Dom 07.12.2014
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POCO DIGNO PARA UNA MUJER

› Por P. D. James

El comienzo de un nuevo año, ya sea del año calendario como del día que sigue a un cumpleaños, produce en mí un deseo de deshacerme de la basura, de reordenar mis libros y sacar a la luz del día viejas cajas de papeles olvidados hace tiempo. Esta mañana descubrí un álbum de recortes periodísticos que había empezado a guardar después de la aparición de mi primera novela, Cubre tu rostro, publicada en el otoño de 1962. Es un libro diario de tapas duras que debo haber comprado de oferta, pensando que los renglones trazados con líneas rojas y azules ayudarían a ubicar prolijamente mis recortes. No debo ser la única escritora que, en la euforia del triunfo y de la excitación luego de la publicación de su primera novela, decidió guardar las reseñas y los artículos. Para mí, el entusiasmo duró sólo hasta la publicación de mi segunda novela. Pero me alegró encontrar este álbum de recortes de prensa, aunque su supervivencia se deba más a la casualidad que a una cuidadosa conservación.

Algunas de las reseñas fueron elogiosas y sumamente alentadoras. Todos daban por sentado que P. D. James era un hombre, a excepción de Leo Harris, quien escribió en Bookmen: “Esta es una muy buena primera novela, y no puedo evitar pensar que su autor es una mujer”. E. D. O’Brien en The Illustrated London News escribió: “Siempre es un placer, aunque no demasiado frecuente, elogiar una primera novela. Cubre tu rostro, de P. D. James, es una de esas primeras novelas extraordinarias que parecen situarse directamente en los sofisticados dominios del escritor experimentado, pero aun así conservan el enfoque fresco propio de un novato.” El crítico del Oldham Evening Chronicle & Standard escribió que el libro era “la clase de novela que sugiere que el autor está preparándose para una larga carrera dentro de este negocio, en particular con la presentación de un personaje pintoresco como el inspector en jefe Adam Dalgliesh”. Pero ella o él lamentó mucho el precio del libro: 18 chelines. De acuerdo con los precios actuales de los libros, un libro encuadernado cuyo precio fuese inferior a una libra no era excesivamente caro, pero por cierto no era barato para lo que el crítico describió, con cierta perfidia, como “esta clase de material”. Un escritor consagrado, sugirió, tal vez podría permitirse este sobreprecio, pero no un novato.

Conservo incluso el recorte de un reportaje como una fotografía, hecho por un periodista del Surrey Comet que vino a conversar con mi hija Jane. Vivíamos entonces en el 127 de Richmond Park Road, en Kingston. Yo trabajaba como jefa auxiliar del Consejo Administrativo del North West Regional Hospital. Tanto Jane como su hermana mayor, Clare, vivían en casa, y mi esposo Connor estaba con nosotras por temporadas, entre períodos de hospitalización. Obviamente él no estaba en casa en el momento del reportaje pero afortunadamente, gracias a la discreción de Jane, el artículo está libre de detalles sobre su enfermedad o de indicios de la valiente mujercita que escribe para mantener a su familia. Jane manifestó que su madre siempre había estado interesada en la literatura, se sentía muy contenta de que su primera novela se hubiese publicado, y que pasaba la mayor parte de sus noches y de sus fines de semana trabajando en sus libros. Es un comentario idóneo sobre la vida que yo llevaba entonces. El artículo termina: “El Inspector Dagliesh es un personaje que se beneficiará si se le presta mayor atención, y sin duda será convocado para resolver los futuros enigmas de P. D. James”. Hay una fotografía en la que estoy sentada, de brazos cruzados, mirando la cámara, obviamente estrenando un nuevo peinado, y con una expresión de autosuficiencia levemente burlona.

Es interesante que la mayoría de los críticos pensaran que yo era un hombre. Una de las preguntas que me hacen con frecuencia en las presentaciones de mis libros es si elegí deliberadamente escribir bajo el nombre de P. D. James con el fin de ocultar mi sexo. Algunos de los que me hacen esta pregunta de hecho piensan que consideré una ventaja el que me confundieran con un hombre. Por cierto, eso nunca se me cruzó por la cabeza, y estoy agradecida de haber nacido mujer tal vez más por una actitud positiva innata que por un meticuloso balance de las relativas ventajas y desventajas. Pero nunca soñaría con aspirar a ser otra cosa que una mujer. Esto no sólo carecería de sentido, dado que la verdad se habría sabido muy pronto, sino que por otra parte las mujeres son consideradas, en general, buenas escritoras de novelas policiales y sólo una pequeña parte de los lectores rechazaría un libro porque desaprueba el sexo del autor, aunque debo admitir que he conocido algunos casos. Recuerdo que cuando el manuscrito ya estaba listo para ser enviado a un agente o editor, escribí Phyllis James, Phyllis D. James, P. D. James y decidió que el último y más corto era enigmático y luciría mejor en el lomo de un libro. Nunca se me ocurrió firmar mis libros con otro apellido que no fuese el de soltera.

Fragmento de La edad de la franqueza, Sudamericana, 1999.

Traducción de Ernesto Montequin.

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