› Por Sergio Marchi
No hay que ser más pappista que Pappo. Y Juanse parece tenerlo muy claro en este disco donde tributa al mítico guitarrista argentino. No ha elegido una tarea fácil, porque más allá de la encarnadura legendaria de Norberto Napolitano, se trata de una música que, escuchada superficialmente, puede parecer muy simple, pero que en verdad tiene secretos muy complejos. Sólo pueden desentrañarlos aquellos que verdaderamente hablan con fluidez la lengua del rock and roll, del blues, del rhythm & blues y del rock pesado libre de óxido; esa propiedad pertenece al metal, y en este universo particular, a Riff, que ha quedado fuera de la selección. “Son muchos pensamientos para una sola cosa”, supo cantar Pappo, que en su vida artística abordó una cantidad de estilos tan grande que desmiente la acusación de “cuadrado” que tuvo que soportar en los ’70, cuando el público de rock era muy cerrado en su apreciación musical.
Juanse habla esos idiomas desde la cuna, prácticamente; Pappo fue uno de los máximos inspiradores de aquella barra de muchachos que el rock vernáculo conocería primero por su exótico nombre, pintado en forma de graffiti pionero por las calles de Villa Devoto y Villa del Parque, y después como Los Ratones Paranoicos. Encontraron su propia identidad en el terreno del rock and roll directo, emparentado con The Rolling Stones, grupo que a su vez inspiró a Norberto Napolitano a convertirse en Pappo. Ya músico famoso, supo merodear por las casas y las salas de ensayo de esos roedores entre los que, en los inicios, también se encontraba Gabriel Carámbula, que no casualmente participa de este disco: su padre, el actor Berugo Carámbula, fue muy amigo de Norberto, y así lo conocieron.
El primer acierto, entonces, de Pappo x Juanse, es ése: tener el conocimiento de esos lenguajes desde la fuente original. Las credenciales están en orden. El segundo es delimitar un campo de acción que se basa en el Pappo’s Blues histórico, ese que va del Volumen 1 al Volumen 7 en los años ’70, y que también abarca terrenos aledaños como Caso Cerrado (donde Juanse jugo un importante papel) y Blues Local (también Juanse tocó allí), que también portan el nombre de Pappo’s Blues, pero ya en la década del ’90. Tiene sentido que Riff no forme parte de este disco: se trataba de un grupo donde la música resultante tenía que ver con la interrelación entre cuatro individuos, por más que Pappo fuera prominente entre ellos.
Lógicamente, la experiencia de Juanse fue importante no sólo a la hora de perimetrar la cosa, sino de hacerla sonar sin que parezca afectada y cuidando no irse de mambo con el homenaje. Porque Pappo fue un músico de un carisma tal, que terminaba impregnándolo todo: cuando alguien lo cita textualmente, imita su voz; es imposible no hacerlo. ¿Y cómo cantarlo sin caer en la parodia? Allí, las cualidades naturales de Juanse fluyen con normalidad, que es lo que hace que pueda tomarse distintas licencias sin que suenen a ultraje: meter a Peteco Carabajal en “Trabajando en el ferrocarril” es una audacia que sale bien. Juanse también supo llevar criteriosamente a Andrés Calamaro, con quien comparte “Desconfío”, en una de las versiones más logradas, tal vez por ese solo de guitarra, tocado por el propio Juanse, que en otros temas apeló a la digitación de Gabriel Carámbula. Descuella el solo de Daland Sepum, justamente, por ser sucio y desprolijo, pero absolutamente necesario para un tema como “Pájaro metálico”, del histórico Volumen 3.
Había una disyuntiva por resolver: los discos de Pappo’s Blues nunca pudieron ser remasterizados porque las cintas originales se perdieron (en un incendio, aunque nunca estuvo del todo aclarado aquel incidente), y además, con su impronta espontánea, Pappo buscaba más el clima que el sonido. El fanático acérrimo sigue enamorado de ese sonido. También transcurrieron más de cuatro décadas y la grabación analógica ya está en desuso. Entre la intuición de Juanse y las manos expertas del portugués Jorge Da Silva (que supo grabar al mismísimo Pappo en alguno de esos discos homenajeados), encontraron un camino equilibrado para que la alta fidelidad de estos tiempos modernos no ahogue la vibración original, y que la música no suene forzadamente vintage.
“Nací barítono, y moriré barítono”, sabía decir, riéndose, El Carpo sobre su voz gruesa, no obstante lo cual, en los primeros discos de Pappo’s Blues, cantaba en un registro muy alto. Es allí donde Juanse parece haber tenido que encontrar su propio modo de cantar a Pappo, y tomar decisiones estéticas en cada línea porque, además, Pappo juntaba las sílabas de un modo irregular. Calcar eso hubiese sido una farsa, y una trampa evidente en la que Juanse decidió no caer (aunque debe haber experimentado la tentación). Pero su propio registro parece haber ayudado a que encontrara el tono justo, con aciertos mayores y menores, pero nunca muy lejos del original. El tracklisting, que arranca con “El hombre suburbano” (¿el primer hit de Pappo’s Blues?) y culmina con “Ruta 66” (que tocaron juntos muchas veces), es óptimo.
Al final, es el equilibrio lo que predomina en Pappo x Juanse, lo que no deja de ser una paradoja, y lo que constituye el acierto de este disco. Pappo siempre fue un artista muy complejo, pero a la vez muy sobrio; su personaje era extravagante, pero su música era precisa. El oído clínico de Juanse supo detectar la diferencia con precisión.
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