto que en algún momento se me ocurrió que ahí había material para filmar.”

Por ese entonces, recuerda, no había películas en el mainstream que representaran esta situación. “Aunque sí empezó a haber muchos films de culto que sí”, dice Henenlotter, y menciona entre ellos a Maniac, de William Lustig (de quien el Bafici, en su sección Nocturna, está proyectando Maniac Cop, el próximo sábado 12 a las 22.10 en el San Martín 2), y, entre otras, Driller Killer, de Ferrara. “Pero era eso, estas cosas solo aparecían en films under.”

Está bastante claro cómo estas experiencias informaron las primeras películas de Henenlotter, donde, a pesar de que sus historias están ambientadas en callejones y tugurios mugrientos, parecen alegorizar con sus criaturas monstruosas el poder adictivo y alucinógeno de las drogas, la pérdida del control y la liberación de los impulsos más intensos y profundos. Sin sermonear, por supuesto, divirtiéndose como con un Looney Tune lisérgico, con un humor negro y desbocado: sus bichos –y en particular Elmer, el parásito fálico que devora cerebros y tiende a someter a sus víctimas en posturas sugestivamente sexuales– son bastante caricaturescos, y se mueven con la torpeza pre-efectos digitales de los monstruos de goma apenas articulados, de la clase B más berreta de los años ’50. Lo que lo distingue de los avatares más horrendos de aquella clase B, el mayor testimonio de su pericia narrativa, su ingenio y su originalidad, es que uno consigue olvidarse de que Belial, el feto cerebroide que acecha en el canasto en sus Basket Case, es un coso artesanal en absoluto realista, pero en la película, en el relato, la criatura está viva.

Alguna vez dijo que hoy no puede volver a ver Basket Case, porque siente la tentación de volver a ella y “arreglarla”. Pero la película tiene esa cualidad que distinguía a las buenas películas clase B de los ’50 de las malas, un pulso narrativo que permite que uno se olvide de que está viendo un monstruo de goma y siga el relato.

–Bueno, la verdad es que creo que es tan amateur, que es cierto que cuando la veo me gustaría poder arreglar cosas. Pero de todos modos, yo sé que esa misma cualidad amateur la volvió tan popular. Creo que a la gente le gusta que se vea tan barata, tan poco seria, y tonta y berreta; yo creo que por eso es tan exitosa. Y la verdad es que yo crecí viendo películas de monstruos de goma. Me gustan las películas de monstruos de goma, ¡amo las películas de monstruos de goma! Así que estoy de acuerdo: eso era lo que había en mi corazón cuando hice la película.

EL CINE DESPUES DEL CINE

Para muchos seguidores del cine fantástico, de terror y “de explotación” (para usar la expresión elegida por Henenlotter: más sobre esto luego), incluso ahora que algunos de estos géneros, en sus versiones más caretas, conforman un nicho súper redituable del mercado, el director de Frankenhooker sigue siendo un desconocido. Sus películas no se estrenaron en cines por acá, y recién circularon, marginalmente, en VHS: a principios de los ’90 se conseguían en videoclubes especializados como Mondo Macabro, que fuera fundado en el ’93 por, entre otros socios, Uriel Barros y Axel Kuschevatzky, que luego siguió cumpliendo un papel fundamental en su difusión local a través de su revista La Cosa. Lo cierto es que el “negocio” de Henenlotter nunca dejó de ser marginal, y a diferencia del camino que siguieron varios de sus contemporáneos de intereses afines (Raimi, Peter Jackson, hasta cierto punto cineastas como Joe Dante y antes, Larry Cohen), jamás llegó a trabajar para la industria. Nacido en 1950, en los ’80 se mantuvo trabajando en artes gráficas, haciendo “lettering” y fotografía para agencias de publicidad. “Era un trabajo un poco tonto, pero pagaba el alquiler –dice–, y de hecho podías llevar una buena vida haciendo eso. Pagó varias Basket Case, ya que las empezamos haciendo con mi propio dinero.”

Hay un largo hiato, de 16 años, en la filmografía de Henenlotter, el que va de Basket Case 3 (1991) a Bad Biology (2008). “Es que a principios de los ’90 el mercado había cambiado mucho en Estados Unidos –explica–. Tres cuartos de las salas de cine desaparecieron, las compañías que hacían películas de explotación desaparecieron, y las compañías de video que las editaban desaparecieron. Era de pronto un mundo sólo para películas mainstream, al que yo no pertenecía. Se me ocurrió que era hora de detenerme. No lo pensé mucho; simplemente dejé, y me asocié a la editora de video Something Weird, de Michael Vraney. Con él hicimos una compañía muy exitosa editando las películas más chotas jamás filmadas. Gané más dinero lanzando esas películas que haciendo mis propias películas, así que nunca me quejé: simplemente fue un cambio de carrera.”

¿Pero nunca le hicieron alguna oferta de algún estudio, después del éxito de sus primeras películas?

–Tuve un par de ofertas , pero no me volvieron loco, a decir verdad. La mayoría eran películas slasher. Nadie quería que filmara mi propio guión. Si pedía permiso para reescribir un guión que me ofrecían, me decían: “Claro, reescribilo, pero no cambies nada” (risas). A principios de los ’90 tuve unas conversaciones con gente de una división que había entonces en Disney, Hollywood Studios. Era para una película de ciencia ficción y el guión me gustaba. Hablamos mucho y nada ocurrió, pero no lo lamento, porque creo que no me hubiera gustado la experiencia. Me gusta que las películas se mantengan chicas, me gusta hacerlas estilo guerrilla, me gusta hacer lo que hago cuando filmo. Creo que no me hubiera sentido cómodo para nada haciendo una película más grande. De hecho, acabo de terminar de filmar una nueva, que se va a llamar The Art Thieves, que no es de terror sino, digamos, una “respetable”, pero la hice como todas mis otras películas. Rodé en dos ciudades, Brooklyn y Nueva Orleáns, pero nunca tuve más de once personas en el equipo, y eso incluyendo a los cinco actores, ¡que a la vez trabajaban de técnicos! Pero entiendo que para muchos cineastas, si no para todos, el objetivo final sea entrar a la industria, tener acceso al dinero y a películas más grandes. Hasta creo que es natural, y en todo caso supongo que es antinatural de mi parte no querer eso.

GENTE DESNUDA POR AHI

El foco Henenlotter que ofrece el Bafici incluye su película más reciente, el documental That’s Sexploitation!, que es prácticamente inédito. “La razón por la que casi nadie pudo verla hasta ahora es que mi productor, Mike Vraney, mi socio de Something Weird, se estuvo muriendo lentamente todo el año pasado de un cáncer de pulmón, hasta que finalmente falleció, en enero. Eventualmente, cuando las cosas se acomoden, editaremos That’s Sexploitation! en video, que es, creo, una película muy divertida. La película recorre los films sobre sexo que se hicieron en Norteamérica antes de la pornografía; la película termina cuando llega a las pantallas el porno duro. Nos interesan esas experiencias que llegaban al cine, que hoy se ven muy inofensivas pero que en su momento eran confiscadas por la policía. Por ejemplo, hay una película de campo nudista de principios de los ’60, en las que por supuesto no se podían mostrar las “partes privadas”, eran solo culos y tetas, y eran de lo más tontas: la gente anda desnuda por ahí pero no tiene relaciones sexuales, sino que dan vueltas, juegan al vóley, corren, saltan. Pero eso se consideraba obsceno.”

Y hablando de sexploitation, ¿por qué es que suele decir que prefiere que se considere que sus películas no son de terror sino de exploitation?

–Es que para mí el exploitation es el género que contiene todos los elementos. Un minuto es una película de terror, al siguiente tiene una seguidilla de escenas sexuales totalmente gratuita y luego una persecución de autos. No reniego de la etiqueta de terror, yo creo de hecho que las mías son películas de explotación disfrazadas de cine de terror, pero no son del todo de terror porque si lo fueran, no tendrían tanto humor. El exploitation es un tipo de cine que apela a muchas emociones, que no es solo blaxploitation, o una de cárcel de mujeres, o de sexo, sino un poco de todo eso. Es un cine que se parece a lo que veía cuando era chico. Cuando veía de todo, porque a mí también me gustan las películas clásicas, tanto como las de bajo presupuesto: también me encantan Orson Welles, Preminger, y Howard Hawks. Creo que no te puede gustar una cosa sin la otra; todos necesitamos ese equilibrio en nuestras dietas, y eso es lo que había en el cine en otros tiempos. No solo en la calle 42: en Long Island había autocines, y por todos lados existía el cine de barrio, donde se podían ver películas de motoqueros; donde un día veías una de Doris Day y al día siguiente un programa doble de Vincent Price. Así crecimos. Hoy no voy al cine, nunca, sólo me dedico a revisar el pasado. Creo que hace años que hacen una y otra vez las mismas películas, y odio los efectos digitales. Pero en mi adolescencia tuve una oportunidad tremenda de ver todo tipo de películas en el cine. Yo creía que era el paraíso, y que nunca iba a terminarse.

Henenlotter en la boca (del miedo). Charla de Frank Henenlotter con Axel Kuschevatzky, el jueves 10 a las 19, en Proa. Las entradas se retiran desde 3 horas antes en el lugar.

Más información en www.bafici.gov.ar

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