TEATRO
› Por Mauricio Kartun
¿Qué cosa hace clásico a un clásico? En la rareza de su escalafón tal vez el atributo que mejor lo resume sea su condición de sublime: su belleza en principio; una capacidad de generar emociones misteriosas (a veces un dolor inasimilable) y por sobre todo una capacidad poética para expresar en las figuras de su argumento mucho más de lo que sus propias palabras dicen.
Sostiene Gastón Bachelard que toda metáfora es un mito en miniatura. A ciertos infrecuentes bonsai de mito que son capaces de forestar una pieza teatral obedece especialmente –estoy convencido– aquella condición clásica.
Potestad es un clásico. Un clásico singular además por encarnado: un texto que en el cuerpo de su autor encuentra su soporte más solvente. Una rareza. Tiene aquella belleza y aquella emoción, pero tiene sobre todo esa entidad mítica brutal. Ahí vive su trascendencia. Más allá de cualquier otra virtud es en las metáforas y en las paradojas extraordinarias que construye donde amartilla su poder perturbador y su resonancia: en la identificación inevitable con ese cómplice cautivador, sufriente y persuasivo. Y en la tragedia inevitable que asoma de nuestra empatía inicial con su carisma. Con su imagen de médico ideal. De padre doliente. De apropiador cordial. Y en su encendido y horroroso deseo de volver y de que todo aquello vuelva.
Todo lo que explica calma y adormece. En la paradoja, como siempre en cambio, está el abismo.
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