› Por Ulises Conti
The Velvet Underground es para mí lo que seguramente sean los Beatles o los Stones para muchos músicos de mi generación; sin embargo, la razón por la cual estoy acá es para que dejen de leer ahora esta columna y vuelvan a escuchar o escuchen por primera vez Songs for Drella; no hace falta que lo escuchen todo, con los tres primeros temas ya está bien, es suficiente para que pueda cambiarles la vida. La música, creo, trata de excitar con sonidos. Esta es una premisa que me resulta inquietante. Es mentira que la música actual no es para todos, es una gran mentira que nos hicieron creer, no existe una ruptura tan grande entre la música moderna y la del pasado. En verdad no existe ningún tipo de ruptura, lo que sucedió fue que los recursos aumentaron. Vivimos en una sociedad visual, el sonido es un factor fugitivo, algo que viene después; sin embargo, existen los discos como Songs for Drella. Dicen que es un disco oscuro y melancólico, para mí es un disco luminoso y emotivo, un retrato fragmentado, una obra maestra sobre la amistad.
Compuesto y producido íntegramente por Lou Reed y John Cale, publicado en 1990, es un homenaje a su amigo Andy Warhol tres años después de su muerte, a quien su grupo de confianza cariñosamente llamaba “Drella”, mezcla de Drácula y Cinderella.
Por el lado de Reed, a comienzos de los años ’60, el gran Doc Pomus, quien compuso un centenar de hits que tenemos en nuestro inconsciente, le abrió las puertas de la industria, permitiéndole grabar en diferentes estudios algunos temas para otros songwriters. Por el lado de Cale, un joven violista, pianista y compositor proveniente de Gales, viajaba a Nueva York a estudiar música con compositores como Lamonte Young y John Cage.
Sin dudas, algo milagroso hizo que Cale y Reed se encontraran a mediados de los años ’60 y tuvieran la genialidad de armar una banda sin precedentes llamada The Velvet Underground, ampliando el campo de posibilidades musicales, uniendo el rock, la música popular y el blues con la música experimental y de vanguardia a partir de su primer disco juntos, producido y apadrinado justamente por Warhol.
Songs for Drella también es el reencuentro de estos dos músicos después de más de 20 años de silencio y la antesala del regreso de VU en 1993. Creo que uno de los grandes secretos del disco es la emoción que provoca la primera persona en muchas de sus letras, que disparan frases como éstas: “Cuando crecés en una pequeña ciudad, decís: ningún famoso nació aquí. Una pequeña ciudad sólo tiene una cosa buena: sabés que te querés ir”; “Vamos a hacer una película acá la semana próxima; no tenemos sonido, pero son tan geniales que no hace falta que hablen”; “El problema con un clasicista: mira un árbol y eso es todo lo que ve, pinta un árbol”; “El problema con un clasicista: mira el cielo, no pregunta por qué, sólo pinta un cielo”; “Piensas demasiado, eso es porque hay trabajo que no quieres hacer”; “Siempre me enamoro de alguien que tiene el aspecto que a mí me gustaría tener; siempre me quedo mirando a alguien que hiere y al que hieren es a mí”; “No me amenaces con las cosas que te haces a ti mismo”.
Hace unos años estaba de gira en Nueva York y una mañana fui a visitar la iglesia de St. Anne en Brooklyn, donde hacía 20 años habían presentado este disco antes de publicarlo; ese día comprobé que las resonancias del pasado que habitan los espacios arquitectónicos esconden en el entramado sonoro muchos misterios.
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