› Por Jon Lee Anderson
Del Gabo periodista tengo dos aprendizajes esenciales. El primero es su énfasis en la integridad de la narrativa. Sus relatos periodísticos siempre tienen todos los componentes necesarios del periodismo –la reportería previa, las citas bien escogidas de las fuentes y las descripciones del momento y lugar de la historia–, pero también contienen los elementos clave del “cuento bien contado”. Estos incluyen el suspenso, el timing, una habilidad extraordinaria para desarrollar el comienzo, el desenlace y el final, así como una claridad de lo que ha de ser el problema o el conflicto que sirva de eje de la historia.
Como escritor, Gabo logra una voz de autor amena y confiable, que a veces incluso toma ese tono confidencial que tanto le gusta al lector. Eso, además del sentido del humor que brota de manera natural en muchos de sus textos. Todas estas características son muy evidentes tanto en sus obras de ficción como de no ficción, con la diferencia de que para un joven escritor quizá resulte complejo descifrar las claves de la estructura de la ficción de Gabo, mientras que por el contrario, sus textos periodísticos son muy transparentes y funcionan muy bien como material didáctico para aprender el oficio.
¿Qué enseñanza deja esto?: saber leer bien un texto y reconocer su esencia y anatomía interior. Esto le es muy útil al periodista, pues le da una noción de lo que él mismo hace cuando escribe. En resumen, he aprendido la importancia de tener oído y una conexión instintiva con el relato.
El segundo aprendizaje es más bien una forma de ser para el periodista. Pocas personas como Gabo transmiten tanta generosidad y tanta emoción por el oficio. Lo bueno es que ambas cualidades son contagiosas. Lo notamos, por ejemplo, en su rol como creador de la FNPI y en la mística que emanan quienes durante estos años han formado parte del equipo-familia de la Fundación.
¿Qué enseñanza deja esto?: la solidaridad. Uno puede ser un gran periodista pero, ¿de qué sirve eso si uno es mezquino? Ser un buen periodista –o al menos intentar serlo– y además compartir y ser generoso es la magia de Gabo, la más grande enseñanza que nos ha querido inculcar a todos. Lo tengo presente siempre.
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