› Por LITTO NEBBIA
Conocí a Virgilio a mis 8 o 9 años. Un día que él andaba tocando por Rosario, mi padre lo hizo subir a la pensión donde vivíamos. El motivo era que escuchara cantar a este niñito precoz.
Por esa época yo hacía mis primeros gajes de oficio, cantando algunas canciones en la Embajada Artística de mis padres. También tenía un programita de radio los domingos al mediodía, donde me acompañaba un trío de jazzeros, amigos de mis viejos.
Virgilio llegó a oírme cantar a capella y dar su veredicto sobre mis condiciones. Yo era más tímido que hoy día, y sufría mucho. Pero mi padre insistía, hablándole a Virgilio sobre mi afinación, la dicción, el falsete y todo los atributos naturales que yo poseía.
Cuando terminé de cantar una de las canciones de mi humilde repertorio, Virgilio comenzó –como era súper natural en él– a darme consejos y entró a recitar una interminable serie de máximas que existen para destacarse en este ambiente. La verdad es que me hizo transpirar, porque sus recomendaciones para un chico de mi edad sonaban casi como una reprimenda.
Años más tarde supe de su ternura y nobleza.
Pasaron los años, y ya iniciada en mi aventura de Melopea, un día asisto al restaurant Los Teatros, donde Virgilio tocaba algunos mediodías. Allí surgió mi invitación para que hiciéramos sus discos. Tan sólo con el recuerdo de mis padres, Virgilio me tenía ya un gran cariño y respeto. Luego empezaríamos a intimar en la música, a mostrarnos canciones, elogiar armonías y todo eso.
Llegó el día de la primera grabación. Vino con su compañera de ese tiempo, Blanquita, y una carpeta llena de canciones, con su correspondiente partitura y letra. Al instante me mostró un par de temas que eran inéditos. Uno de ellos, esa maravilla que es “La Cruz del Sur”, escrita a mediados de los años ’60.
Mi idea era registrar sus temas, cantando acompañado al piano. Sólo en algunos yo agregaría algunos instrumentos como guitarra y sintetizadores. Recuerdo que también usé un bandoneón y hasta llegué a tocar bajo eléctrico en uno. Pero la cosa era registrar eso tan natural y cálido que me había mostrado al llegar al estudio. El compositor diciendo sus canciones. Nada más legítimo y emocionante que eso.
El se resistió al inicio, argumentando que no era un cantante y que tenía la voz medio cascada. Terminamos gracias a Dios poniéndonos de acuerdo, y Virgilio decía en broma que de esta manera yo me vengaba de lo que me hizo pasar cuando me fue a escuchar de niño a la pensión. Imaginen: un niño se venga del adulto que lo hizo cantar, haciéndole grabar un disco todo cantado (risas).
Primero grabamos Cancionística, que es el más tanguero y con textos de su también irreemplazable hermano Homero. Luego seguimos con Melódica. Aquí hay muchas canciones y boleros, y es además donde comienzan a aparecer también letras escritas por Virgilio.
Yo, además, conservaba un poema que Homero me dio para musicalizar. Un día se lo mostré a Virgilio y le dije que era inédito de su hermano, que lo tomara para musicalizarlo él. Me propuso que le pusiéramos la música entre los dos y que lo grabáramos cantando juntos. Así nació “Batilana”.
Finalmente junté los dos álbumes y entonces publicamos el único CD que existe del gran Virgilio Expósito. En nuestro país, al publicarse no llegamos a vender ni 400. Tiempo más tarde logré publicarlo en España y vendimos casi 4 mil.
Conservo todavía algunas actuaciones que hicimos juntos y que algún día publicaremos. El mejor de los recuerdos para uno de los grandes compositores que ha dado la música popular. Una persona noble, justa y bondadosa.
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