TELEVISION A partir del miércoles que viene, la señal A&E trae una buena noticia: el estreno en cable de Orphan Black, la serie de ciencia ficción canadiense que viene sumando prestigio, fans y admiración. Protagonizada por clones es, como suele suceder en estos casos, un relato sobre la identidad y la filiación. Pero la que de verdad se roba cada episodio es la talentosísima joven actriz Tatiana Maslany, que se las arregla para componer una decena de personajes diferentes pero todos clones de sí misma, replicantes totalmente distintos entre sí bajo un mismo rostro.
› Por Mariano Kairuz
Hay en algunos folklores una profecía fatal que advierte que aquel que se encuentra con su propio doble, habrá de morir pronto. Así lo asegura el mito del Doppelgänger, y así se repetía y se cumplía con violencia en una película del demente Kiyoshi Kurosawa, titulada justamente Dopperugengâ. Y así arranca, de alguna manera, la impresionante serie canadiense Orphan Black: unos segundos después de verse –en una estación de tren, por primera vez en su vida– con su gemela Sarah, Beth se saca los zapatos y deja la cartera en el andén y se lanza a las vías para hacerse destrozar por la máquina. Ante lo cual el primer reflejo de Sarah es tomar la cartera de la suicida y salir del lugar corriendo, sin poder procesar lo que acaba de pasar ni adivinar lo que le espera.
Los que siguen recomendaciones de series en sitios especializados y redes sociales, ya saben cuál es esta producción con destino de culto que lleva dos temporadas (y una tercera en camino) y que acá arranca por A&E el próximo miércoles 3 de septiembre a las 23: Orphan Black es la de los clones. Chicas iguales a Sarah y a Beth y, conforme avanzan los primeros episodios, a por lo menos otras cinco hermanas de laboratorio. Uno de los conceptos centrales del programa es el de identidad: salta a la vista que Beth vestía y probablemente vivía mejor que Sarah –que al momento del encuentro viene escapando de su violento novio dealer con algo de merca que le robó para financiar su independencia–, por lo que ésta decide tratar de sacar partido de la situación haciéndose pasar por la recién suicidada, e indagar hasta dónde la lleva. Intrépida, asume el riesgo de ocupar el lugar de otra incluso cuando descubre que Beth era una mujer policía y que estaba a punto de reincoporarse a la fuerza tras un episodio traumático. En eso está cuando una insistente serie de llamadas al celular de la muerta la ponen en contacto con las otras chicas igual de iguales a ella y a Beth, todas a su vez absolutamente distintas en personalidad, educación y estilo. Una es una soccer-mom, una suerte de esposa y ama de casa perfecta y desesperada con una agenda repleta de rígidas obligaciones sociales. Otra es una científica genetista algo punk en la que se intuyen y eventualmente se confirman inclinaciones lésbicas. Otra, una suerte de chica criada por los lobos, una bestia ucraniana letal, con un cabello salvaje a lo Shakira, y desprovista de todo código de conducta social. Y habrá más. El tema es que al principio Sarah, huerfanita llevada de Londres a Vancouver en su infancia por su madre adoptiva, junto a su hermano y confidente (también adoptado), el artista y prostituto gay Félix, parece ser la única que no sabe nada de la existencia de sus clones, y de pronto, tras meterse en ese mundo motivada puramente por la oportunidad económica, termina envuelta en esa fraternidad de chicas, todas nacidas en 1984, que quieren saber quiénes son, quién hizo “las copias”, quiénes las vigilan, cuál fue –si es que hay una– la primera, y por encima de todo, descular qué planea hacer la corporación que las ha patentado con ellas.
Y si una de las grandes premisas del guión es antideterminista, en tanto un grupo de chicas creadas genéticamente iguales adoptan, una vez lanzadas al mundo, actitudes y aptitudes enteramente diversas, hay a su vez otro tema potente y ligeramente derivativo de varios clásicos de la ciencia ficción en Orphan Black: a partir del momento en que Sarah descubre que no es exactamente quien siempre creyó ser, y su condición de “propiedad privada” de una empresa, queda en cuestión su libertad personal, su libre albedrío. Una idea, la de cierta crueldad implícita en todo proceso de creación de vida, que atraviesa historias como las de los replicantes utilitarios con sentimientos y fecha de caducidad en Blade Runner, la de los clones concebidos como donantes de repuestos orgánicos en La isla, y fundamentalmente la de las categorías sociales predeterminadas del Brave New World (Un mundo feliz) de Huxley, así como, en el fondo, casi cualquier relato sobre conflictos paterno-filiales: la paternidad y la compleja tensión entre origen, interdependencia, y autonomía identitaria. Creación del guionista Graeme Manson (cuyo mayor éxito había sido hasta ahora el guión del bizarro film El cubo, de Vincenzo Natali) y del coguionista y director John Fawcett (autor de una muy buena y original trilogía sobre colegialas dark convertidas en lobisones: Ginger Snaps), Orphan Black viene a ser la entrada más nueva y exitosa de una oleada de producciones de género que se realizan integralmente en Canadá –Continuum, Lost Girl, Sanctuary– junto con otras de financiación estadounidense que se afincaron allí –Supernatural, Defiance, Caprica–, después de que los Expedientes Secretos X bautizaran a Vancouver como escenografía perfecta para el sci-fi, por sus costos y su atmósfera.
Pero más allá del interesante trabajo de los show-runners y del impulso actual de la producción de género en Canadá, la verdadera clave de Orphan Black es su actriz protagónica, Tatiana Maslany. Nacida (en 1985) y criada en el pequeño pueblo canadiense de Regina, Saskatchewan, hija de un trabajador maderero y una traductora descendientes de alemanes, formada en la comedia teatral de improvisación y con una larga trayectoria secundaria en series y telefilms, Tatiana consigue lo imposible al meterse en la piel de cerca de una decena de personajes, todos perfectamente discernibles y cada uno, a su modo, magnético. Porque aunque se apoya en el apropiado trabajo de caracterización, vestuario y peinado de cada clon, la esencia es toda ella, que no sólo consigue dotar del equilibrio perfecto de resistencia y sensibilidad a la curtida Sarah, y encarnar el espíritu constipado del ama de casa Alison y la ferocidad a Helena, sino que es capaz también de cruzarlas –reuniendo a varias en un mismo plano, mediante un complicado procedimiento técnico– y de interpretar a una interpretando a otra, o intercambiando lugares deliberadamente. Lo de Tatiana es un prodigio de acentos y dicciones, actitudes, gestos, movimientos, y reacciones físicas y anímicas, que supera ampliamente los juegos más lúdicos y laxos que les gustaba interpretar a Peter Sellers y a Alec Guinness o los que alguna vez encararon Michael Keaton en la olvidada Mis otros yo e incluso la gran Toni Colette en su sitcom sobre una mujer con desorden de personalidad, United States of Sara. Cuando fue ignorada en las nominaciones a los Emmy, se alzaron voces indignadísimas en las redes (incluyendo tweets de famosos); y poco después compitió por el Globo de Oro, que se terminó llevando Robin Wright por House of Cards. Pero Tatiana ya es una estrella, o casi: en el último año fue actriz invitada de la sitcom Parks & Recreation y entrevistada por los mejores late night shows de la TV norteamericana (Conan, Letterman), en los que explica, una y otra vez que sí, que componer a todas estas chicas sin equivocarse es difícil, que las extensas y tecnológicamente recargadas jornadas de filmación son extenuantes, que no está preparada para las escenas de acción, pero que lo que de verdad le resulta un desafío es reconocerse parcialmente en cada uno de los clones. “Encontrar partes de mí en chicas con las que no creo tener nada en común, como Alison, de verdad puede llegar a darme miedo. Pero termino aceptando que partes de ellas están adentro mío, y finalmente queriéndolas tanto como a Sarah.”
Desde el 3 de septiembre, los miércoles, a las 23, por A&E.
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