PERSONAJES Desde los míticos tiempos del Tabarís y El Nacional hasta el revival de Tango Argentino, María Nieves formó juntó a Juan Carlos Copes la más famosa pareja de tango del siglo XX. Su cuna literalmente fue un conventillo y el baile en las pistas de barrios como Saavedra o Mataderos, su educación sentimental. Aunque se dice cansada de todo lo relacionado con cortes y quebradas, aún se tira unos pasitos en las renovadas milongas de estos días. Acaba de aparecer una biografía dedicada a su vida y en poco tiempo termina el rodaje de una película que la tiene como protagonista. A punto de cumplir 80 años, María Nieves cuenta su historia.
› Por Mariano del Mazo
“Estoy cansada de hablar de mí. Todos me llaman. Unos muchachos amigos de la milonga quieren que vaya a tirar unos pasitos. ¡Cómo les voy a decir que no! Pero ya está, es lo último que acepto. Me están doliendo las piernas. Estoy grande, querido. Necesito paz. Y eso que no tengo celular, eh. No entiendo a la gente que está todo el día, meta el telefonito. Van ciegos por la calle. Y ni hablar Internet. No tengo ni idea, pero me dijeron que es un bolonqui. ¿Vos qué decís? No te quedés ahí parado. Ponete cómodo, sentate, dale.” El 6 de septiembre cumple 80 años y María Nieves Rego sigue siendo una locomotora imparable que habla, gesticula y reparte barrio como salida de una tira costumbrista marca Suar. Enciende un cigarrillo tras otro. Fuma dos atados, con boquilla y aristocracia de bajofondo. Conserva la línea: una enérgica delgadez que en situación de milonga muta, aún hoy, en una elegancia insuperable. Aunque dice, también, que está cansada del baile. “Ya está. Tampoco puedo escuchar tango. Estoy saturada. Prefiero el jazz. Son 60 años de tango.”
María Nieves se niega a todo, pero es una puesta en escena: termina aceptando todo. Es más una actitud crepuscular de modestia y discreción. Se cuida de que la congelen en el bronce o en un estereotipo. Pero esa pátina de mujer vivida es más poderosa: no puede no hablar de su increíble existencia –que ya tiene libro, que tendrá película–, de una infancia repartida entre conventillos y un padre violento, de los años con Juan Carlos Copes, de su roce social con figuras que pueden ir de Ron Wood a Gene Kelly, de Lady Di a Anthony Quinn. “El tango abre puertas. A mí me parece todavía un cuento de hadas. Yo soy una mujer que aprendió todo sola, una intuitiva. Mirá: soy fanática de Raúl Berón... Raúl Berón con la orquesta de Miguel Caló para mí es un instante supremo del tango. Y Berón no sabía música, era pura intuición. Como yo. En mi época era así: una aprendía de lo que escuchaba y de lo que veía.”
Vive sola en una planta baja de un edificio en Belgrano, con patio, plantas y piletón antiguo. En medio de una decoración de discreta burguesía de origen popular en la que no sobraría una virgen de yeso, la rodean premios, distinciones y fotos con Juan Carlos Copes, a quien no nombra: le destina un impersonal “él”. La historia de la pareja Copes-Nieves es ejemplar, una maravillosa muestra de simbiosis personal y dancística: crecieron juntos artísticamente, fueron marido y mujer, dupla de tango y se amaron y odiaron con una intensidad tóxica. Sobrevive un rencor que no excluye un cariño antiguo, quizás eterno. ¿Se puede bailar tango profesional amando? ¿Se lo puede bailar odiando? “Nosotros fuimos la pareja del siglo XX. No es soberbia, por Dios. Pero es la verdad. Nos costó mucho imponernos. El inventó todo, él trasladó el baile de la pista al escenario, él se miraba en el espejo de Fred Astaire, de Gene Kelly. Y yo puse lo mío. Todo lo que sé lo sé de él, pero él también aprendió de mí. Eramos una sola persona. No tengo rencor. ¿Vos decís que sí? No creo. Ya sufrí todo lo que tenía que sufrir. Yo hubiera seguido como pareja artística, pero me dejó en banda. Al final me hizo un bien: pude demostrar quién soy. Como puso un diario en una crítica del espectáculo Tanguera: ‘María Nieves tiene luz propia’. Me jodió que me arrumbara cuando ya era veterana. Te hablo de lo artístico, porque cuando eso ocurrió ya hacía rato que nos habíamos separado sentimentalmente. Mirá: cuando mejor bailé con él fue cuando más lo odiaba. Esa tensión, esa electricidad, me hacía concentrar y bailaba bárbaro. De afuera nadie lo notaba.”
Nieves se refiere amargamente al año 1996, cuando se disolvieron artísticamente. Juan Carlos Copes estaba tratando de asentarse como coreógrafo. Quería reciclarse, no depender de lo físico y decidió encarar una nueva etapa solo. Nieves quedó knock-out. Acaba de editarse la biografía Soy tango (Planeta), escrita por María Oliva, que a la manera de un monólogo narra dolores familiares, penurias afectivas y glorias profesionales. Habla mucho de ese instante: “Me deprimí tanto que no tenía ni ganas de levantarme de la cama. Durante dos años –aunque a mí me pareció una vida– no quería ver a nadie, ni a mi familia. Mi madre ya no vivía –ella había muerto en 1993– y me quedé sola, con mi perra Malena. Había bailado tanto tiempo con él que creía que sin él yo no valía nada. Me sentía una jovata tonta y engañada. Y lo peor es que en los primeros meses no perdía la esperanza de que él recapacitara”.
Copes tiene su mirada de lo que su ex esposa llama “traición”. Contó en Quién me quita lo bailado (Corregidor): “Los quilombos venían de hacía mucho. Padecíamos estar juntos. Alguna vez tenía que tomar la decisión de hacer un espectáculo sin ella. Yo sabía los riesgos que corría: el público nos tenía muy identificados. Además, siempre tuve claro que Nieves es irremplazable”. Copes formó pareja con su hija Johana –con todo lo que eso significa en una danza con grandes componentes eróticos– y, después de la depresión, Nieves boyó sin partenaire estable. Como Beatles del baile de tango, sus carreras se vieron perjudicadas: todos querían verlos juntos y los empresarios ponían torres de dólares sobre la mesa para que regresaran. Fue irresistible. A fines de 1999 se repuso Tango Argentino en Broadway y volvieron, fugazmente. El musical de Héctor Orezzoli y Claudio Segovia fue clave en la trayectoria de Copes y Nieves y, también, en la historia del tango. Fue una bisagra: el éxito global a partir de su estreno, en París, en 1983, significó el principio del fin de la melancólica decadencia de los años ’70. Con Tango Argentino comenzó una etapa cuyas consecuencias se pueden advertir en la proteica actualidad de orquestas jóvenes, cantores, poetas y milongueros. Para la segunda versión de Tango Argentino, entonces, en 1999, Copes y Nieves hicieron de tripas corazón y bailaron. “La guita era muy buena. Ni nos hablábamos. ¿Sabés qué tango bailamos? Un tango hermoso, cuyo título era una perfecta definición de lo que estábamos viviendo: ‘Patético’”, ríe Nieves. Pero la mueca es amarga.
MI CUNA FUE UN CONVENTILLO
Su cuerpo es como un junco y, como un junco, parece indoblegable. Siempre vuelve a quedar erguida, fuerte, con su puchito rubio y su verba arrasadora. La protege una mezcla de nobleza arrabalera y la inimputabilidad que dan la honestidad y el paso del tiempo. “Minas fieles de gran corazón”, dice la letra de “Tiempos viejos”, y tal vez hable de mujeres de su raza. Nieves nació el 6 de septiembre de 1934 en un conventillo en el barrio de Saavedra, dato biográfico que le tatuó los colores de Platense para siempre. “Siempre viví en conventillos. El primero quedaba en Blanco Encalada, entre Cabildo y Ciudad de la Paz. Mis padres eran inmigrantes gallegos, analfabetos. Mi papá trabajaba de repartidor de leche y era golpeador. Mi mamá, pobre, siempre fue muy sometida. Eramos cinco hermanos y, como mi padre murió a los 45 de tuberculosis, tuve que salir a trabajar de sirvienta. No tengo buenos recuerdos de mi padre. No me interesa hablar de él. Murió tan joven por lo malo que era.”
Mientras fregaba, paraba la oreja cada vez que la radio pasaba un tango. Que en esa época, los ’40, eran muchas veces. Dice que se le iban las piernas. “Agarraba una escoba, la abrazaba y me ponía a caminar de un lado a otro.” Empezó a acompañar a su hermana mayor, la Ñata, a la milonga. Era una nena. “La Ñata bailaba muy bien. Los hombres se peleaban para bailar con ella. Una vez estábamos en el Estrella de Maldonado y apareció él. No me olvido más, fue en 1947. Era un patadura, pero muy lindo. Sacó a la Ñata. Yo creo que ahí me bichó. Esa noche me fui a dormir pensando en él. Se tomó su tiempo para aprender a bailar, un año por lo menos. La siguiente vez que lo vi fue en Atlanta. Con la barra de la Ñata empezamos a ir ahí, que se armaban unas milongas bárbaras. Pero yo todavía no bailaba. Había desarrollado, me había vuelto un minón. Una noche él le pidió permiso a mi hermana para sacarme a bailar. Y la Ñata, no sé por qué, le dijo que sí. El fue vivo: se ganó la confianza de ella... A los pocos meses le volvió a pedir permiso, pero para que seamos novios.”
Juan Carlos Copes había decidido que el baile iba a ser el centro de su vida. También era de origen humilde, y vislumbró que era el camino para ser alguien. En esos primeros abrazos con Nieves sintió que había encontrado la mujer ideal para la empresa. “Encontré mi Stradivarius”, se dijo. Copes y Nieves iniciaron una actividad febril, enloquecedora: practicaban de día, iban a la milonga de Atlanta de noche. Se hicieron fuertes en un club de prestigio milonguero. Era un tiempo en que el tango se desarrollaba en los barrios y eso incluía la formación de barras –que podían llegar a ser pendencieras barras bravas– y estilos. Un tipo de Villa Urquiza no bailaba como uno de Mataderos y los seguidores de, por ejemplo, la orquesta de Osvaldo Pugliese no tenían nada que ver con los de Juan D’Arienzo. Copes y Nieves gastaban la pista: se paraban para mirarlos. “Teníamos algo... especial. No sé, es inexplicable –dice Nieves y pita la boquilla–. Eramos buenos, sí, pero además nos complementábamos... Yo creo que hasta influyó que él fuera morocho y yo de tez blanca. Fijate lo que te digo.”
De la pista al escenario, del escenario a las giras, de la Argentina a América latina. Copes formó un grupo de baile y diseñó coreografías inspiradas en los musicales norteamericanos. Primero los contrató Carlos A. Petit para el Tabarís y El Nacional, y luego para el Chantecler. Después anduvieron por Centroamérica, con Astor Piazzolla. Algunos pocos años antes que los Beatles, Copes y Nieves brillaron en el horario central de The Ed Sullivan Show. “Fue impresionante cómo trabajábamos. Era extenuante, también. En 1965 nos casamos en Las Vegas. Fuimos muy felices y también muy infelices. El era muy pintón, las minas se le regalaban. Yo me hacía la boluda, pero no era fácil para mí.”
Del exterior le mandaba dinero a su madre. Cuando se separó definitivamente de Copes, ya en Buenos Aires, la llevó a vivir con ella. “¿Sabés cómo la extraño? Para mí fue un orgullo poder sacarla de la vida de mierda que tenía, siempre limpiando en casas ajenas. Si me preguntás qué es lo más quiero en la vida no lo dudo: que mi vieja esté viva, y poder tomar unos mates con ella.”
Suena el teléfono y no atiende. “Sigamos charlando.” Va hasta un placard y saca una carpeta de fotos. Se la ve hermosísima, como una actriz italiana de la década del 60. Pasan las hojas: bailando en la Casa Blanca, con Anthony Quinn (“Yo sé que le gustaba... decí que estaba con su mujer”), con Aníbal Troilo, con Piazzolla, en Caño 14, con Ron Wood. Está filmando una película sobre todo eso. Se titula Un tango más, la dirige Germán Kral –un realizador argentino radicado en Alemania– y va a ser estrenada en el 2015. “En octubre termina la filmación –cuenta Nieves–. Hay una nena que hace de mí cuando tenía diez años, otra que hace de Nieves a los 20, otra a los 40 y yo misma que hago de mí en la actualidad. Vamos a ver qué sale.”
Habla Nieves. Que sus 80 lo va a pasar normal, sola. Que no le gusta Mora Godoy, “mucha acrobacia”, que le gustaba cómo bailaba Beba Bidart. Que tiene unos sobrinos nietos “preciosos”. Que desconecta el teléfono y se acuesta temprano. Que su tango preferido es “Mensaje”. “¿Lo conocés?” Sin esperar respuesta recita: Nunca quieras mal/ total la vida qué importa/ Si es tan finita y tan corta/ que al fin el piolín se corta.../ No te aflija el esquinazo del dolor/ y si el amor te hace caso/ no le niegues tu pedazo de candor/ que es lindo creerle al amor.
Se la ve conmocionada. Pregunta: “¿Ya está?”. Acompaña a la puerta. Y dice: “Esta noche me invitaron de la milonga de Villa Malcolm. ¿Cómo no voy a ir? Es buena gente. Me miman. A lo mejor me bailo un tanguito. ¿Viste cómo estoy bailando ahora? Algunos pasitos tiro. Fijate en la computadora. Me dicen los muchachos que hay imágenes en YouTube”.
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