CINE. LA LEY DEL MáS FUERTE, PRODUCIDA POR LEONARDO DICAPRIO, CON WOODY HARRELSON Y CHRISTIAN BALE.
› Por Mercedes Halfon
Russell trabaja en una acería. Su hermano Rodney acaba de llegar de Irak y se dedica a las peleas clandestinas a puño limpio. Viven en el Rust Belt, la zona con los índices de desempleo más altos de los Estados Unidos, el que alguna vez fue el cinturón industrial del norte. Su padre está muriendo de una enfermedad causada por el trabajo en esa misma fábrica. Así comienza Out of The Furnace o La ley del más fuerte, la segunda película de Scott Cooper, director que había sorprendido con la conmovedora Crazy Heart, con Jeff Bridges como un cantante de country querible y decadente. Aquí los roles protagónicos se multiplican en un elenco multiestelar: Christian Bale como Russell, Casey Affleck como su hermano, Willem Dafoe como un paternal mafioso de la zona, Forest Whitaker como el comisario, Woody Harrelson como un sanguinario criminal que lidera las peleas en una zona vecina y que entrará en escena rápidamente causando desmanes, y hasta Sam Shepard como el tío callado que sostiene al padre en estado terminal.
La película está producida por Leonardo DiCaprio y tiene toda la aspiración de ser un retrato de ese mundo de americanos blancos marginales con empleos que nadie quiere o subocupados para los que entrar en el ejército es una enloquecedora salida laboral, que ni siquiera en la vuelta al hogar se torna vivible. Como sucedía en The Hurt Locker, de Kathryn Bigelow, donde un sargento adicto a desarmar bombas en territorio ocupado no podía después afrontar su vida de padre de familia y eso se mostraba en una escena donde simplemente no podía decidir qué cereales comprar en el supermercado, aquí Rodney no puede ni quiere trabajar en el acero como su hermano y busca la adrenalina en las peleas clandestinas. Una espiral de muerte y destrucción que lo va a conducir directamente a Harlan DeGroat (Woody Harrelson), un mafioso arbitrario y cruel con el que las cosas van a ponerse verdaderamente oscuras.
Como también en Crazy Heart, el mundo de esta película es masculino. La película se inicia con “Release”, de Pearl Jam, en un plano que se abre sobre cielos plomizos de una ciudad donde aún humean las chimeneas de las fábricas, pero los locales de la avenida están desiertos. Russell abre y cierra la puerta de ese horno y luego vuelve a casa cansado como buen obrero metalúrgico, donde lo espera su mujer, que le dice una y otra vez que quiere tener un hijo. Pero sus preocupaciones están en otro lado, en su hermano que se está gastando la plata en las carreras de caballos y ya está jugado a boxear o morir. Un cruel giro del destino hará que Russell vaya a prisión por un tiempo. Y ahí el círculo se cierra: Russell –el convicto– se tatúa en la cárcel el nombre de su hermano –el ex combatiente– sellando con sangre el ritual de la fraternidad masculina.
Out of The Fournace es un combo varonil a la enésima potencia: grunge, acero, peleas sin reglas, cárcel y una familia de hombres de palabra, de ley. Esos lazos de fraternidad chonga del film aparecen enfrentados a otros lazos, también ontológicamente masculinos, pero de signo opuesto: los códigos de la mafia –en este caso liderada por Harrelson– que son de dependencia y terror, una red asfixiante donde siempre se cometerá un error por el que se deba pagar con la vida. Es en ese cruce donde la película se convierte en un auténtico y trillado melodrama de hombres, con Christian Bale como la cabeza sobre la que se asestan todos los golpes. Como es de esperar, la batalla final será entre Russell y Harlan DeGroat, casi diríamos una lucha entre el bien y el mal, y donde Russell-Bale no cejará hasta llegar a una justicia sólo comprensible en términos de valentía y honor masculino.
El mayor valor de esta película son las actuaciones. Scott Cooper tenía en su haber la actuación magistral de Jeff Bridges en Crazy Heart (por la que ganó su primer y merecido Oscar) y acá logra algo parecido. Bale es bueno en su rol tosco, en su contención emotiva permanentemente vulnerada, en sus torpes arranques de virulencia. También Casey Afflek –uno de los mejores de las nuevas generaciones– hace una interpretación intensa de esa especie de adolescente que envejeció de golpe, logrando matices con su voz nasal aguda y rota, y la expresión sombría en su rostro infantil. Harrelson, como siempre, está loco y es apabullante en su fisicalidad. Todas las actuaciones están muy vivas, son verdaderas, potentes y livianas, como una afinada orquesta de tonos graves, la cofradía fluye.
Pero la película falla por otro lado, la historia se torna abusiva en sus coincidencias y clichés, y la justificación que podría venir por el lado de tratarse del “género melodrama” no alcanza. Al igual que en Crazy Heart, el director/guionista muestra una sabiduría en la construcción de personajes fuertes y sólidos, pero acá la película se vuelve demasiado dependiente de los giros de un argumento que no tiene tampoco demasiada novedad ni interés. Pese a todo, vale la pena ver a este dream team varonil moverse con la música de Dickon Hinchliffe de Tindersticks de fondo, en un pueblo nublado sobre el que se avecina la sombra de la recesión. En ese clima gris como el acero emergen como llamitas estos actores, que van a derretirlo.
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