Cine El director norteamericano J. C. Chandor experimentó con lo que lo que suele denominarse “cine puro”: un relato que, apenas hablado y ambientado en un pequeño barco que se hunde en medio del océano Indico, tiene un único personaje entregado a la aventura de su supervivencia. Que su solitario protagonista sea Robert Redford, en una de las mejores interpretaciones de su larga filmografía, convierte a Todo está perdido –que llega a dvd sin pasar por los cines– en uno de los grandes estrenos tapados del año.
› Por Paula Vázquez Prieto
Desde los tiempos de la fundación de Cahiers du cinéma y su defensa de los maestros desconocidos del cine clásico norteamericano como John Ford, Howard Hawks o Alfred Hitchcock, el término “cine puro” se convirtió para la crítica en un argumento de defensa de la labor de los narradores de historias cinematográficas que sólo echaban mano a medios cinematográficos. Amantes de los desafíos si los hay, esos hoy llamados artistas minimizaban influencias y herramientas provenientes de otras artes, como el teatro o la literatura, para confiar plenamente en los juegos de la cámara en movimiento. Pero, ¿a qué se referían aquellos críticos con “cine puro”? En realidad nunca hubo una definición exacta, aunque uno siempre tuvo la sensación de que consistía en valerse de medios cinematográficos como la puesta en escena, los movimientos de la cámara, las decisiones de montaje, la utilización del encuadre y los distintos tipos de planos para construir una historia que emocione y conmueva al espectador. En lugar de “fotografiar gente hablando”, como decía Hitchcock, emblema de aquel “pure cinéma”, había directores que hacían de la esencia cinematográfica el alma de su obra.
Algo de eso se propone y consolida J. C. Chandor en su segunda película, All is Lost, estrenada en Estados Unidos el año pasado y a punto de editarse en Argentina directo a DVD con el título Todo está perdido. Luego de su debut como director con El precio de la codicia (Margin Call, 2011), un thriller de bajo presupuesto sobre una estafa realizada por un banco de inversiones de Wall Street durante la última crisis financiera en Estados Unidos –estrenado en el Festival de Sundance y muy bien recibido por la crítica–, Chandor se arriesga con una apuesta diferente y osada: un único personaje, un único escenario, una única aventura: la supervivencia. All is Lost –presentada en Cannes en 2013 y luego celebrada en su recorrido por varios festivales internacionales– comienza con un mar calmo, en una noche cerrada, con algunos restos de un aparente naufragio flotando en el agua. Una voz en off, casi como una nota de despedida o un pedido de disculpas, nos dice que todo está perdido. Una placa nos anticipa que veremos lo que ocurrió ocho días antes de este presente desolador, de ese enigma de restos flotantes y pérdidas dolorosas. ¿De quién es esa voz? De “nuestro hombre” –según lo presentan los créditos–, el único personaje que veremos en la película. El y el mar abierto, inmenso y misterioso, conviven en tensa armonía como lo hacía el héroe del western con la pradera desolada, montado sobre su caballo, dispuesto a enfrentar la adversidad.
Un hombre y sus circunstancias, dirían algunos. Aquí las circunstancias son el océano Indico, entre las costas de Indonesia y Madagascar, y el yate en el que nuestro hombre realiza su travesía. No es cualquier hombre, es Robert Redford. Lejos de su imagen de galán rubio y de pelo lacio, Redford a sus 76 años alterna su actividad como director con algunos papeles que le resultan atractivos y desafiantes. “Cuando Chandor me acercó la propuesta y leí el guión, pensé: ‘O está loco o esta película va a salir bien’. Así que nos encontramos en Nueva York y a los 10 minutos le dije: ‘Vamos a hacerlo’. Es una película pequeña, de poco presupuesto. Pero Chandor tiene una visión que es única, tiene instinto y se tiene confianza”, decía Redford al diario británico The Telegraph. Sin haber obtenido la distribución que merecía ni el reconocimiento de Hollywood (fue ninguneada en los Oscar, tanto la labor de Chandor como la del mismo Redford, que realiza una actuación impresionante), Todo está perdido “es una película para ver en el cine”, como declaró el mismo Chandor a la revista Esquire. “Está diseñada para ver en el cine. Nosotros la llamamos –no sé de dónde salió el término– ‘an experiential action film’ (algo así como una película de acción vivida como una experiencia). Por ello cuando los distribuidores leen la gacetilla de 31 páginas para decidir si la adquieren o no, no saben qué película están eligiendo.” Es que All Is Lost no puede resumirse en unas líneas, sólo la experiencia de verla le puede hacer justicia.
Y Redford es una pieza clave de esa experiencia. Su voz resulta familiar ya desde las primeras frases que pronuncia, con ese acento grave y concentrado, que está al servicio de la firmeza de su personaje, que desnuda la ambivalencia de vivir alejado del mundo, sometido a los vaivenes de la naturaleza y las inclemencias del tiempo, lejos de quienes quiere o quiso alguna vez. Este hombre con el rostro curtido por los años y las arrugas, con los labios ajados por el sol y el pelo encanecido y alborotado, es quien enfrenta los designios del destino: sus crueles burlas en forma de accidentes absurdos, sus tormentas “perfectas” e implacables, ese sol abrasivo y constante, los peces predadores al acecho, la escasez de comida y de agua potable. Más cercano al Humphrey Bogart de La reina africana, sin tripulación y sin Katharine Hepburn pero con la misma determinación para sobrevivir, que al Tyrone Power de mallas elásticas y saltos ornamentales de las películas de piratas de los ’40, el Redford de All Is Lost es calmo y equilibrado, nunca desespera, no grita salvo para liberar tensiones, y siempre se muestra concentrado en pequeñas tareas que lo ayudan a eludir la conciencia del vacío a su alrededor. Ya sea por disciplina o como técnica de relajación, se toma un rato para afeitarse en plena crisis y su carácter, como en la tradición clásica, se revela a través de la acción: cada paso lo lleva al siguiente, cada pequeña faena prepara el terreno final, cada gesto da cuenta de sentimientos profundos, agitados bajo esa superficie de confianza y firme control.
Consciente del desarrollo de una acción que se torna subterránea y febril, Chandor apoya su relato en el manejo del tiempo, en la manipulación de la duración de cada elipsis, en la amplificación de las esperas, en la elasticidad de esos ocho días que se convierten en un abrir y cerrar de ojos en función de la épica. Nada sobra ni falta, cada escena se encuentra calculada en función de los estadios del drama, de sus explosiones y sus descansos, en los que el suspenso se convierte en una corriente que penetra bajo nuestra piel, adherida a la suerte de ese hombre, nuestro hombre, que pugna por superar su crónica anunciada. Chandor utiliza el silencio y la soledad como las mejores armas para el diseño de una aventura tensa y apasionante, hecha de pequeños dilemas, de grandes angustias. Con un dominio admirable de cada elemento de la puesta en escena, desde las tomas acuáticas con inminentes amenazas sólo perceptibles para el espectador, con los horizontes bajos y opresivos que hacen de ese espacio vasto e inabarcable un personaje más del drama, con esos planos de los detalles más íntimos de esa incertidumbre contenida en los ojos de Redford, Chandor consigue lo imposible: casi dos horas de cine puro, sin tics ni afectaciones, centrado únicamente en el drama de un hombre solo y en silencio que lucha por sobrevivir.
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