› Por Claudio Zeiger
A las puertas del teatro San Martín, la vida es un torbellino. Adentro, el gran mundo del teatro; afuera, el gran teatro del mundo. Miserias y esplendores de los artesanos. Es 1984. Hay un chico tirado a las puertas del San Martín, presagiando una de las marcas de la democracia que está empezando: la locura en la calle. Pero ésa es otra historia. Adentro, unos años antes, en 1980, Hamlet dudaba pero no tanto. Tenía claro que afuera había una dictadura. Algo estaba podrido y putrefacto y no hacía falta irse hasta Dinamarca para corroborarlo. Hamlet era un nombre, un hombre, una corona en disputa y, sobre todo, una voz. Una voz inolvidable. Desfilaban otros nombres encantadores: Polonio, Guildenstern y Rosencrantz. Los niños aventajados de entonces, los hijos de padres cultos y de izquierda y progres y sobre todo seguidores de Alfredo Alcón, vimos ese Hamlet de 1980 sumergidos en la sala Casacuberta como en un Planetario oscuro y estrellado: en un éxtasis de sensual fascinación. Después crecimos y casi todos fuimos desertando del teatro porque sucumbimos al mundo audiovisual y a la alegría llena de desprotección de la apertura democrática. Por esa calle Corrientes no vimos caminar a Cortázar (juran que estuvo), pero años y años seguimos pasando por la puerta del teatro, asistimos a espectáculos en el hall y hasta volveríamos a ver a Alcón en alguna obra. Y lo vimos en películas (digan lo que digan, para mí lo mejor es el Pibe Cabeza. Glorioso. Torre Nilsson, sí pero tan lejos del Santo de la Espada. Se nota la mano loca de Beatriz Guido).
Hablando de volver: si volvemos a la adolescencia y a la biblioteca familiar, ahí hay una clave. Los libros de Roberto Arlt, la cara de Roberto Arlt torturado en las cubiertas de esos libros ya un poco polvorientos del PC y sus satélites. Claro: Alcón era arltiano. Cambiá Flores por las mil Casitas de Liniers, cambiá el arranque de siglo por los años treinta. Alcón era Saverio el Cruel. Silvio Astier era el Pibe Cabeza y, por supuesto, Hamlet. Alcón era Erdosain. Alcón era Arlt.
Desde chiquitos escuchando hablar sobre el teatro independiente, Alterio, María Rosa Gallo, Alcón. Alfredo: tenías todos los boletos comprados para que me encarnizara en tu figura y consumar mi rebeldía juvenil contra la cultura que supuestamente representabas. Y para colmo, la presión de todos los que en susurros desaprobaban tu estilo rocambolesco, barroco, tu faceta Lear, tu manera de ser como un león, como un Alcón, los que se dejaron ganar por la media neutra de la actuación sin énfasis (¡los mismos que después critican al naturalismo y al realismo!), los que se hartaban de tu “repertorio”, los que en el fondo creen que es un escándalo hacer Shakespeare en la Argentina; en fin. Yo no estaba tan lejos de eso, pero... A los 15 años fui imantado por tu voz. Y cada vez que te vi actuar (muchas veces, porque era una ceremonia, con los años, con mi padre, acompañándolo, ir a verte al teatro) el resultado era el mismo. Ver a Alfredo Alcón en el escenario era enfrentarse a un imán. ¿Demasiado intenso? ¿Autocomplaciente a veces? Lo que quieran: era un imán. Y en los últimos años, un maestro total. No porque ocupara el lugar del actor que enseña sobre el escenario sino porque además de la voz y la figura, sumaba una inteligencia luminosa para hablar de la actuación y de la vida, y en lo personal era el hombre menos pomposo del mundo, era divertido y chispeante. ¿Se le podía pedir más a un solo hombre?
Sí, que hubiera seguido por siempre, pero como él mismo dijo –se lo escuché en una de las múltiples entrevistas que se pasaron por estos días– era como el árbol. Los árboles también mueren, y no se cuestionan mucho, y tienen raíces y son hermosos y útiles.
Por estos días se nos están muriendo muchas personas valiosas, y en el periodismo eso genera una extraña mezcla de emoción y absurda adrenalina, de humor negro y gargantas apretadas. Pasar por la puerta del teatro San Martín, ya no será igual. Adentro, el gran teatro, afuera el gran mundo, y en una zona borrosa, intermedia y como de sueño, Arlt, Cortázar, Alcón y todos los demás personajes saludando desde el verdadero escenario de la vida y la muerte.
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