Dom 24.08.2014
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SEXO, MENTIRAS Y VIDEO

CINE Cameron Diaz y Sex Tape, la comedia que quiere darle erotismo a la pantalla grande y se queda con las ganas

› Por Mariano Kairuz

La nueva película de Cameron Diaz, Nuestro video prohibido, se llama originalmente Sex Tape, pero de sexo tiene poco más que el título y la palabra misma, que es mencionada por los protagonistas hasta vaciarla. Y es que no es una película sobre el sexo sino sobre la falta de, sobre el pudor, y hasta cierto punto sobre ese virus de la vida contemporánea que son los videos sexuales.

El director Jake Kasdan reúne a Diaz y Jason Segel, la pareja de su film de 2011 Malas enseñanzas, que acá interpretan a Annie y Jay, matrimonio con una larga década juntos, dos hijos e intimidad sexual de menguante a nula. Cuando finalmente consiguen tener una noche a solas, se descubren oxidados y deciden estimular un poco la situación grabando una suerte de falso tutorial de posturas sexuales con la función de video de alta definición de un iPad. La idea es reproducir todas y cada una de las ilustraciones de The Joy of Sex, el manual del físico, escritor, gerontólogo y anarquista inglés Alex Comfort, que estuvo al tope de la lista de best sellers de The New York Times durante casi tres meses a principios de los ’70, razón por la cual –y a pesar de no haber incluido entre sus opciones las del sexo entre personas del mismo género– se lo suele considerar un producto significativo de la revolución cultural de su época. Obligándose a sí mismos a contorsionarse más allá de la flexibilidad de sus cuerpos casi cuarentones, fingiendo –con el mero objetivo de calentarse un poco más– que son observados por otros, Annie y Jay compensan la larga abstinencia de los últimos años dándole duro durante tres horas. O eso nos dicen, porque ahí, donde comienza el video sexual, sobreviene la gran elipsis de la película, aquello de lo que se va a hablar vagamente una y otra vez pero de lo que no vamos a ver casi nada, y ahí mismo es donde empieza el gran problema, la enorme decepción de Nuestro video prohibido. El conflicto que sigue es sencillo: la modesta aventura de Annie y Jay tratando de recuperar las copias existentes de ese video que no, no querían que viera nadie más.

Si de algo parece hablar Sex Tape, acaso sin proponérselo, es de todo el sexo que no vemos en las películas contemporáneas, de su falta de riesgo y de temperatura. El retroceso en la materia es tema de discusión desde por lo menos los años ’80, que ya nos hacían extrañar la carga erótica del cine de la década previa. Las cosas sólo fueron en declive de ahí en más: hasta el cine slasher –que en los ’80 se había dedicado a castigar a los adolescentes que cogían a espaldas de sus padres– dejó de mostrar sus encantadoramente gratuitos desnudos femeninos y para cuando a principios de los ’90 Sharon Stone cruzó y descruzó las piernas en Bajos instintos, ese plano de un segundo alcanzó para derretir al público en los cines de todo el mundo.

La siguiente entrada en la carrera de Sharon como icono sexual fue un hiperpromocionado fiasco llamado Sliver, que trataba justamente sobre un perversito que la espiaba en su intimidad mediante las cámaras de seguridad de su edificio, en tiempos de video analógico. Para fines de esa década nacía el fenómeno de los sex tapes de celebridades, que tenían sin embargo un escandaloso antecedente en la sesión protagonizada por Rob Lowe en una habitación de hotel en la víspera de la convención demócrata en Atlanta en 1988. Escandaloso, porque una de las dos chicas con las que aparecía Lowe, de 24, tenía 16 años (y aunque él adujo no saberlo, lo cierto es que ésa era la edad legal “de consentimiento sexual” en Georgia, con lo cual no había delito). Se suele decir que este tape casi arruina la carrera del actor, que no era tan prometedora después de todo, pero Lowe sobrevivió en un respetable espacio secundario, y más tarde él mismo parodiaría la cuestión en Saturday Night Live. Su participación en Nuestro video prohibido es por supuesto un guiño sobre aquel sex tape pionero, pero pasa de largo con la misma inocuidad del resto del relato.

El estreno de Sex Tape unas semanas atrás en Estados Unidos motivó que varios medios se dedicaran a repasar la historia moderna de los videos “hot” de famosos, la manera en que fue evolucionando y se fue desvirtuando hasta no valer casi nada. Cuando Pamela Anderson grabó los suyos con Tommy Lee y con Bret Michaels, no parecía haberlos hecho con la intención de que se volvieran públicos, aunque sí se sospechaba que la conejita y ex chica Baywatch decidió capitalizar el incidente en lugar de combatirlo, e hizo un conveniente arreglo por dinero. Corría 1998; para cuando cinco y casi diez años más tarde aparecieron los de Paris Hilton primero y Kim Kardashian después, el truco empezó a echar un poco de olor; después de todo, estas dos chicas parecían deberles sus carreras a sendos “descuidos”. Hoy, el morbo suscitado por este subgénero del porno –el espectador común intrigado por cómo es la vida sexual de los ricos y famosos, y en general decepcionado al encontrarse con que es, o se ve al menos, más o menos igual que la de los pobres & desconocidos– se ve atenuado por la sospecha de cálculo en su producción y distribución.

Pero, promocionada por unos presuntos desnudos que no son tales –hay una remera blanca transparente, un par de culos al aire, y muy poco más– el mayor problema de Nuestro video prohibido no es haber llegado tarde al fenómeno sino que se pierde la oportunidad de convertirse en la gran comedia sexual (en el Joy of Sex) de su época, o incluso en la gran revancha del sexo corriente y el video-hot-amateur después de todos estos años de aburrirnos con los fiascos de las celebridades. Volviendo a Bajos instintos, apenas veinte años atrás, cuando ya todo estaba perdido, es entendible que haya conectado tan bien con el público de su época: no porque expresara las ganas de los espectadores de enredarse de verdad con una ninfómana asesina, sino porque proponía una fantasía intensa, peligrosa, liberadora y propulsora de adrenalina, y para eso, para ofrecernos fantasías es que existe, en buena medida, el cine, que para restricciones y represiones como las de los aburridos Jay y Annie ya tenemos bastante con la vida real.

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