CASOS En 2011, Lawrence Wright, periodista de The New Yorker, ganador del Pulitzer, publicó una larga nota sobre cienciología, con el testimonio central de Paul Haggis, el director de la oscarizada Vidas cruzadas y guionista de Million Dollar Baby, apóstata de la Iglesia después de 35 años de membresía. El artículo, que revelaba algunas de las mentiras del sistema del culto, fue el punto de partida del recién editado en castellano Cienciología. Hollywood y la prision de la fe (Debate), una investigación que se mete en los entretelones de esta religión de los famosos, una organización que está prohibida en varios países y que tiene entre sus miembros a algunas de las personas más poderosas del mundo.
› Por Mariano Kairuz
Alcanza con cinco minutos; cinco minutos nada más para acercarse a la fascinación y el terror, para entender por qué el tema no deja de obsesionar a periodistas e investigadores. Se debe en buena medida a su combinación simultánea y única de misterio, ocultamiento y secreto, y de visibilidad extrema, porque ése que está ahí, en ese video de cinco minutos –un clip que nadie, fuera de los “iniciados”, debería haber visto, pero que fue filtrado y subido a YouTube hace casi una década– es Tom Cruise, con la mirada firme y convencida, un poco lunática, y lo que está diciendo parece pertenecer al ámbito de la ciencia ficción o de un thriller político pero no: es totalmente real. A Cruise le acababan de entregar, en medio de una ovación general, la Medalla del Valor, un chapón redondo y poco sutil que cuelga ostentosamente de su cuello. Recibido sobre el escenario con la música de Misión: Imposible, el actor se saluda con una venia y un abrazo con un hombre que luego se mantiene al costado, y al que Cruise le prodiga a continuación enormes elogios: “Nunca conocí a un hombre más competente, inteligente, tolerante, compasivo, por fuera de lo que experimenté de L. Ron Hubbard”. Y agrega, con toda seriedad: “Y yo he conocido a los líderes de los líderes”.
Hubbard es, por supuesto, el escritor de ciencia ficción y fundador de la cienciología, fallecido en 1986, y su imagen preside todo el evento desde un margen del escenario.
Y el tipo al que Cruise elogia desmedidamente es David Miscavige, el actual jefe de la expansiva, millonaria Iglesia, la ¿religión?, ¿el culto? que ha hecho del ocultamiento de su funcionamiento interno su sistema. La organización que, en la medida en que el periodismo ha intentado investigarla y sus disidentes y “desertores” han intentado “contarla”, se fue convirtiendo en una litigante serial y desmentidora compulsiva, sin dejar de abrir a su vez nuevas catedrales en todo el mundo, que cuenta entre sus miembros a algunas de las personas más famosas del planeta.
El nuevo libro del periodista de la revista The New Yorker –y ganador del premio Pulitzer– Lawrence Wright, Cienciología. Hollywood y la prisión de la fe (Debate), recién editado en castellano, dedica unas cuantas páginas a Cruise, por supuesto, y también a Miscavige y a Hubbard, y tal vez no sea la investigación definitiva, pero es probablemente la que mejor da cuenta del estado de las cosas alrededor de la Iglesia al día de hoy, de lo que se sabe de ella, de lo que dicen sus denunciantes; ofreciendo algunas pistas sobre el crecimiento aparentemente desproporcionado de la “organización” –no hay cifras oficiales de la cantidad de miembros con que cuenta en el mundo, pero extraoficialmente hacen circular un “ocho millones”–, sobre la manera en que se financia y sobre por qué a pesar de las serias denuncias que sus “desertores” hacen de ella los miembros que permanecen activos parecen tan decididos a abroquelarse en su defensa. Y, al reconstruir su historia, da cuenta también de esa dualidad (entre el ocultamiento y la visibilidad planetaria) y de los numerosos relatos y testimonios que la rodean, tan tenebrosamente parecidos a los relatos sobre otros cultos y sectas prohibidas.
Publicado originalmente en Estados Unidos a principios del año pasado, el libro de Wright apareció muy poco después de que Paul Thomas Anderson estrenara The Master, su obra maestra basada directa e innegablemente –a pesar de los nombres cambiados, las escenas ficcionalizadas y algunos personajes condensados– en la historia de Hubbard y los inicios y la consolidación de su organización. Una película que consiguió contar esencialmente la locura que sostiene toda la empresa, y el contexto en que fue posible su surgimiento: la sociedad resquebrajada de la posguerra. De algún modo, Cienciología, el libro de Wright, se complementa con la película, porque si bien narra también su cronología fundacional, desarrolla además la evolución de esta historia a lo largo de las cuatro décadas siguientes, con episodios pivotales en los años ’70, cuando la organización consiguió tender un puente hacia Hollywood, creando una de sus fuentes de sostén económico y publicidad más fuertes; a la vez que recoge decenas de testimonios de quienes “despertaron”, “escaparon” y quieren contarlo todo.
El origen del libro fue uno de los extensísimos artículos de investigación que Wright suele escribir para The New Yorker, publicado en 2011 tras un año entero de trabajo. La idea había surgido un tiempo atrás, pero en un principio tanto la publicación como el periodista la desecharon, en parte por miedo a las demandas de la organización, pero también porque aún le faltaba encontrar una vía de entrada a la historia, lo que Wright llama un “donkey”, el burro que carga y lleva adelante el relato.
Pero un día en 2010 Wright conoció a Paul Haggis, un verdadero hombre de Hollywood. Un lustro atrás, tras décadas de curtirse como escritor y director de sitcoms y telefilms irrelevantes, Haggis había ganado el Oscar a mejor película por Vidas cruzadas (Crash), un esperpento coral con Sandra Bullock, y se estaba convirtiendo en uno de los guionistas más requeridos, tras escribir Million Dollar Baby, La conquista del honor y Cartas de Iwo Jima para Clint Eastwood.
“Hasta arriba de todo”, fue lo que le respondió Haggis a Wright cuando éste le preguntó a qué “Nivel de Estudio” de la cienciología había llegado antes de salirse del grupo, tras 34 años de pertenencia. En agosto de 2009, Haggis le envió a Tommy Davis, vocero de la Iglesia, una larga carta de renuncia: la principal razón que esgrimía era que la sucursal cienciológica de San Diego le había dado su apoyo público a la Proposición 8 de California, que prohibía el matrimonio entre personas del mismo sexo. Haggis exigió una denuncia de este apoyo, pero no obtuvo la respuesta esperada. “El silencio es consentimiento, Tommy. Yo rechazo el consentimiento. En este acto renuncio a mi membresía en la iglesia de la cienciología.” Haggis había entrado en la organización en 1975, a los 22 años; las razones para su salida lo tocaban especialmente de cerca, porque es padre de dos mujeres lesbianas. Tommy Davis es un personaje importante de la Iglesia y también miembro de una familia hollywoodense (es el hijo de la actriz Anne Archer), y antes de convertirse en el vocero de la asociación fue el vicepresidente del Centro de Celebridades de la Cienciología. Porque la cienciología, por supuesto, tiene un “centro de celebridades”.
En la carta, Haggis argumentaba que en los últimos tiempos había estado investigando algunas “perspectivas externas” sobre la organización, y que había encontrado una nota en un periódico de Florida (estado en el que se encuentra la sede central de la cienciología) que denunciaba, entre otras cosas, que algunos altos ejecutivos de la organización habían sometido a castigos físicos a otros miembros. “Si tan solo una fracción de estas acusaciones es verdadera, estamos hablando de serias, indefendibles violaciones a los derechos humanos y civiles.” Sumándose a estos factores suficientemente escandalosos, Haggis vio una entrevista televisiva en la que Davis negaba de plano la existencia de una política de la Iglesia, que todos sus miembros saben que es absolutamente real: la “desconexión”. Es decir, la presión para que los cienciólogos corten lazos con sus familiares y amigos no cienciólogos. Como se trata de una religión nueva, atinó a decir Davis en cámara en lo que parecía el principio de un intento de justificación, “la mayoría de sus miembros son primera generación y sus familias por lo tanto no van a ser cienciologistas”. La propia esposa de Haggis había sido llevada a cortar relación con sus padres, así que él conocía el asunto de cerca. “Al verte mentir con tanta facilidad –prosigue Haggis en su carta– tuve que preguntarme: ¿sobre qué otras cosas estás mintiendo?”
Luego, Haggis les reenvió su carta de renuncia a unos veinte amigos cienciologistas (entre ellos Travolta), pero en lugar de despertar en ellos como mínimo algo de curiosidad, provocó rechazo y reproches, y el reclamo de que, si pensaba salirse, lo hiciera en silencio, con discreción. Pero Haggis decidió hablar. Y habló con Wright, que lo convirtió en el eje de su nota para The New Yorker y luego en el punto de partida de su libro.
A Haggis lo abordaron originalmente en las calles de su pueblo London, Ontario (Canadá); fue Jim Parsons quien puso en sus manos el libro Dianética. La ciencia moderna de la salud mental –el primer best seller de autoayuda de Hubbard, publicado en 1950–, diciéndole: “Tenés una mente. Este es el manual del usuario”, y pidiéndole dos dólares a cambio. En sus primeras páginas el libro tenía estampado, “Iglesia de la Cienciología”, y Haggis le pidió a Parsons que lo llevara hasta allí. Algún tiempo y unos pocos cursos después, Haggis ya era un Cienciólogo Calificado Hubbard, uno de los primeros niveles, dice Wright, de lo que la Iglesia llama “El Puente hacia la Libertad Total”. “La cienciología –intenta sintetizar Wright– postula que cada persona es un Thetan: un ser espiritual e inmortal que vive a través de innumerables vidas. Los cienciólogos creen que Hubbard descubrió las verdades fundamentales de la existencia, y lo reverencian como La Fuente de la religión. Los escritos de Hubbard ofrecen una ‘tecnología’ de progreso y automejoramiento espiritual que provee ‘los medios para acceder a la auténtica libertad espiritual y la inmortalidad’.”
La orden de empezar a “cultivar celebridades” para incrementar sus posibilidades promocionales –cuenta Wright– fue impartida en la cienciología en 1955, un año después de su fundación. A mediados de los ’60, se estableció el primer Celebrity Centre, en Hollywood; hoy tiene “sucursales” en París, Viena, Düsseldorf, Munich, Florencia, Londres, Nueva York, Las Vegas y Nashville. Para los años ’70, Haggis era un recluta típico: “Muchos de ellos eran jóvenes y habían dejado la escuela para perseguir sus sueños”. La actriz Kirstey Alley dejó la universidad para casarse, y se hizo adicta a la cocaína. “Sin la cienciología, yo estaría muerta”, dice hoy. Travolta, que había dejado también el colegio, estaba filmando su primera película, en México, cuando una actriz le dio un ejemplar de Dianética: “Mi carrera despegó inmediatamente. La cienciología me llevó a mi cima”, confesó ante una publicación de la Iglesia, en el tipo de testimonios de celebridades con los que en la década de Fiebre de sábado por la noche la cienciología empezó a promocionarse masivamente. Publicaban avisos en la revista Variety donde prometían a los aspirantes a actores ayudarlos a triunfar en la industria. Durante años, muchas estrellas llegaron hasta la cienciología a través de las aulas del Beverly Hills Playhouse, donde el profesor residente Milton Katselas entrenó a cientos de futuras celebridades para la actuación y para la nueva fe.
Cuando publicó el artículo original en The New Yorker, titulado “El apóstata” (la expresión que la organización utiliza para denostar a sus ex miembros), Davis y un equipo de cuatro abogados se presentaron ante Wright en las oficinas de la publicación con 47 carpetas repletas de material. Wright estaba encantado. “Supongo que la idea era ahogarme con información –dice–, pero fue como echarle agua a un pez: observé esas carpetas con absoluta alegría.” Un libro estaba en camino.
Algunas reseñas del libro consideran que Wright se pasa de cauteloso en su relato, y que trata a la religión y a su fundador con demasiado respeto. Wright –cuyo libro anterior, La torre elevada (Debate), una historia de Al Qaida le valió el Pulitzer– entiende que no es necesario hacer una “denuncia”. “¿Para qué me iba a molestar en hacer eso?”, dice. “La cienciología ya es probablemente la religión más estigmatizada en Norteamérica. Hay muchos países en los que uno puede creer más o creer menos. Pero en Estados Unidos, tenemos este revoltijo increíble, y lo que más me interesa es saber qué atrae a algunas personas hacia cierta fe más que otra, en especial cuando se trata de un sistema de creencias que a los de afuera les parece absurdo o peligroso.” Lo que hace, entonces, es exponer los hechos recordando en todo momento que no hay mucha más información disponible que la que ofrecen los disidentes que se prestaron para sus entrevistas, y en todo caso se cuida de informar cuando los datos potencialmente polémicos han sido oficialmente desmentidos por la Iglesia. A su vez, ha investigado intensivamente los materiales que el vocero oficial de la organización le acercó, algunos destinados a “confirmar” el retrato que Hubbard ofrecía de sí mismo: el de un héroe de guerra condecorado y brutalmente herido en la batalla, información esencial no sólo para sostener la épica fundacional de la cienciología sino su credibilidad. Sobre el relato de cómo Hubbard encontró el camino para su autosanación (cuando estaba “ciego” y al borde de la parálisis) se erigen su Dianética y toda su filosofía posterior, a la vez que contribuye a su impugnación de las ciencias médicas tradicionales y su demonización de la psiquiatría. Sin embargo, Wright no pierde de vista que su historia, la de un hombre que se hizo a sí mismo, que formó parte de uno de los grupos de escritores de ciencia ficción más interesantes del siglo (el de la revista Astounding Science Fiction, que nucleó a Asimov y Heinlein entre otros) y que fundó “uno de los pocos movimientos religiosos nuevos del siglo XX que sobrevivieron hasta el XXI”, es la de un hombre que “para unos es el tipo más grandioso que jamás existió y para otros el mayor estafador de la historia”. Por lo cual, insiste, “llamarlo sin más un fraude es ignorar la complejidad de su personaje”.
A muchos los atrapará toda la parte del libro dedicada a las celebridades, y al retrato de Miscavige (a quien se ha acusado, entre otras cosas, de hacer los castings para encontrarle una nueva novia a Cruise cada vez que alguna de sus anteriores chicas –Kidman, Penélope Cruz, Katie Holmes– no “funcionaba” para la Iglesia). Pero más allá de sus capítulos más contemporáneos, el libro ofrece un material perfecto que podría ser la base de una trilogía entera de The Master, un recorrido por muchas de las tragedias más terribles y comunes del mundo moderno. Una historia fascinante y aterradora a la vez.
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