Durante los ensayos de Ambiciones prohibidas, recibí una llamada de Jack. “Tootie, ¿podés venir a cenar esta noche?” El pedido tenía una formalidad dulce e inusual y dije que sí. Sentí que pasaba algo. Tuvimos una cena magnífica cocinada por el chef de Jack. Jack estaba muy amigable y por primera vez en mucho tiempo nos reímos mucho.
“Tengo que decirte algo”, me anunció, cuando llegó el postre. Las palabras fueron deliberadamente suaves. “Alguien va a tener un bebé.” Había una nota de orgullo en su voz.
“¿Es Rebecca Broussard?”, pregunté. Cuando dije su nombre, Jack pareció sorprendido. Era una chica rubia, sexy, de labios carnosos y ojos adormecidos que yo había visto trabajando en un boliche nuevo en Silver Lake. Jack había estado yendo ahí después de sus partidos de básquet.
Le pregunté qué pensaba hacer.
“¿Qué querés decir?”
“¿Va a tener al bebé?”
“Sí, va a tener al bebé. Pero no quiero que cambie nada entre nosotros.” Le pregunté si iba a apoyar a Rebecca y me dijo: “Sí, soy el padre de ese bebé”.
Le contesté algo así como “sólo hay un lugar para una mujer en esta foto y me voy a retirar”. Y nos abrazamos y yo lloré y sentí que se abría el suelo bajo mis pies y una oleada de perdón y finalmente la desesperanza de una relación que está terminada, doblada, torcida y lista. Volví a casa y lloré y tomé vodka toda la noche.
Al día siguiente recibí una llamada de Bob Colbert, el encargado de negocios de Jack. “El abogado de Jack pensó que teníamos que sentarnos un rato para hablar del futuro”, me dijo. Querían asegurarse de que no iba a pedirles dinero. A mí ni se me había ocurrido pedirle dinero a Jack. Lloré. A la mañana siguiente llamé a Jack por teléfono. “Jack –le dije–, tu abogado es un cerdo.”
“Bueno, ya sabés cómo son los abogados”, me contestó, adormecido.
Me pregunté si Rebecca estaba a su lado y sentí una oleada de celos.
“¿Cómo dejaste que me hablara así?”, le reclamé, lloriqueando.
“Yo me arreglo con él”, dijo, como si él no tuviera nada que ver en el asunto...
...Unos días después recibí un llamado de Susan Forristal. “Tengo malas noticias”, me dijo. Me contó que había salido un artículo en Playboy donde una chica joven contaba que Jack le había dado palmadas con una paleta de pingpong en un encuentro romántico. Esa misma mañana me estaba probando ropa para Ambiciones prohibidas cuando me llamó Annie Marshall, una asistente, y dijo: “Tengo a Jack en el teléfono”. “Toots –me dijo–, ese artículo de Playboy no tiene sentido. ¡Es viejo, salió en Inglaterra el año pasado!”
“¿Dónde estás?”, le pregunté.
“En casa, pero me estoy yendo para Paramount.”
“Te veo ahí.”
Cuando llegué a su bungalow en Paramount, una asistente me preguntó si debía anunciarme. Le dije que no iba a ser necesario y entré directamente a la oficina de Jack. El estaba saliendo del baño cuando lo ataqué. No creo haberlo pateado, pero lo golpeé salvajemente en la cabeza y los hombros. El se encogía y se doblaba y yo arremetía como un boxeador por el premio, y le encajé unas cuantas piñas directas.
Finalmente quedé exhausta. Me senté y lloré. Después junté más fuerzas y volví a atacarlo. Y todo el tiempo sentía una extraña gratitud, porque él me permitía cagarlo a trompadas. Algunos días después hablamos por teléfono y me dijo “mierda, Toots, me pusiste unos buenos golpes, estoy lleno de moretones”. Y yo le dije: “Te lo merecías”. Y nos reímos. Fue trágico.
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