Dom 23.11.2008
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NOTA DE TAPA

¿Quién es Errol Morris?

Una recorrida por una carrera que empezó con los asesinos seriales y llegó a los Oscar.

› Por M. K.

Dos años atrás, Errol Morris recibió su primer y único Oscar por su película Niebla de guerra (una larga, impresionante entrevista al ex Secretario de Defensa norteamericano Robert McNamara). Esa noche, agradeció a la Academia “por finalmente reconocer mis películas”. Para muchos habrá sonado arrogante, pero lo cierto es que Morris ya tenía seis documentales realizados a lo largo de los 28 años previos y una notable serie de televisión, que circularon con cierta repercusión por festivales internacionales, que en más de un caso integraron los top tens anuales de varios de los críticos y medios más influyentes de su país, pero que nunca habían estado siquiera nominados al Oscar. Y acá tampoco se lo conoce demasiado, así que todavía vale preguntarse: ¿quién es Errol Morris?

Para empezar, un documentalista con un instinto asombroso a la hora de encontrar historias y personajes absolutamente extraños pero perfectamente reales, y con un estilo de entrevista propio que ha dado grandes resultados.

Nacido en Long Island en 1948, Morris hizo sus primeras entrevistas cuando, ya graduado en filosofía en Princeton, todavía cursaba estudios en Berkeley, a principios de los ‘70. Por ese entonces estaba obsesionado con los asesinos seriales y las alegaciones de insania en casos criminales, y había empezado a entrevistar a algunos de estos asesinos y a sus familias. Esta obsesión le proveyó el pretexto para, por ejemplo, visitar en la cárcel a Ed Gein (el infame asesino, despellejador y caníbal que inspiró al Norman Bates de Robert Bloch y Hitchcock, así como el mito de La masacre de Texas) y empezar a desarrollar sus estrategias como entrevistador: en lugar de preguntarle por sus atrocidades, o por la taxidermia humana y los robos a tumbas, “hablamos sobre Freud y Radio Moscú”. En esto andaba Morris aún un tiempo más tarde, cuando conoció en California a un cineasta con quien podría compartir algunas de estas aficiones que espantaban a buena parte del resto de sus conocidos: el director alemán Werner Herzog. “Creo que una buena manera de presentarte ante Herzog”, dijo Morris, “es decirle: conozco a un asesino serial que estaría interesado en tener una reunión con nosotros”. Así fue que lo llevó a visitar a Ed Kemper —quien había asesinado a sus abuelos a los 15, y luego, de adulto, tomó el auto de su madre para levantar chicas que hacían dedo en la ruta, matarlas y comérselas— y juntos llegaron a planear una serie de exhumaciones de cadáveres alrededor del caso de Gein en Plainfield, Wisconsin, que quedaron en la nada pero proveyeron inspiración a Herzog para su film Stroszek. Viéndolo dar demasiadas vueltas en sus investigaciones, el alemán, que fue quien le insistió a Morris para que volcara sus obsesiones al cine, lo acusó de parecer más complacido en quejarse de los obstáculos que se le presentaban para hacer un film que en intentar terminar uno, y hasta le hizo una apuesta: que si alguna vez completaba una película, él se comería un zapato. Esto ocurrió en 1980, cuando Morris estrenó finalmente su primer documental, Gates of Heaven (un film muy muy raro sobre dos cementerios de animales de California) y Herzog debió cumplir su palabra. Cosa que hizo y quedó registrada en un cortometraje llamado Werner Herzog Eats His Shoe (“Werner Herzog se come su zapato”).

Para cuando terminó Gates of Heaven, Morris ya tenía en mente una película sobre el raro y tenebroso caso de Nub City, donde una veintena de personas se habían auto-amputado piernas y brazos para defraudar al seguro, pero una serie de amenazas lo hicieron desistir. Su siguiente film, entonces, fue Vernon, Florida, otro catálogo de excentricidades armado sobre los testimonios de un puñado de habitantes de un pueblo pantanoso del Sur norteamericano. En 1988 estrenaría la que está considerada al día de hoy como la primera de sus obras maestras: The Thin Blue Line (La delgada línea azul). Narra su investigación del asesinato a quemarropa de un policía en Dallas y el burocrático proceso judicial que le siguió. Los vuelcos de la investigación van cobrando forma a medida que avanza la película, que está narrada con varios de los procedimientos del cine policial (y muchas esmeradas dramatizaciones que alternan puntos de vista diversos, reconstrucciones de testimonios que se suceden y a veces hasta se contraponen). La película llevó a la justicia a revisar el caso, permitiendo la modificación del veredicto y salvando a un inocente de una cadena perpetua: hoy suele hablarse de ella como la primera película policial que efectivamente solucionó un asesinato.

A principios de los ‘90 Morris inventó un aparato con el que corregiría un detalle que le molestaba a la hora de filmar sus entrevistas, y que implementaría de ahí en más, empezando por una serie de televisión de dos breves temporadas llamada con precisión First Person (Primera persona), y llegando hasta Procedimiento estándar. El aparato en cuestión se llama Interrotron (cóctel de las palabras interview y terror), y se trata de un sistema que combina dos teleprompters modificados y dos cámaras, con el objetivo de que los entrevistados hablen mirando directamente a cámara (dirigiéndose, en realidad, a la imagen de Morris en un monitor) en lugar de a un costado, como sucede en la mayoría de las entrevistas documentales y televisivas, facilitando así el contacto visual con el público. Resultó el complemento perfecto para el estilo de entrevista de Morris, consiguiendo a la vez una sensación de intimidad y de distancia que busca alentar al entrevistado a entregarse a la confidencia. Para Morris, su siguiente documental, Fast, Cheap and Out of Control, fue menos otro conjunto de excéntricos que un film “sobre la necesidad de crearnos un mundo para nosotros mismos, un mundo privado en el que nos sentimos seguros, que podemos controlar. Hay una idea de normalidad o sanidad que sólo funciona a nivel colectivo, no individual. El cameraman Walt Lloyd, se encontró, filmando en un hospital psiquiátrico, con un interno que le dijo: Hay dos tipos de personas: los in-sanos, y los out-sanos. Me gusta esa idea”.

Morris también incursionó en la ficción, con un drama policial que involucraba una reserva indígena, pero al que desdeña como un experimento fallido que sus productores le sacaron de las manos. Mientras tanto, la televisión le dio refugio: en First Person dio con personajes dignos de documentales enteros por sí mismos, como el experto en criogenia que se robó la cabeza de su madre, o la mujer que mientras escribía un libro sobre los asesinatos seriales de su ex amante se enamoró de otro asesino serial; o el caso de Temple Grandin, que habla de cómo su autismo tiene que ver con los mataderos de ganado que ella misma ha diseñado. El principio de funcionamiento para las entrevistas de su programa es el mismo que usa en sus películas: “Callarse y dejar hablar”. Ha dicho: “Creo que si uno rasca sólo un poco la superficie de cualquier persona, puede encontrar un mundo entero de locura”.

Luego filmó A Brief History of Time, con el físico Stephen Hawking, pero las películas que más atención concentraron sobre la obra de Morris hasta ahora fueron Mr. Death, la historia del ingeniero de sistemas de ejecución Fred Leuchter Jr., un hombre primero empecinado en crear sillas eléctricas para que el Estado realice ejecuciones “más humanas” y luego embarcado en el encargo que le hace un negador del Holocausto: el de demostrar que no existieron las cámaras de gas de Auschwitz. Su viaje al campo de concentración es una experiencia bizarra, graciosamente ridícula y a la vez temible: el reporte Leuchter lo hizo muy popular entre los neonazis del mundo. “Creo tener cierto afecto por la mayoría de los personajes que entrevisto, y lo he sentido por Fred Leuchter. He debido decir una y otra vez que sus creencias me parecen horribles, pero puedo separar eso de mi afecto por él. Después de todo, en La lista de Schindler, Spielberg tiene la teoría poco interesante de que cualquiera puede ser un héroe, mientras que Mr. Death maneja la teoría más interesante de que cualquiera puede creer ser un héroe”.

Su siguiente película, Niebla de guerra, la larga entrevista a Robert McNamara, es la única que está editada localmente en dvd y puede verse a menudo por cable. Con ella Morris sintió que empezaba a tener un reconocimiento más amplio, aunque sus películas siguen sin darle ninguna ganancia, y nunca dejó de hacer lo que hace desde siempre para vivir: comerciales televisivos. No es que los haga con indiferencia o menosprecio: Morris dice encontrar en ellos un valor insospechadamente alto. “Para mí, son los haikus de Occidente. El consumismo en general y los avisos en particular nos distraen de nuestros instintos como raza. El consumismo es la manera más efectiva de prevenir un genocidio: si alguien se presenta a tu puerta y te pide que mates a tu vecino con un machete, es menos probable que lo hagas si tenés otros planes previos, como por ejemplo salir a comprar un reproductor de dvd”.

¿Y qué sigue ahora? Morris, que lleva adelante un blog en el New York Times (donde reflexiona sobre, entre otros temas, el valor de verdad de la fotografía, que tanto explora Procedimiento estándar), nunca abandonó del todo su proyecto sobre Nub City, pero es probable que antes concrete otra idea largamente acariciada: la de un documental sobre el cerebro de Einstein. Y también un film de ficción basado en la historia real de un ladrón de libros: “Un hombre que creó su propia biblioteca con más de 200 mil volúmenes en una mansión derruida en Iowa. Mi tipo de obsesivo favorito: un hombre y su sueño de recuperar el pasado, de detener el tiempo”.

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