FOTOGRAFIA En el extenso marco que ofrece el 25º Festival de la Luz se inaugura este martes Asylum of the birds, de Roger Ballen. A poco de llegar a Buenos Aires para presentar su última serie, basada en el cielo y los pájaros, la tierra y un grupo de refugiados en un psiquiátrico, Radar recorre su trayectoria y dialoga con este fotógrafo universal radicado en Sudáfrica, que sostiene que su obra no busca capturar la realidad sino transformarla.
› Por Romina Resuche
Desde que comenzó a hacer fotos, en su adolescencia, Roger Ballen se pregunta qué es el arte, qué es ser fotógrafo, qué es ser humano. Sin definirse más que como alguien viviendo una experiencia humana, dedicó años a formarse y a desarrollar carrera como geólogo. Esta profesión se sostuvo en paralelo con una fuerte dedicación a la fotografía, tarea que –inevitable para su pulsión– lo llevó primero a pensarse artista, luego a olvidarse de esa definición y finalmente a denominarse fotógrafo años más tarde, sólo luego de varias series publicadas en formato libro.
Cierta popularidad de Ballen surgió de su alianza creativa con los músicos sudafricanos de Die Antwoord. El video de “I fink u freeky” posicionó mundialmente tanto a la banda como al director gracias a la combinación exacta de sus imaginarios. Pero antes de esto, y dentro del campo de la fotografía de autor, su agenda expositiva logró abarcar los cinco continentes y algunas de sus fotos son hoy parte de las colecciones de museos como el Stedelijk de Amsterdam, el Centro Pompidou y la Maison Européenne de Photographie de París, el Victoria and Albert de Londres, el MoMA de Nueva York y el Nicephore Niepce de Francia, la George Eastman House de Rochester y el Hasselblad Center de Suecia, entre otros. Con su última serie, Asylum of the birds, muestra su material en una de las ciudades que más le interesaban para que fuera visto: Buenos Aires. Este proyecto, que le tomó más de cinco años de investigación profunda, será exhibido a partir de este martes en el Centro Cultural Recoleta, dentro de la 25ª edición del Festival de la Luz.
A través de la web y desde Johannesburgo, donde reside desde hace una treintena de años, la voz de Ballen, al igual que el magnetismo repelente de sus fotografías, genera una atmósfera cinematográfica en el espacio donde se intenta una entrevista a la distancia. A poco de su llegada a Buenos Aires, el sonido metálico y grave le quita humanidad a sus palabras, aumentando así el misterio asociado a su obra. Asylum... contiene a la locura y al temor asociado a enfrentar estos aspectos de la condición humana. Desde la cosmología Ballen, la serie se enfoca en la unión que los pájaros establecen entre el cielo y la tierra y utiliza el lenguaje surgido de los dibujos creados desde el subconsciente de los internos de un refugio pisquiátrico.
Esta exploración lo llevó a adentrarse hondamente en el estudio de la psique con el autoconocimiento como fin. Aunque algunos elementos de su creación son similares a los de anteriores series, rescata que esta vez el proceso marcó la diferencia. “Fue un muy buen de-sarrollo y no siempre es lo mismo, nunca es lo mismo”, declara. Y añade que mientras la historia usó la fotografía como documento y la memoria la usa para que el humano se entienda a sí mismo, la intención de su obra no es capturar la realidad, sino transformarla. “Esto es enorme en muchos sentidos, realmente creo que es muy distinto crear, que propone un significado distinto. Para mí un artista es un hacedor de metáforas, un ser enigmático que muestra sus influencias, y creo que el problema para el artista es trabajar con los de-safíos que presenta la conciencia de la realidad, generando entonces una realidad excepcional”, concluye.
Para Ballen no hay diferencia entre ficción y realidad: cree que es una visión muy occidental la que considera la realidad como algo plano y que le es fundamental desafiar esa noción, que es compleja para su mente ficcional. Por sus imágenes se tilda al autor de oscuro, pero él alude que de ahí surge la luz. Y dice: “La gente ve la oscuridad de modo negativo, con reacciones negativas y les da miedo, pero es parte, es un reflejo más de las personas”. Como creador busca la originalidad en el impacto, situado en un presente donde la producción fotográfica es tan accesible como reiterativa. Y plantea que tanto para él como para otros autores es menester la elaboración de un manifiesto, de una declaración de intenciones.
La actual muestra en Buenos Aires lo entusiasma y aunque no conoce mucho del país, leyó y escuchó que entre los porteños hay muchos y muy buenos psicólogos, más que en cualquier otra ciudad del mundo. “Mis fotos son de alto contenido psicológico (pop psicológico, según algunos críticos), se centran en etapas psicológicas –también económicas y sociales–, y en Buenos Aires mucha gente se analiza o está muy interesada en el análisis”, afirma. Aunque confiesa que no podría seguir enlistando razones para su deseo de exponer en Sudamérica, comprende que hay una gran riqueza en mostrar en pequeños espacios, que en todo el mundo los grandes museos están viviendo una gran y misma crisis y que le resulta fundamental mostrar su obra fuera de los grandes centros de la foto, como los circuitos tradicionales de Europa y los Estados Unidos. En tanto sigue su actividad en la fundación que lleva su nombre y que se aboca a la educación en fotografía, el año próximo tendrá dos grandes exhibiciones individuales en Chile y Brasil y ya programó, durante lo que pasó y lo que queda de 2014, muestras en Polonia, Suiza, Suecia, Francia y Alemania, pero también en Rusia, en Mozambique y en su país elegido, Sudáfrica.
Nació en Nueva York, en 1950. Su madre trabajaba como editora en la agencia Magnum y eso le dio contacto con el fotoperiodismo desde pequeño. Registró con su primera cámara algunos largos viajes de juventud (Europa y México), pero no le interesaba estudiar fotografía, ni dejar el “todo dado” en el disparo: había un más allá que fue descubriendo a medida que avanzaba en edad y en experiencias. Un período de obsesión por la pintura lo llevó a buscar otras formas para la fotografía cuyo objetivo de registrar, copiar y colgar en una pared no le resultaba suficiente. Otro viaje iniciático entre distintos puntos de Africa y Asia, propiciado por su trabajo en el negocio de la exploración mineral, devino en el comienzo de su labor fotográfica concreta.
Su proyecto Boyhood, realizado en los años ’70, fue el primero en publicarse –a finales de esa misma década– como foto-libro. Y es una serie que se separa de todo lo que llegaría poco tiempo después. Desde la serie que le siguió, Dorps, Ballen halló la autoría estética que hasta ahora continúa: ya entonces podían verse recortes y ambientes similares –quizá menos opresivos– a los que se ven en su producción actual. Siempre en blanco y negro, siempre develando un lado muerto en lo vivo, en lo inerte, dispuesto ahí para los vivos. En esa serie fotografió exteriores, pueblos de Sudáfrica por dentro y desde cierto afuera. Documentaba lo que estaba frente a él, lo que otras personas creaban. Pero los interiores fueron ganando peso en sus construcciones y sus inventarios de humanidad daban pasos más y más adentro de lo que parecía no haber sido mirado antes. No de esa forma.
Con Platteland volvió a los retratos de su primera fase, pero mostró a los que daban vida a ese mismo contexto rural de la serie anterior. Más allá de los freaks de Dianne Arbus, más allá del ojo sociológico de Walker Evans, más acá de la antropología para elaborar escenas que juegan en la delgada línea de la ficción y la realidad. Su siguiente trabajo, Outland, intentó ser un no lugar, un no retrato que a su vez incluyó la figura humana y le permitió revelar la fortaleza de su cuerpo de obra traducido en más piezas que lo alejaron finalmente del errado mote que le dieron alguna vez, “fotógrafo de pobres blancos”. Ocupado en significados visuales más que en conceptualizaciones verbalizadas, siguió definiendo su trama visual con Shadow Chamber, Boarding House y Animal Abstraction. Acercándose cada vez más a su última producción, el carácter instalativo de sus composiciones le quitan la etiqueta y le dan fuerza documental al mismo tiempo. A medida que uno se adentra en el trabajo de Ballen puede verse que la interacción con el tiempo aumenta, que las caras aparecen y desparecen con gran claridad, que el caos y el orden tienen lugar en igual medida y que la calidad y rigidez sobre el factor humano muta e indefectiblemente se mantiene en una línea que no negocia la selección natural y primaria de su fotografía.
Todo este camino recorrido se devela en Asylum of the Birds, proyecto con el que Ballen suma un trazo decisivo al lienzo total de su obra y donde se ve la panorámica de su paso a paso. Para él ésta serie tiene simplemente pasos adicionales y explica que con la escultura y las pinturas mucho más consolidadas se ve en Asylum... una mayor madurez. Pero, a la vez, subsisten los rasgos de familia: “Los hijos de una misma madre son distintos, pero nacieron todos de ella”, sostiene.
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