Dom 06.12.2015
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TESTIGO EN PELIGRO: CUATRO HISTORIAS CON CHARLY GARCÍA

› Por Fernando Samalea

DERECHOS HUMANOS YA

El Festival organizado por Amnesty Internacional, para el 15 de octubre nos tomó por sorpresa en medio de la grabación de Cómo conseguir chicas. La noche anterior, habíamos ido directamente desde ION a Prix D’Ami. Aunque yo casi no tomaba alcohol, brindamos con generosas copas de Dom Pérignon en la barra delantera, junto al Zorrito, el Negro García López y Blaney. Al divisarnos en la penumbra, un chico al cual no conocíamos dijo: “¿¿¿Ustedes no tienen que tocar en un rato???” ¡Vaya repentina toma de conciencia! Cerca del mediodía, luego de dar unas vueltas por lugares inexistentes, nos dirigimos hacia el apartamento de García. Debíamos estar a las cuatro de la tarde en River Plate. Como era regla en la gira de Amnesty, los artistas locales tocaban temprano. Primero lo haría León Gieco, a las cinco, y Charly media hora después, con un breve set de cuatro canciones. La consigna principal era “Human Rights, now!”.

Llegamos al estadio sin dormir y con los ánimos exageradamente altos. No fue la mejor noticia enterarnos de que dispondríamos de pocas líneas de sonido y cinco o seis micrófonos en total, ya que el sistema de consolas y luces estaría resguardado a los proyectos principales de Sting, Bruce Springsteen y Peter Gabriel. Los recaudos eran lógicos: habían tenido serios problemas en recientes emisiones por África y Centroamérica, donde los artistas locales se tomaban mucho más tiempo del estipulado y ni siquiera el abucheo general lograba bajarlos. Estaban al límite del “no local acts”, aunque desconocían que tanto García como Gieco eran figuras respetadas y queridas.

La zona de músicos, una carpa circular, estaba subdividida en habitáculos para cada artista, sin puerta y con acceso a un hall central en común, por lo cual era fácil cruzarse con las estrellas internacionales. Digamos que la privacidad era prácticamente nula. En un momento, subí hasta los baños públicos de las tribunas, ya que estaban ocupados los de abajo. Noté que un señor de jogging azul, en posición incómoda y levemente encorvado, orinaba en el fondo. Entre moscas revoloteando, saltando charcos de dudosa procedencia, me ubiqué a cinco o seis mingitorios de distancia del sujeto. ¡Enorme fue mi sorpresa al comprobar que el hombre era Peter Gabriel! Me hizo un gesto amistoso, girando su cabeza hacia mí con una sonrisa y respondí levantando mi pulgar derecho. De regreso en nuestro camarín, se lo comenté a Charly, que lucía campera de cuero, lentes oscuros y movimientos híperkinéticos. Me contestó: “¡Esto en realidad parece Amnesy, loco! ¡Es un horror, voy a romper todo! Vení, acompañame, que lo convencemos a Peter para que nos ayude. Seguí sus pasos. Entramos al camarín del ex-Génesis, justo el de al lado. Lo encontramos haciendo yoga en posición indescifrable, con las piernas abiertas y su cabeza bajo una axila. Un plato de fideos permanecía humeante a su lado. Nuestro líder nacional arremetió sin preámbulos, comentándole la injusticia en nuestras limitaciones y le pidió que intercediese. El inglés mantuvo su cara atenta y de circunstancia, de cejas levantadas, como la de cualquier mortal ante la pobreza africana o el llanto de un niño. Cuando me miró, seguramente sin terminar de recordar quién era yo, solo atiné a decirle un absurdo: “I´m the guy who was recently in the restroom upstairs”. Cual caballero, Gabriel prometió ayuda y cumplió su palabra: aunque no todo lo necesario, conseguimos varios canales más y la consola principal para amplificar el sonido.

Tocamos como se pudo. ¡Hasta usamos el micrófono del tom de pie para amplificar la guitarra del Negro! Cuatro temas en versiones desaforadas: “Demoliendo hoteles”, “Nos siguen pegando abajo”, “Los dinosaurios” y “La ruta del tentempié”, acompañados desde las tribunas colmadas. Si faltaban tintes surrealistas, advertimos que Bruce Springsteen se mantuvo todo el tiempo al costado, pulgar hacia arriba, sacándonos fotografías con una vieja cámara.

A esa altura de la tarde, los camarines eran una Babilonia de artistas, managers y asistentes. No eran pocos los envueltos en un halo de narcisismo. A pesar del receloso control de credenciales y cintas de todo tipo de colores, nuestro espacio logró sumar unos cuantos colados, que ingresaron como por arte de magia. Había frutas y bebidas de lujo y podía verse al propio Sting, en bata blanca, repasando arreglos vocales con su corista Dolette Mc Donald antes de subir al escenario, o al productor Miles Copeland protestando a gritos vaya uno a saber qué, así como al bajista Darryl Jones, peinando su jopo hasta un segundo antes de salir al inolvidable concierto de Peter que, dicho sea de paso, presencié de atrás del escenario, sentado sobre un Anvil –un estuche rígido– e intentando ser invisible.

Como broche final, Charly cantó junto a las estrellas internacionales. Querían hacer el reggae “Get Up, Stand Up” en español, usando la traducción literal “derechos humanos, ahora”. Pero, sobraba una sílaba. García propuso “derechos humanos ya” y Sting le dio la razón. Ya en el final de la fiesta, en camarines, Charly y Joe le propusieron al violinista Lakshminarayana Shankar, integrante de la banda de Peter Gabriel, que participara en “Cómo Conseguir Chicas”.“¿Qué tal? ¿Te gusta el jamón?”, dijo Charly tímidamente. Pero Joe se acercó detrás de él, guiñándole un ojo y le comentó al talentoso hindú, sin vueltas: “Estamos grabando un disco, mañana hay sesión ¿Podrías venir?”

Como en un trance, sucedió la bella versión tanguera-oriental de “No me verás en el subte” en el estudio ION. ¡Charly la había compuesto especialmente durante la madrugada! Té mediante, el generoso violinista hizo su magistral toma y fue llevado de vuelta a su hotel raudamente. ¡Su avión salía a las cuatro de la tarde!


NO TE MUERAS NUNCA

La convivencia con Charly siempre deparaba planes imprevistos: una tarde, a bordo del automóvil de no sé quién, fuimos al Parador Perú Beach, en San Isidro. Además de las chicas, se sumó Rinaldo Rafanelli, ex compañero de Sui Generis, quien solía frecuentarlo por entonces. La canción “Pop Life” de Prince, sonó a alto volumen en el autoestéreo. El disco Around The World in a Day, había puesto en vilo a más de uno y el artista solía hablar de su devoción por su banda The Revolution. “¡Prince es lo más! Andrógino, bisexual, puto, cogedor…” Durante un par de horas que parecieron diez, quedamos rodeados de jóvenes que salían con kayaks o tablas de surf al Río de la Plata, turnándose ante el mostrador de un par de locales de licuados o jugos del concurrido complejo. Perú Beach tenía una cancha de hockey sobre patines, espacios para fútbol cinco y vestuarios. Circulaba mucha gente y había una atmósfera contagiosa de verano, aunque aún estuviésemos en una tímida primavera. Luego, ocupamos las mesas de un bar rústico semivacío, también sobre la calle Sebastián Elcano y frente a las vías del Tren de la Costa, abandonadas desde hacía siglos. La presencia de Charly podía generar cierta alteración en algún personaje puntual, pero tampoco nada desmesurado. Eso sí, había una actitud popular permisiva ante todo capricho suyo. Nadie se mostraba interesado en cortarle las alas. La mesa se pobló de gaseosas, platitos con queso y pan, botellas de vino y dos o tres vasos de ginebra y Gancia. Su pasatiempo favorito era comenzar una frase o palabra y hacer que el acompañante de turno o desconocido delante, elegido por antojo, la completase:

–¿Estamos en San I…?

–¡Sidro!–contestaba alguien.

–¿Me quiero tomar un…?

–¡Whisky! –respondía otro.

Levantando solemne el índice, Charly exclamaba un resonante “¡Bien!” al estilo de los profesores del colegio, como cuando un alumno demuestra haber estudiado la lección. Regresando también por Libertador, García se la pasó hablando de las premoniciones en las letras. “Para el disco de Fabi hice una canción en la que puse todo lo que iba a pasarle, como esa ‘Cable a Tierra’, que me escribió Fito a mí”. A la altura de Olivos, bajó la ventanilla y se le dio por tirar billetes al viento. Haciendo alarde de su finísimo manejo verbal, con risas a su alrededor, pidió al conductor que parásemos en una heladería. Ya no disponía de billetes. Los últimos habían volado libremente por el asfalto. Ante el habitual argumento de “no tengo cambio” de Rino, Charly le dijo, en broma: “¡Traés siempre el mismo billete de 500 australes plastificado en el bolsillo!” Lo vimos salir sin abonar un centavo con su vasito de chocolate y frutilla en mano. A nadie pareció molestarle e incluso escuchamos el clásico “¡Grande, Charly, no te mueras nunca!” en boca del propietario. “Es lo peor que alguien te puede decir”, dijo bufando por lo bajo. Eran días alocados, de ver botellas y tabletas de tranquilizantes, y realizar muchas salidas grupales.

BRUMAS, JUNTO AL NEGRO SPINELLI, PINO Y JAMON LEPRE, ENSAYANDO EN LA CALLE GUATEMALA

EL INFIERNO ES ASÍ

Acostumbrábamos llegar a ION por las tardes, pero la salida era literalmente imprevisible. Al no haber una lógica establecida, el reloj volvió a perder sentido en la realización. ¿Chau, hasta mañana? ¿Dónde empieza mañana? No habría razón de enorgullecerse por ello, pero ostento un récord personal en cuanto a permanencia en un estudio de grabación: desde un jueves de tarde hasta la madrugada del domingo. Casi ochenta horas ininterrumpidas ¡Y lo peor es que no me fui a descansar sino a un boliche de la Costanera!

Para sobrellevar el trajín, dormitaba de a ratos, al estilo Da Vinci, aprovechando la goma espuma de la tapa de un anvil de consola, en el fondo del estudio. Inventé una especie de hábitat, dentro de la antigua sala para grabar baterías, con libros, cuadernos, amuletos, fotos, chocolates, galletitas, gaseosas y los inefables inciensos nag champa.

“¡Conectame la Les Paul con el Rat!”, pedía el Artista cada tanto.

En general, tocaba sus teclados sentado en posición de loto, sobre la alfombra del pequeño control. Le gustaba el sonido “supersinte” del M1, delirante en todo sentido, y lo probó sobre varios tracks. Había espacio para todo tipo de pruebas: grabamos tambores en pasillos o depósitos, e hicimos ruidosos efectos de agua, desafiando todo cuidado ecológico a puro derroche, colocando los micrófonos en el baño y dejando correr las canillas de la pileta durante extensos minutos. A esos “toques industriales” con matafuegos o ceniceros les agregamos percusiones exóticas, cajas chinas, crótalos, maderas y otros etcéteras de colección.

Una noche, mientras me encontraba leyendo el libro Filos El Tibetano en mi sala-habitat del fondo, Charly se acercó a pedírmelo, lo tomó entre sus manos con curiosidad e incluyó algunos párrafos sobre Atlántida en las letras que estaba bocetando. Hasta bautizó “Atlantis” a uno de los temas instrumentales. En otra de las sesiones, ordenó que encendiesen todas las estufas-pantalla de la sala. Estábamos en pleno verano. En pocos minutos, la temperatura ambiente llegó al límite de la ebullición. Cuando se colocaron luces violetas y rojas sobre el piso de madera, el aspecto del lugar se acercó al del propio averno, si es que existe. Pasar horas en esa caldera no dejaba lugar a ninguna noción de espacio-tiempo, ni mucho menos orientarse bajo cuestiones alimenticias o tener alguna relación con la gravedad y la salida o puesta del sol. Ingresamos a la Twilight Zone, deambulando semidesnudos por el intenso calor, ya que el termómetro no daba más que para soportar shorts o quedarse decididamente en boxers. Los asistentes no salían de su asombro.

El preciado Piano Steinway de cola, que resguardaba historia pura entre sus teclas a través de décadas, en el cual Dante Amicarelli ejecutó la introducción de “Adiós Nonino” o el de tantos discos de La Máquina de Hacer Pájaros, Spinetta Jade o Serú Girán, no estuvo exento de esos rituales iluminados de Charly: la tapa terminó prendida fuego, esparció laca derretida por el suelo y sus cuerdas interiores tuvieron otro destino, aún más extraño, al quedar repletas de papas fritas. Puedo imaginar la cara de Acedo, el dueño del estudio, al constatar el hecho. La toma de “Intraterreno” se plasmó así, rozando los estados alterados. En un rapto surrealista, o simplemente por extravagante, nuestro artista comenzó a usar vestidos de mujer, mientras grababa diferentes instrumentos, agregaba voces, o registrábamos el instrumental “Calle (taxi)” junto a Lupano y el Zorri Quintiero, tocando en vivo juntos por única vez. “¡A lo nuestro, caballeros!”

María Gabriela grabó en soledad su “Lament”, además de haber inspirado el dedicado “Chipi-Chipi”. Juanse fue otro célebre invitado en “La sal no sala” y el clima pareció tornarse festivo, mientras en “Fax U” se lograba el carácter épico que Charly quiso infligirle a su obra desde el vamos. Hicimos sobregrabaciones de tom-toms en la parte final, la misma noche que el percusionista Luis Morandi vino a agregar timbales sinfónicos y gongs.


LES ARRUINÉS

Desde un plano extraartístico, el mayor inconveniente del Festival Les Allumés era que un alto porcentaje del medio millar de la comitiva invitada se hallaba desesperada por conseguir algún tipo de estímulo o drogas, algo no contemplado por los organizadores. Las leyes francesas dificultaban la tarea, ante la falta de contactos para conseguir cocaína y demás. Era frecuente el cruce entre argentinos por las calles medievales, con las preguntas habituales: “¿Y…? ¿Sabés algo de aquello? ¿Hay algo? ¿Hubo novedades?” ¡No tardamos en rebautizar al festival como “Les Arruinés”!

La estadía permitió volver a ver a gran parte del mundillo vernáculo y reencontré al omnipresente Zambonini, así como a Pichón Baldinú o Alfredo Visciglio, un joven actor y músico, infaltable en cuanta fiesta, evento o club nocturno porteño. No había noche en que no lo saludara. Los amigos de La Portuaria, que también estaban programados, me invitaron a sumarme a su set como percusionista, el día anterior a la actuación de García. Diego, Christian, Schatchtel, Terán, Krygier y yo estuvimos nuevamente sobre un escenario, a miles de kilómetros de Buenos Aires. Comenzó a hacerse habitual cruzar a la Schussheim, a los de la compañía De la Guarda o al bandoneonista Rubén Juárez, eminencia del tango y acérrimo personaje de la noche. Se acercó mucho a Charly y estuvo permanentemente en camarines, deleitándonos con ocurrencias y fraseos de bandoneón.

García –de polera roja y en paz aparente– dio las últimas indicaciones y, tras un breve ensayo en una sala con un monitorista francés bien predispuesto, estuvimos listos para salir al ruedo. El armado del escenario se hizo en un enorme galpón, bautizado Cemento, en honor al antro porteño. Para nuestra sorpresa, dijeron que los promotores franceses lo habían frecuentado en sus estadías sudamericanas. El lugar tenía gradas, paredes de ladrillos a la vista con aberturas abovedadas, separadores metálicos y una estética en plan Blade Runner.

La combi nos llevó desde el Holiday Inn y vimos que vendían feijoada brasileña como “plato típico argentino”. Esa previa en camarines dio lugar para todo, incluso para que yo tocase el bandoneón mientras Charly recitaba encima: “Y esta música de tango pone al desnudo / mi sentimiento de melancolía. / Por un papel que solía tener en el corredor /cada vez que al escenario subía, / con vigor /y al público enloquecía / con mi verba sin igual…”

La talentosa Renata, de elegante tapado, polera negra y pelo rojizo en corte carré, se acercó a saludar y terminó maquillando a Hilda. También estuvo con nosotros Michel Peyronel, enviado de la FM Tango, mientras Los Insectos y La Blurder culminaban sus tiempos de actuación.

“Estrictas medidas de seguridad rodean la presentación del artista”, dijo el Zorrito micrófono en mano, continuando con su supuesta cobertura periodística. El alcalde de Nantes también se hizo presente, junto a su esposa y varios asesores, curioso por conocer al extravagante artista argentino.“¡Me codeé con la realeza!”, gritó García.

Estábamos por salir a tocar al primero de los dos shows pautados y la pregunta seguía siendo la misma, esbozada con expresión de resignación:

–¿Y? ¿Charly, hay algo? ¿Se puede conseguir?

–¿Con esto me quieren arreglar? –respondió el Artista con otra pregunta, señalando con desprecio un plato de embutidos Leberwurst.

Varios representantes de la “cultura argentina” no tuvieron otro tema de conversación durante días, como niños ante la falta de juguetes o diversión. Cuando el propio Juárez, de camisa azul y sobretodo negro largo, fue consultado si había “conseguido algo”, su respuesta fue contundente: “¡¡¡Ojaláááá!!!”

Se acercaba el momento del show. “Empecemos por los temas más suaves, ahora que nos sacamos la euforia del rock & roll”, dijo Charly colgándose la Rickenbacker blanca de 12 cuerdas. Nos hallábamos parados en las patas del escenario, casi en la oscuridad, esperando que terminase el anuncio en francés de la inminente aparición del rockero argentino. “Nous sommes heureux de présenter un grand artiste de rock argentin! Avec vous… Charly García!”

Rubén Juárez había acompañado en silencio al grupo hasta el borde del palco. Apoyó paternalmente la mano en el hombro de nuestro líder y, ni bien caminamos hacia los instrumentos, lo alentó con una fuerte palmada: “Vamos, Charly… ¡Como si hubiera!”

CALAMARO, MELINGO, GARCIA Y SAMALEA EN LA QUINTA DE LA LUCILA DURANTE EL VERANO DE 1986, POR LA LENTE DE MARIANO GALPERIN

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