CINE Lo llaman Chinawood, el Hollywood chino: un predio enorme con sets de rodaje naturales y artificiales alrededor del cual se está erigiendo un complejo turístico y se gesta una comunidad de jóvenes que aspiran a convertirse en estrellas. Mientras tanto, los ejecutivos de los estudios norteamericanos se apuran para tejer nuevos negocios y asociaciones con los productores y el gobierno del gigante asiático, y así asegurarse un lugar en el que ya es el segundo mercado cinematográfico del mundo. Todo esto acaba de materializarse con el estreno de Transformers 4: la era de la extinción, la película más taquillera de la historia en China y la primera en facturar más afuera que en su propio país.
› Por Mariano Kairuz
Cuando ya lleva unos cien minutos que parecen doscientos y uno ya cree que va siendo hora de que este despropósito descomunal vaya terminando, La era de la extinción, cuarta película de la bastante incomprensible saga Transformers, cambia de pronto de locación, incorpora personajes y empieza otra vez. Vamos al alargue: cambio de territorio, de Texas a Hong Kong. Un ardid argumental caro de producir e innecesario en términos narrativos, pero absolutamente significativo en cuanto a lo que dice del futuro del cine. Porque lo que dice del futuro del cine –además de que será irreversiblemente digital, sobrecargado de efectos visuales, parecido a un videojuego y deliberadamente incoherente– es que es chino. Los protagonistas, que son un hard-working american, un laburante texano que la pelea todos los días, interpretado por ese muchacho conservador y de físico imponente que es Mark Wahlberg, su hija adolescente, el novio de ella y unos cuantos cretinos que trabajan en operaciones secretas de la CIA, se trasladan junto con los robots gigantes mutantes al otro lado del mundo, donde prosigue la destrucción monumental de todo lo que se encuentra a su paso.
Vemos pasar por el fondo marcas locales hábil, pero no del todo sutilmente publicitadas: un hotel, una compañía turística, otros productos de consumo interno (para los chinos). Visite China. Compre chino. Transformers 4 lleva recaudados en China más de 230 millones de dólares a dos semanas de su estreno; eso es más de lo que consiguió en la taquilla de Estados Unidos en el mismo lapso, y es más de lo que recaudó cualquier película de cualquier origen en la historia del mercado cinematográfico chino. El propósito de estas cifras –que están hoy en todas las publicaciones internacionales especializadas en cine– no es vender el glorioso triunfo comercial de una película que es esencialmente mala, sino examinar de cerca una de las expresiones más sólidas de lo que se viene. Hollywood coproduciendo sus películas más grandes con el que ya es el segundo mercado de cine del mundo, y no tardará mucho en desplazar a EE.UU. de ese podio. Hollywood diseñando sus películas con un ojo puesto en los espectadores chinos y sus intereses, en sus auspiciantes, y también en las exigencias de los censores de la República Popular.
Diez días atrás, informaban los periodistas Jennifer Rankin y Jonathan Kaiman en The Guardian, las imágenes de Optimus Prime, Bumblebee y los otros personajes robóticos que fueron una de las franquicias más exitosas de la compañía juguetera Hasbro en los ’80, saturaban las calles de Beijing, sus paradas de colectivos, las vidrieras de los comercios e incluso la plaza de Tiananmen. El bombardeo publicitario se suma a otros arreglos de una naturaleza más compleja que ha hecho Paramount con los censores chinos y el canal estatal CCTV China Movie Channel (que participó en la financiación de este artefacto) para adaptar su mayor superproducción del año (210 millones de dólares de presupuesto) para su lanzamiento oriental. Entre otros detalles argumentales, difícilmente pasará por alto para quien no abandone la sala hasta el final de la película, el hecho de que el gobierno de la República Popular aparece retratado bajo una luz amable, mientras que los agentes del gobierno estadounidense son casi sin excepción pérfidos agentes del caos, personajes siniestros cuyo único objetivo es replicar la biotecnología alienígena de la que se componen los Transformers, para ganar la carrera armamentista. Que en una película de Michael Bay (el auteur de Pearl Harbor, nada menos), producida por Steven “Lincoln” Spielberg, los líderes de la democracia mundial aparecen dispuestos a hacer cualquier cosa y a barrer a quien sea necesario del camino para lograr sus objetivos, pero no se diga ni mu sobre el gobierno comunista, ha despertado justificadas sospechas.
En un mercado del cine atomizado en el que las superproducciones con superhéroes copan las salas y el resto del cine debe conformarse con una exhibición limitada a los circuitos alternativos, en China se están abriendo actualmente 14 nuevas salas de cine por día, acercándose a las cinco mil anuales, y ya suman casi 20 mil en todo el país (la mitad de las que hay en EE.UU.). A este ritmo, y con una facturación prevista para el mercado chino de 46 mil millones de dólares (un tercio más que el año anterior), no cuesta ver por qué los ejecutivos californianos están desesperados por hacer negocios en ese lado del planeta ya mismo, antes de que lo inevitable suceda. En unos seis años, calcula el analista David Hancock, la de China será la taquilla más grande del mundo.
A fines del año pasado, una delegación de estrellas hollywoodenses –con Leonardo DiCaprio, Nicole Kidman; Ewan McGregor y Jeremy Irons, entre muchos otros, además de productores fundamentales como los hermanos Weinstein– viajaron hasta allá para hacer acto de presencia en la presentación de un descomunal complejo de estudios, salas y hoteles que debería estar inaugurado para 2017.
Porque Transformers –que incluye en su reparto secundario a los famosos asiáticos Lin Bingbing y Zou Shiming– es la cabeza más visible de este nuevo vuelco de la industria, lo cierto es que ya cuenta con varios significativos antecedentes, como que parte de la última película de James Bond, Operación Skyfall, haya llevado al agente 007 a Shanghai y Macao, y que las estrellas chinas Fan Bingbing y Wang Xueqi tuvieran pequeños roles en la versión para ese país de Iron Man 3. Las películas también están incorporando numerosos chivos de empresas chinas en sus escenas; y de hecho, las publicidades no tradicionales incluidas en el estilo poco sutil propio de la saga ya le han dado los primeros conflictos comerciales al estreno chino de Transformers 4: la compañía de turismo Chonqing Wulong Karst demandó a los productores por no mostrar su logo en pantalla tan prominentemente como se le había prometido.
Pero el gran tema –más que tema, temor– es cómo se van a ver afectados los contenidos de las grandes producciones en su afán por pasar las exigencias de los censores de la superpotencia asiática que, conviene no olvidarlo, no es exactamente una democracia. Según el citado artículo de The Guardian, “no todos en el gobierno chino están convencidos de que el influjo de los autos mutantes y alienígenas de Hollywood sea una cosa buena”; una columna reciente publicada en el oficial China Daily, titulada “Cuidado con las películas de superhéroes”, expresa la preocupación por todos esos paladines de la justicia que abundan cada vez más en el cine norteamericano, porque no son exactamente “modelos de conducta ideales para los niños chinos”, y promueven “estilos de vida y valores estadounidenses que no se corresponden necesariamente con sus propios valores culturales”. Sin ir muy lejos, el año pasado, Django sin cadenas, de Tarantino, no pudo verse completa por allá porque los censores consideraron que incluía escenas demasiado violentas para el público local; apenas tres meses atrás, en Warner dudaron hasta último momento de que Godzilla –que terminaría resultando uno de los mayores éxitos comerciales de la temporada– fuera a estrenarse en China, debido a “su fuerte asociación con Japón” (y la tensión entre Beijing y Tokio por ciertos territorios marítimos).
La del China Daily no fue la única voz de alerta en medios oficiales: Zhang Hongsen, agente de la Administración Estatal de Prensa, Radio, Cine y Televisión, se manifestó enojado por la “irracional” predisposición de los exhibidores a darle tanto espacio a Transformers a expensas del espacio disponible para los films locales. Esto, en un mercado fuertemente protegido, que sólo admite el estreno de 34 films extranjeros al año (un incremento importante respecto de los 20 que eran hasta hace poco), y que no permite que los estudios foráneos se lleven más del 25 por ciento de las ganancias. La preocupación de los chinos más nacionalistas tiene raíces culturales y materiales: a pesar de todas estas restricciones, con Transformers este año ya cuatro de los diez films más vistos en China –con Godzilla, la última de los X-Men y la segunda del Capitán América– vienen de Hollywood, y todo indica que esto se va a incrementar en los próximos años, mediante el viejo truco de la “coproducción”, que ya les está dando a los estudios la vía de entrada a ese territorio restringido pero tan redituable. En la medida en que los aportes de capitales chinos a films estadounidenses sigan aumentando, las mayores superproducciones –digamos, las inevitables Iron Man 4 o Transformers 5– podrán considerarse tanto de una nacionalidad como de otra, y saltearse sin problemas los requerimientos de la cuota de pantalla china. En mayo pasado, Jeff Robinov –legendario ex presidente de Warner responsable de darles luz verde a las producciones de éxitos bestiales como Matrix, La gran aventura Lego, y Gravedad– firmó un contrato por mil millones de dólares con el fondo de inversión chino Fosun para hacer películas en China territorial, Hong Kong, Macao y Taiwán. Por su parte, Disney anunció hace poco otro contrato, por 800 millones de dólares, con un consorcio de empresas estatales para agrandar el proyecto de Shanghai Disneyland, sumándoles juegos y entretenimientos al parque de diversiones temático cuya inauguración está programada para el año próximo. Mientras tanto, crece Chinawood, el complejo de estudios que el millonario Wang Jianlin, el hombre más rico de China, construye en la provincia de Qingdao bajo el aval de la academia nacional de cine, y que, para cuando en 2017 alcance sus proyectados 500 mil kilómetros cuadrados, será definitivamente el estudio más grande del mundo (mientras tanto, es un destino turístico masivo y millonario, gracias a sus hoteles y restaurantes e imponentes reproducciones históricas, que incluyen falsos palacios de las dinastías Ming y Qing). Los nuevos estudios –como Hengdian, que fue fundado en los ’90– también son Chinawood en lo que respecta a las comunidades que se están erigiendo a su alrededor: por ejemplo, se llama hengpiao, o “vagabundos de Hengdian”, a todos esos chicos y chicas que llegan a las nuevas ciudades chinas consagradas al cine y se emplean como mozos y camareras para solventarse mientras amasan sus aspiraciones de convertirse en la próxima estrella del mundo del espectáculo.
En una columna publicada dos semanas atrás por David S. Cohen, editor de la influyente revista de la industria Variety, se analiza finalmente la nueva Transformers en términos de contenidos, es decir, se intenta identificar la injerencia real que todo el deal chino amenaza con tener en el mediano plazo. “Mi primera reacción ante La era de la extinción –escribe Cohen– fue que se trata de una película sorprendentemente no patriótica. Pero me equivocaba. Transformers 4 es una película muy patriótica, sólo que lo que hay en pantalla es patriotismo chino, no americano.” Y prosigue: “Las películas de Michael Bay raramente son apolíticas, incluso si su visión del mundo parece tan sofisticada como un spot publicitario de 30 segundos para una hamburguesa. Pero todo ocurre en un contexto, y el contexto para La era de la extinción es que en algún tiempo, dentro de no mucho, China va a desplazar a Norteamérica como el mercado de cine más grande del mundo. Además, la economía estadounidense aún no se ha recuperado del todo de la Gran Recesión, así que los miles de millones devengados por las elites y corporaciones chinas son una tentadora fuente de financiación. Por lo tanto, hay un incentivo considerable para cortejar la buena voluntad de las autoridades chinas”.
Por otro lado, agrega: “Mientras que otras culturas se han quejado del imperialismo cultural americano y se han resentido por valores promocionados por el entretenimiento popular estadounidense como el individualismo y la autonomía (y es cierto que), los gobiernos americanos han entendido hace mucho que el status dominante de nuestra cultura pop le da a EE.UU. una ventaja en términos de un poder ‘suave’ en asuntos internacionales. China codicia esa ventaja y apunta a suplantar a EE.UU. como la Fábrica de Sueños del mundo”.
En este panorama, Transformers 4 acaso sea, además de una superproducción inflada, tonta, innecesariamente larga y hecha de una sucesión inconsecuente de escenas de violencia, políticamente burra y esquemática, algo mucho más grande y peligroso, aquello que decíamos al principio: el cine –o como se lo quiera llamar– del futuro.
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