MUSICA A pesar de haberse pasado la vida colgado en el vacío con su música, en el 2005 al músico británico Jason Pierce se le llenaron los pulmones de líquido. El hombre que se drogó para hacer música para drogarse, volvió a drogarse pero esta vez bajo estricta prescripción médica, y el resultado fue una década más al frente de Spiritualized, un grupo con el que, en la segunda mitad de los ’90, supo formar parte de una tercera posición dentro del podio del rock británico, entre Radiohead y Oasis. Antes de su segunda visita porteña, Pierce confiesa desde Londres su admiración por el gospel, que cuando se enfermó tuvo miedo de no poder volver a subir a un escenario y que su vida gira alrededor de la música, esa curiosa máquina del tiempo bien asentada en el ahora.
› Por Micaela Ortelli
Todas las notas sobre Spiritualized comienzan retratando de alguna manera a Jason Pierce (Rugby, Inglaterra, 1965). No debería extrañar, ya que es su único miembro permanente, pero pareciera haber una tendencia especial a exponerlo, como para que no queden dudas de que uno de los compositores contemporáneos más sensibles y asombrosos del mundo es un ser humano que, por lo demás, nunca aprendió a escribir ni a leer música. Entonces, si la entrevista es en persona, se lo muestra lánguido, de jeans rotos y fieles anteojos de sol; si es por teléfono, probablemente se destaque su voz gastada o cuánto balbucea. Todos nos creemos con derecho a preguntar por su salud o la relación con su ex amigo y cofundador de Spacemen 3, Peter Kember (que nunca generó la misma fascinación, por más igualmente talentoso, prolífico e inusual). No hay crítica en la que no se mencione el consumo de drogas o las enfermedades que casi lo matan. Siempre resulta necesario señalar el contexto en que se gestaron sus discos, desgranar sus influencias, buscar las referencias de sus letras; lo que sea que permita traer a tierra música semejante y decir algo sobre ella que no sea una abstracción o una tontería.
El martes siguiente a la final Argentina-Alemania –partido que vio porque “fue difícil de evitar”–, Pierce atendió la primera llamada de una soporífera jornada de entrevistas antes de comenzar una minigira latinoamericana que lo depositará nuevamente en Buenos Aires el domingo próximo. Es la una de la tarde en Londres y Spaceman –su alias desde que empezó a tocar a principios de los ’80– se siente un poco “shaky”: recién se levanta y le duelen los huesos, “pero bien”. Para descontracturar responde qué otras cosas le gusta hacer además de música: ¿viajar, por ejemplo? “Puede ser, sí, sentarme y no saber adónde voy, sólo que estoy yendo a otro lugar. Aunque no deja de ser parte del trabajo. Qué sé yo, leo, no mucho más; mi vida gira alrededor de la música es prácticamente todo lo que hago.” Pierce –en pareja, padre de dos hijos– no conoce a nadie que le guste hablar de sí mismo y nunca se acostumbró a hacerlo, pero, afortunadamente, tiene dichos geniales grabados en el casete: “Amo lo que hago, amo la forma en que se pueden expresar cosas a través de la música y las letras que sería imposible de otra manera. La música es inmediata, sucede en el momento, y a la vez tiene esa increíble capacidad de convertirse en una máquina del tiempo y llevarte a otro momento de tu vida. Es algo muy poderoso”.
Cuando Spacemen 3 existía, el vocero principal era Sonic Boom –el alias de Kember–, que solía dar entrevistas en una habitación roja que encantaba a los periodistas. Era la prensa especializada (NME, Melody Maker) la entusiasmada con ellos, claro; si entonces en Gran Bretaña The Jesus and Mary Chain era el indie, Spacemen 3, salido de un pueblo de rugbiers excitados, era el indie del indie: todavía menos comercial, aún más extraño y drogón. Una de las frases más reproducidas de la banda fue la que dio título a un vinilo extraoficial del año ’90: Drogarse para hacer música para drogarse. Marcados por el rock de The Cramps, The Gun Club o los lisérgicos 13th Floor Elevators –todos norteamericanos–, Spaceman y Boom hicieron mucho de las dos cosas, tanto que terminaron peleados y nunca se terminó de saber por qué. Ellos, que con todo lo que consumían estarían viviendo en un dibujo animado, no deben recordarlo; aparentemente fue por dinero o, siendo los dos son tan creativos y personales, una típica guerra de egos. Como sea, a partir del tercer disco dejaron asentadas sus diferencias en las canciones: en Playing with Fire (1989) –donde sólo firman juntos “Suicide”–, las de Kember sacuden y las de Pierce sumergen, ejemplos notables son “Revolution” y “Lord, Can You Hear Me?”, que hablan por su nombre. Ya disueltos, Spacemen 3 lanzó su mejor trabajo, Recurring (1991), un viaje de una hora y media que habría sido la joya del año de no existir Loveless, de My Bloody Valentine.
Criado por su madre junto a dos hermanos, Pierce creció escuchando uno de los cuatro discos que había en su casa: Morningtown Ride, de The Seekers, un cuarteto de folk australiano de los ’60. Desinteresado en la escuela tanto como en el deporte, aprendió a tocar la guitarra solo, y a los 14, en una farmacia que también vendía discos, encontró el que le cambió la vida: Raw Power, de Iggy and The Stooges, que escuchó sin parar todos los días durante un año. Podría haberse comprado uno de Devo, dice, u otro de los Seekers, pero el pantalón plateado de Iggy lo cautivó; aunque no fue él quien eventualmente lo hizo decidirse por la música, sino la idea de buscarse un trabajo convencional: “Sí, puede ser que haya sido esa aversión”, se ríe. Con el préstamo del Estado para los estudios que nunca cursó, compró una guitarra eléctrica y un amplificador y se mudó con Natty Brooker (baterista de Spacemen, muy amigo de los hongos); él le presentó la música gospel, que lo atrapó para siempre: “Es que es inevitable: si escuchás un coro gospel es muy difícil que no te conmuevas; aunque no conectes con la letra, son personas cantando sobre su amor a Dios: es música honesta, no está tratando de vender nada”.
Separado de Kember, pasado de químicos, atravesado por la música negra y movilizado por el minimalismo a lo Steve Reich, Pierce siguió componiendo bajo el nombre Spiritualized (adaptado de la etiqueta del licor Pernod). Además de músicos académicos convocados para la ocasión, tocaban ahí el resto de Spacemen 3 y su amor, la tecladista Kate Radley. Sobre esto se cuidan más de preguntar los periodistas: porque no queda claro si ella tuvo la deferencia de dejarlo antes, pero en 1995 se casó con el líder de The Verve, Richard Ashcroft, y lo mantuvo en secreto durante dos años. Obviamente, al final se fue de la banda, pero su participación no fue accesoria. Lazer Guided Melodies (1992), el debut, es irresistible como todo disco que roce siquiera el shoegaze; sólo que acá, además, suenan dulcimer, chelo y violín, flauta, trompeta y saxo. En “Take Your Time” hay un piano jazzero que es una maravilla. Es decir, es un disco descifrable pero inexplicable, que aún repleto de ideas (y son siempre todas de Spaceman: canta las melodías a un dictáfono y los músicos las escriben) no pierde en ningún momento la simpleza: es un milagro. Pure Phase (1995) fue igual de fabuloso y sorprendente, con coros celestiales y teclados krautrock en una misma canción, una armónica para recordar que al fin y al cabo es sólo rock and roll, y la participación del cuarteto de cuerdas avant garde Balanescu. Es un disco luminoso, con títulos optimistas como “Good Times” y “Spread Your Wings” (“Extiende tus alas”, canción gloriosa), que en adelante no serían lo más común.
Radley dejó de tocar en Spiritualized después del lanzamiento de Ladies and Gentlemen We Are Floating in Space (1997), y así –no casualmente: es una gran tecladista y sus coros son soñados–, su presencia coincide con los mejores años de la banda. Por estos pagos fue un preferido entre entendidos, pero la mayoría estaba escuchando Ok Computer, de Radiohead, o Be Here Now, de Oasis. Con su inolvidable packaging simulando una tableta de pastillas –encargado especialmente a una imprenta de prospectos–, este disco es tan desesperantemente bueno que por fin llevó a Spiritualized a los primeros puestos de los charts y a los grandes matutinos. Fue el momento más alto de la carrera de Spaceman, que el mismo año también hizo historia con un show en el piso 113 de la famosa Torre de Canadá.
Desde luego, canciones como “Broken Heart” y “Stay with Me” fueron referidas a la separación de la inadmisible Radley: “Realmente no creo que nadie escuche las letras y se pregunte si son autobiográficas; eso viene con el marketing de los discos. Uno no escucha ‘You’ve Lost That Lovin’ Feeling’, de los Righteous Brothers, o ‘I Can’t Stop Loving You’, de Ray Charles, y piensa que lo que cuentan les pasó; lo relacionás con tu propia vida, ya no tiene que ver con el autor. Pero a veces la música no es lo suficientemente fuerte y hay que vender una historia. Y yo obviamente estoy metido en esto: si no diera entrevistas ni siquiera habría llegado a esta conclusión”, aclaró en aquel momento a la revista Mojo, respondiendo inquisiciones.
Los ex integrantes de Spacemen 3 también se fueron y Pierce convocó a Tim Lewis y Tony Foster (rastreables como Thighpaulsandra y Doggen, colaboradores de Julian Cope), que siguen hasta hoy. En Let It Come Down (2001) participan más de cien músicos (llevó cuatro años grabarlo), y es todo lo que se puede decir de este disco sin aplicar una reducción burda e inservible. Amazing Grace (2003) fue mucho menos metódico, aún muy marcado por el gospel, hay momentos de jazz improvisado y rock de garaje. En la portada no hay nombre ni título: sólo un brazo sin marcas extendido sobre una pared blanca (Pierce estaba en pareja y había sido padre dos veces para entonces). Más adelante, como si los dioses no pudieran resistirse a inspirarlo tanto como a atormentarlo, la historia concede otro inesperado clímax.
En 2005, mientras Jason Pierce tocaba en una performance de Patti Smith, dejó de respirar. Tenía los dos pulmones llenos de líquido: lo declararon muerto dos veces, sus hijos entraron a la habitación a verlo por última vez, llegó a pesar 50 kilos. Y se recuperó. Pasó casi un año en el hospital escuchando los beep de los monitores de los pacientes que iban desocupando las camas de a uno (“escuchando esa música”, dice él). Muerte, sacá el violín y tocame una canción, una canción que solíamos cantar, la que te trajo cerca mío, canta en Songs in A&E (Accidentes & Emergencias, en Inglaterra), álbum que definió como “una obra del diablo con un poco de mi guía”, ya que estaba en gran parte terminado antes de la terrible neumonía (finalmente se lanzó en 2008: no fue fácil darle cierre después de la experiencia). Tiempo después se hizo estudios para ver cuánto más podía abusar de su cuerpo y resultó que no mucho, al menos no del hígado, ya peligrosamente machacado. Para no dejarlo internado los médicos le ofrecieron tomar pastillas originalmente usadas para la leucemia, tan fuertes que apenas pudo salir de la casa el tiempo que duró el tratamiento. Así, más drogado que nunca, se propuso hacer un disco “pop”. En la portada de Sweet Heart Sweet Light (2012), lo último hasta ahora, hay un octágono con la palabra “huh?”, porque eso es todo lo que recuerda Pierce del período: una nebulosa. Curiosamente es el disco más convencional de Spiritualized; hasta tiene sus videos (hay que ver el de “Hey Jane”, la historia de una travesti que se prostituye contada de forma lineal, es estupendo).
Ahora Spaceman está bien de salud: “Tuve mala suerte”, desdramatiza. Después de los dos shows que dio en 2008 (uno en un festival, experiencia “siempre decepcionante: el rock necesita paredes”), viene por primera vez en formato acústico, para que se aprecien las cuerdas que no llegan a oírse en los discos. “Yo no necesito demasiado espacio cuando hago música, uso recursos muy simples, y en este show hay mucho espacio: es un formato que me permitió volver a tocar en vivo de un modo más amable. Cuando me enfermé pensé que nunca más iba a pisar un escenario.” La entrevista debe terminar y el misterio no se revela (no lo hará, no puede hacerlo); la música de Spiritualized es exigente y personal, como la vida: concreta, física y a la vez hay algo más, que excede, incomprensible, eso que siempre inquieta pero hace todo más bello y emocionante. Para él –y lo dirá el resto del día– sólo se trata de ser honesto: “La música que amo y que trato de hacer es música que afecte la vida de las personas, y para que lo haga tiene que ser honesta: si vas a hacer que alguien dedique tiempo y energía de su vida en tu música tenés que decirle la verdad”.
Spiritualized presenta su espectáculo Acoustic Mainlines el domingo 24 de agosto a las 20, en el Teatro Vorterix, Federico Lacroze 3455. Entradas: $ 400.
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