PLASTICA La nueva Galería Gráfica Gestual se propone, bajo el padrinazgo de Eduardo Stupía, ser un referente del arte gestual argentino y también discutir los alcances y discursos de este estilo abstracto. Así, su primera muestra reúne a los artistas Alberto Méndez, Alejandro Taliano y Matías Waizmann con tres recorridos muy diferentes pero un hilo en común: todos se adentran en el arte de la escritura, sin escribir nada que se pueda leer.
› Por Gustavo Nielsen
Los detectives salvajes, el gran libro de Roberto Bolaño, cuenta la historia de un grupo de poetas autoproclamados realvisceralistas que formaban una cofradía en el México de los años veinte. Los protagonistas, Arturo Belano y Ulises Lima, están empeñados en pertenecer a ella. Pero a medida que el libro avanza vamos entendiendo que el movimiento acepta a muy pocas personas. Mirado en detalle, a una sola poeta, autora de un solo poema, aparecido una sola vez en una revista literaria de un solo número de tirada. La chica se llama Cesárea Tinajero, y el poema no tiene palabras, sino apenas tres dibujitos. Nuestros héroes deciden salir a buscar a Cesárea en un viejo auto prestado. Cuando logran encontrarla en pleno desierto de Sonora, ella muere en un confuso episodio de acción, antes de explicarles qué quiso decir con aquellos dibujos.
Uno de los mails que me respondió Eduardo Stupía con respecto a la obra de Matías Waizmann decía que tal vez no le estábamos haciendo un gran favor reforzando su mote de artista gestual, ya que le parecía que lo de Matías era más abarcativo (ver en su columna de opinión). Y lo pensaba aún más acerca de los otros artistas que él estaba dispuesto a respaldar para la exposición, como si ponerle la etiqueta a alguien fuera congelarlo. Se los podía llamar abstractos. No estaba seguro de si no era perjudicarlos, esto de zambullirlos en la gestualidad. Eduardo es el referente número uno del Arte Gestual argentino y el padrino de esta muestra en esta Galería nueva.
El Archivo Bolaño que el año pasado nos presentó Maximiliano Tomas en el Centro Cultural Recoleta exhibía un campo de manuscritos donde cada cuaderno plagado por escritos de puño y letra del escritor se mostraba contiguo uno del otro, bajo vitrinas iluminadas. Algunos venían con una lupa, con la intención de ampliar esa letra legible y prolija, como de maestro de primaria. Tinta azul, tinta negra, tinta violeta. Algún tachón. Los cuadernos de Bolaño mostraban el germen de sus libros, entre ellos Los detectives salvajes. Uno se imagina al escritor enérgico o calmado según el trazo caligráfico se vuelve más endemoniado o mantiene su entereza.
Hace treinta años el concepto de gestual era definitorio de un estilo; hoy tendríamos que ver si lo gestual como tal puede agrupar un tipo de arte o se queda corto. Todo puede ser visto como gesto, incluidos los cuadernos manuscritos de Bolaño. Y también puede ser que el artista gestual sea solamente Stupía, como Tinajero en el libro del chileno. Acá mismo traté de concertar una reunión de tres artistas contemporáneos locales bajo el manto de la gestualidad, y no sé si me salió. La nueva Galería Gráfica Gestual se encargará, en el futuro, de discutir con quien quiera los discursos de este abstractismo corporal.
Los artistas son Alberto Méndez, Alejandro Taliano y el propio Waizmann, dueño también del espacio que se acaba de inaugurar en Las Cañitas. La muestra se titula Acción, gesto, detalle. Vale la pena ir a verlos por muchas razones. Son tres series de trabajos bien diferentes, pero que tienen hilos en común. Uno, y el principal para mí: los tres se adentran en el arte de la escritura, sin escribir nada que se pueda leer. Lo hacen desde vitrinas alejadas, sin lupas. Cada uno de estos seudo textos contiene una cantidad de palabras que los convierte en pequeñas novelas inútiles.
Tan inútiles como el arte mismo.
Al menos de un escritor de cuentos. Y también se hacen con letras. Ordenadas para hacer llorar, reír, enojar al lector. Ordenadas para manipular. En Acción, gesto, detalle las letras dejan de ser signos. No forman sílabas, se alejan de la sintaxis y la ortografía. No hacen palabras. Están al servicio de otra realidad.
La literatura a veces también estuvo al servicio del dibujo, les digo a los artistas. Los caligramas, los textos de Artaud, de Apollinaire, formaban dibujos en la página. El problema es que había que leer para entender. Cuando los signos se despojan de su significado y juegan como grafías, el tiempo ya no se corresponde con el entender, sino con el simple placer de mirar. La imagen sirve y chau, subyuga o no.
Méndez cuenta una anécdota. “Yo trabajaba en un taller pequeño, que tenía el techo muy bajo, por lo que hacía trabajos en pequeño formato. Una vez un amigo me prestó un galpón para hacer lo que quisiera durante tres meses. Lo encartoné completo para poder devolverlo en las mismas condiciones de limpieza en que me lo había dado, y colgué una tela de tres por dos metros, de la pared. Estuve un mes y medio sin avanzar: trataba de trabajar con mis pinceles y mis lápices y no salía adelante. Hasta que un día se me vuelca el Loxon en el auto, en una frenada. Junté lo que pude en una bolsa. Cuando llegué al taller puse la tela en el piso y la bolsa arriba, ya chorreante. Con un cepillo le fui dando forma a la mancha. El auto me quedó hecho un desastre, pero la desgracia funcionó en la tela, abrió algo en mi cabeza.”
Taliano también está seguro en el azar, aunque lo que haga parezca muy medido, con la precisión de un carpintero. Corta y pega maderas de cajones de verdura y fruta mutilando las palabras impresas. Durante muchos años enseñó tipografía en la UBA, en la carrera de Diseño Gráfico. Toda la experiencia de su arte está para des-educar esa parte suya.
Waizmann trabaja con marcadores gastados, en la etapa que cualquier dibujante tiraría a la basura. Dice que las herramientas viejas tienen otra memoria, le aportan una calidez a la obra imposible de lograr con herramientas recién compradas. La expresividad está lograda desde esa línea que a veces le cuesta dejar salir por la vetustez del marcador, pero que él ha aprendido a llevarla al papel.
Mapeos de letras. Chatarra alfabética. Paisajes encontrados en el discurso de un pincel gastado. Tres mundos nuevos y algún registro de esos mundos.
Méndez escribe su vida en libretas. Dice que superó un hecho: cada vez que terminaba una libreta pasaba a la siguiente la información que consideraba relevante. Hasta que un día llenó la nueva libreta con las viejas, y pensó que si seguía ocuparía la nueva de nuevo, y así cada vez hasta la eternidad. Y la libreta nueva siempre sería igual a la anterior.
En cierta medida estas libretas se parecen a las que se exhibieron en el Centro Cultural Recoleta para la muestra de Bolaño. Nunca sabremos si son autónomas, donde cada una cuenta algo distinto, o si serán fragmentos de una gran novela única. La lógica del leer indica que debamos pasar las páginas del primer cuaderno antes de llegar a las páginas del segundo. Y de adelante hacia atrás, de arriba abajo en cada página, de izquierda a derecha en cada renglón, como en cualquier lectura occidental. Pero vistos desde el punto del arte, expuestas debajo de las vitrinas, la vista era la de una planchada, una cubierta de barco hecha de páginas abiertas. Ante la imposibilidad de la interpretación de esos cuadernos se abre la posibilidad nueva –Cel azar, dice Taliano– de hacer solamente la lectura de las páginas abiertas, como si ese azar fuera la consigna del texto.
Un texto que no forma una historia por cuaderno. Las páginas vistas se combinan con las de al lado y las de más allá, y el texto que se lee debajo de la vitrina es un todo. En su otredad, narra también un cuento, tal vez desquiciado e incomprensible. Como si todo el texto del Archivo fuera una marea sorprendida debajo de ese vidrio.
Un cuadro se continúa en el siguiente con una línea que amenaza pasar. Cuando Waizmann muestra un trabajo, muestra la serie entera, decenas de papeles. Y eso es porque sus obras no acaban en la hoja, sino que siguen en la próxima. Van de página en página como si fueran parte de un libro interminable. Armando una obra imposible de ordenar, donde las carillas no están numeradas. La totalidad formará, algún día del futuro, ese relato. El garabato que aquí comienza terminará, tal vez, en otra tela.
Estos cuadros son un poco eso: continuidad en la contigüidad. Atrapando debajo de sus marcos un pedacito así de pequeño del infinito que camina con nosotros.
La Galería Gráfica Gestual se encuentra en Arce 730 (entre Matienzo y Jorge Newbery), CABA. La muestra Acción, gesto, detalle se puede ver de martes a viernes de 14 a 20 y los sábados de 10 a 15. Hasta el 31 de mayo.
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