Dom 31.08.2014
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EL GRADUADO

ENTREVISTA Cuando empezó a incursionar en teatro, con nombres de la escena contemporánea como Mariana Chaud o Romina Paula, Esteban Lamothe trabajaba en una parrilla: había venido a Buenos Aires a estudiar Nutrición y terminó participando del ciclo Biodrama. Y ahí comenzó la curva ascendente. Primero en el cine: Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, y El estudiante, de Santiago Mitre, lo pusieron en foco y, después de un casting, se sumó al elenco de Pol-ka. Ahora tiene al mismo tiempo la popularidad de la televisión y el prestigio del cine independiente, y en esa doble condición está a punto de estrenar El cerrajero, la nueva película de Natalia Smirnoff, y comenzará el rodaje de la muy esperada La patota, una remake del clásico de Mirtha Legrand y Daniel Tinayre.

› Por Nazareno Brega

Hace unos años, Esteban Lamothe se transformó en uno de los actores más reconocidos en el nicho del cine nacional por haber interpretado en El estudiante a Roque Espinoza, ese chico de pueblo que de a poco se adueñaba del mundillo político universitario a pura argucia carismática. “Por suerte, la película pudo trascender los límites del Bafici y el Malba”, celebra Lamothe. El actor enseguida tuvo su primera gran oportunidad en la televisión interpretando a Jorge Carrizo en la tira de Pol-ka Soy tu hombre. Lamothe explica que “la llegada a la tele fue por un casting con Adrián Suar. Me junté con él un par de veces y me fue bien. Empecé con un papel chiquito que fue creciendo. Yo pensé que la tele estaba llena de codazos, pero Luciano Castro y Joaquín Furriel fueron grandes compañeros, y me dieron un lugar. Eso es fundamental. Y también es importante entrar de a poco cuando no conocés el paño. Al principio hacía una escenita y me quedaba a un costado viendo desde afuera cómo funcionaban las cosas, cuál era la velocidad que tenía todo... Un poco como el personaje de El estudiante”. Y como Roque, Lamothe enseguida se ganó un lugar más importante y en Farsantes, la siguiente tira de Pol-ka, interpretó a Antonio Manero, pareja del personaje de Griselda Siciliani. La curva ascendente se pronunció más este año, que encuentra a Lamothe con un protagónico en Guapas poniéndose en la piel de Pablo González, pareja del personaje de Isabel Macedo. Juntos protagonizaron el momento dramático televisivo del año, interrumpiendo la euforia mundialista, cuando sus personajes enfrentan la noticia de la pérdida de un embarazo.

En el Bar Conde de Colegiales, cita ineludible a pasos de su casa para casi toda entrevista, Lamothe no puede estar sentado diez minutos seguidos sin que alguien se acerque a pedirle una foto o a saludarlo. Y ante cada pedido mantiene esa calidez que les da a casi todos sus personajes. “Es lindo que te reconozcan; pero si te excitás con los saludos de la gente, mañana, cuando ya no estés más en la tele, te vas a querer matar. La tele vive siempre en el presente”, reconoce Lamothe. Y aclara que le interesa “seguir haciendo tele, siempre que me respeten los tiempos para hacer cine como hasta ahora. Está comprobado que no es así, pero ojalá que la tele consiga que vaya más gente al cine a ver alguna película que haga. Prefiero eso antes que salir en una revista o que me saluden por la calle”.

El estreno cercano de El cerrajero, la segunda película de Natalia Smirnoff, puede ser una buena prueba para la creciente popularidad de Lamothe. La directora de Rompecabezas lo convocó para que interpretara al mujeriego dueño de una cerrajería de emergencias que, después de enterarse de que una de las chicas con las que sale está embarazada, comienza a percibir secretos de sus clientes que relata mientras les abre las puertas. “Filmamos la película hace mucho ya, cuando estaba haciendo Sos mi hombre. Ya lo siento un poco raro y lejano porque en esa época tenía otro cuerpo, otra cara... Hasta dormía bien porque todavía no había sido papá”, se sincera el actor.

“Me acuerdo de que ensayamos mucho tiempo con Natalia, algo que no es tan común en el cine argentino, y que el personaje es muy femenino. No porque sea amanerado ni nada, más bien todo lo contrario, sino porque la película tiene una mirada muy particular sobre la soltería y la paternidad. Todavía no pude verla terminada, pero me da un poco de miedo verme después de tanto tiempo, no tanto por un tema de actuación, porque yo no soy un actor que componga demasiado, sino porque el personaje no se parecía mucho a mí, y además me intriga mucho saber cómo filmó una mujer todo esto”, confiesa Lamothe.

No es la primera vez que el actor se pone bajo la dirección de una mujer, aunque sus experiencias anteriores están relacionadas con el teatro independiente, la tercera pata de la firme carrera de Lamothe. “Conocí a Pilar Gamboa estudiando con Cristian Drut. Después me pasé con Alejandro Catalán y encontré a Romina Paula. Y al tiempo Esteban Bigliardi también empezó a venir. Con Pilar y Bigli queríamos hacer algo sobre unos hermanos y la llegada de una prima, y convocamos a Romina Paula para que nos dirija. Eso se transformó en Algo de ruido hace, y después hicimos un par de obras más juntos”, rememora Lamothe.

Y sin reprocharse nada, reconoce que “ya no podía hacer Fauna, la última. Extraño mucho del teatro esa cotidianidad de salir a comer con tus amigos después de la obra, pero ahora prefiero quedarme en mi casa a la noche. Cuando sos padre ya no podés irte veinte días de gira a Brasil y dejar a tu mujer sola con un pibe que llora todo el día. Estoy recontento con todo lo que hice, pero extraño más a los amigos que el teatro independiente. Terminé mi vínculo con el teatro de una forma ideal, trabajando sobre un texto que me gustaba y recorriendo el mundo con mi mejor amigo. Es insuperable, como un amor de verano”.

Los primeros pasos del actor en Buenos Aires poco tienen que ver con el teatro: “Había venido a Buenos Aires a estudiar Nutrición, pero me iba muy mal. No de vago, por burro. Dejé y empecé a trabajar en una parrilla. Ahí lo conocí a Bigli, con quien nos hicimos mejores amigos, y también a Juan Ameijeiras, un guionista. Yo era muy ignorante con el tema del arte, salvo por la música que me pasaba un primo. Juan me pasó los libros de Cheever, Carver, Dostoievski; las películas de Kitano y de los Coen; y me llevó a ver obras de Ricardo Bartís y Federico León. Ese chabón fue revelador para mí y para Bigli. Yo no me acuerdo haber tenido un momento más revelador con el arte. Y ahí, medio que por él empecé a hacer unos cursos de teatro en el Rojas y descubrí otra manera de actuar además de la de Rocky, que igual todavía me encanta”.

Lamothe se metió de lleno en la actuación y “al tiempo estaba haciendo Foz, con Catalán, y Luis Ziembrowski me llamó para la película La vida por Perón, de Sergio Bellotti. Gané una plata, como si fueran 35 mil pesos de ahora, y renuncié a la parrilla. Me compré una campera y salía de reviente todo el tiempo al Salón Pueyrredón. Al mes siguiente me quedé sin plata y tuve que volver a la parrilla con la cabeza gacha, como si fuera Homero volviendo a la planta nuclear por una puerta que dice ‘humillado’. La película estaba buenísima, pero no la vio nadie, y volví a boxes y pasé muchos años sin volver a filmar”.

Lamothe no se desanimó y se hizo fuerte en el teatro independiente. Fue uno de los protagonistas de Budín inglés, la obra de Mariana Chaud sobre cuatro tipos de lectores porteños, que formó parte del ciclo de Vivi Tellas, Biodrama. “Mi personaje estaba inspirado en Mariano Llinás. Nos conocimos y terminé actuando en Historias extraordinarias. Y así llegué a los demás chicos y filmé Rosalinda, El estudiante y el resto. Tuve suerte. En el cine tenés que encontrarte con la gente adecuada porque, por más que seas un gran actor, si te está filmando un boludo... Hay que estar siempre atento y leer los guiones, por más que te lo haya acercado un pendejo de la FUC y te dé paja... te podés perder una ópera prima increíble. Sería muy ingenuo de mi parte creer que esa generación de cineastas, como Matías Piñeyro y Alejo Moguillansky, que nos filmó a mí, a Romina Paula, a Bigliardi y a toda esa banda, siguen siendo los directores nuevos.”

“A mí a veces todavía me dicen en las notas que soy la cara nueva del cine argentino por El estudiante, pero en realidad lo que me diferencia de Julián Tello o Larquier es la televisión. Y la tele no digiere mucho las caras nuevas... Las caras nuevas de la tele son Marco Antonio Caponi, Alejandro Ajaka, que este año la pegó con Donofrio; Pilar Gamboa, y no hay muchas más novedades... Por lo general siempre están actuando los mismos cinco que se combinan de diferentes maneras”, reflexiona Lamothe.

Sobre su rol en las tiras, el actor agradece que “por suerte enseguida sentís que tenés permiso para acercar al personaje a un territorio más cómodo. No existe en la tele un Martín Rejtman que te mata si le tocás una coma en el diálogo; no hay un autor que defienda su quincho con uñas y dientes. Tenés que estar fresco todo el tiempo y saber que si la escena tiene ritmo, sale. Se filma un capítulo por día, que son 50 minutos. Casi lo mismo que dura una película, que te llevaría seis semanas hacerla, o una obra que te la pasás ensayando un año. La proporción es animal”.

Lamothe dice que, apenas pueda, quiere descansar. “Hice tres tiras seguidas, vengo de filmar El cinco de Talleres y ahora tengo otra película más. Y en el medio tuve un hijo. Es como que pasó una vida en el medio de toda esta vorágine.” Ese torbellino lo llevó hasta la mismísima mesa de Mirtha Legrand, donde acompañó a Julieta Zylberberg, su mujer, en un programa copado por Relatos salvajes. “Estaba muy nervioso y dudé mucho antes de ir, pero forma parte del juego sentarte a promocionar un programa de tele y una película que hiciste. Fue raro comer con toda esa luz, al lado de Ricardo Darín... Por suerte, Szifron hizo su show”, comenta entre risas.

“En ese momento no entendí la dimensión de la discusión. En realidad estuvieron hablando siempre de cosas distintas, pero me pareció bárbaro lo que dijo Szifron. Me sorprendió el circo que se armó después alrededor, fue lo más cerca de un escándalo que estuve en mi vida. Igual yo la jugué de Cayetano”, dice como si se hubiera quedado estudiando la situación con esa picardía de aspecto inocente que ya parece marca registrada de aquel Roque Espinoza a quien pareciera que, una vez más, Esteban le toma prestada una estrategia. Mal no le fue.

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