› Por Juan Manuel Domínguez
Existen varias leyendas en torno del origen de la serie camp con la que Batman pasó a la televisión en los años ’60. Una, la más felizmente hedonista, sostiene que el mismísimo Hugh Hefner martilló en el cerebro del productor de TV William Dozier su fanatismo por el batiserial de los ’40, que se proyectaba permanentemente en el Playboy Club. Dozier encontró la inspiración en Batman #171, algo imposible de pensar fuera de la época en la que Lichtenstein y Warhol hacían pop art en Nueva York. Según el diseñador gráfico Chip Kidd –autor de tapas de libros, escritor y guionista fanático del personaje de Bob Kane– “Batman fue exitoso gracias a que aquello que lo hizo débil durante la Segunda Guerra Mundial lo hizo perfecto para la era de Vietnam. Mucha gente quería escapar de esa guerra y quería hacerlo como fuera: psicodelia, drogas, Canadá, a Batman de set gigantes y camp, adonde sea. Siendo lo más lejano posible a su sombrío origen en 1939, el Batman del ’66 llevó la moda pop a todos como nadie más lo hizo: los niños lo amaban por lo que era, los padres se divertían con su ironía y sarcasmo y todos amaban cómo se veía”. Batman ’66, que será editada finalmente en BluRay este año, sigue siendo por excelencia la máquina del tiempo más perfecta, onomatopéyica e irracional que generó la cultura pop.
“Una vez me preguntaron si escribir Batman era como tener una vasija Ming en las manos o algo de esa naturaleza, tremendamente frágil y aterrador de romper. No. Es como tener un diamante que se la recontrabanca y que no tenés chances de romper. Podés tirarlo contra el techo, contra el suelo, donde quieras, y no podés romper a Batman. Hay diez formas de escribirlo y todas funcionan.” Pero las formas que eligió el guionista y dibujante Frank Miller fueron, lejos, las más desbocadas, las que cruzaron a Clint Eastwood con Rambo, a Mickey Spillane con Sherlock Holmes anabolizado y adicto. Fueron las que definitiva y radicalmente definieron a Batman, las que le extirparon con los dientes cualquier sesgo camp y mostraron que se podía ser ambicioso y populista, hacer historietas que escupen sangre y no merchandising, crear superhéroes sin perder el factor Lucha Libre, pero rasgando formas y formatos, ideologías y zeigeist. Pregúntele a Christopher Nolan si no (no tanto a Burton). Sin la partida doble de Miller en los ’80, no habría Batman “realista” hoy. Pero Miller en The Dark Knight Returns (1986), mostrando un cincuentón Batman liberal (que bordeaba la anarquía paramilitar), forjaba al más violento, físico y operístico héroe que haya esnifado la Estados Unidos de Reagan (piensen en algo tan clavado en su década como American Psycho pero revisionista del género como Los imperdonables) y Año Uno (1988), que en su noir perfectamente tallado anticipaba al Batman soldado de Nolan y los videojuegos de alta gama, que mutan al héroe inexplicable en terrorismo que pelea contra el crimen en sus propios términos, leyes y presupuesto enarbolando el miedo como bandera y modo. No por nada, el último Batman cosecha Miller, la modernización de All Star Batman, muestra a la policía intentando violar al futuro Robin (a lo Rodney King) y a Batman diciendo: “Soy el maldito Batman”. Miller, que quería hacer (y lo hizo, pero usando avatares) Holy Terror, Batman!, una historieta donde Batman atacaba a Al Qaida, es el instinto más norteamericano en la historia de Batman y ha sido, paradójicamente, su más puro, instintivo y lúcido creador.
El más impensado de los guionistas que tuvo Batman en toda su historia (impensado porque es ficticio y porque es un perro) fue Snoopy, de Peanuts. Una broma recurrente en la tira de Charles Schulz era mostrar al perro tipeando la Gran Novela Americana mientras copiaba el comienzo del libro Paul Clifford, de Edward Bulwer-Lytton: “Era una noche oscura y tormentosa...”. En Detective Comics #500, de 1981, Len Wein y Walt Simonson hicieron una historieta de Batman de dos páginas que, troyana y absurdamente, usaba únicamente todas las líneas que Snoopy había tipeado años atrás.
En 1966, debido al éxito de la serie con Adam West, se le comisionó al artista japonés Jiro Kuwata que hiciera una versión manga de las historietas de Batman firmadas por Bob Kane. Kuwata decidió que no iba a funcionar y reescribió el personaje creando un nuevo hombre murciélago capaz de resucitar, detener crímenes lisérgicos, con villanos que se convierten en dinosaurios y picos marcianos a la hora de traducir la batileyenda. En el 2008, con diseño de Chip Kidd, la editorial Pantheon reeditó el ahora clásico que nada le envidia al Batman pop y danzarín de la televisión de la era a-go-go.
De todos los intentos bizarros, quirúrgicos o imposibles que podía generar una überfranquicia como Batman, quizá ninguno como el que craneó Jim Steinman: Batman, el musical (¡Santas ideas absurdas, Batman!). Steinman, el cerebro detrás de canciones como “Total Eclipse of the Heart” o varios hits de Celine Dion y de Meat Loaf, llegó no sólo a involucrar a Tim Burton, sino a escribir las canciones de Dark Knight of the Soul (“El caballero oscuro del alma”) en 1998. Sólo el fracaso de un musical con su firma hizo que la pesadilla no se convirtiera en una bati-realidad.
Por Grant Morrison
Superman habría parecido pomposo y ridículo en Ciudad Gótica, pero Batman vigilaba y poseía su territorio crepuscular con la celeridad de un depredador alfa. La rudeza noir, lo sobrenatural, la tecnología de punta, la megafortuna, el fetichismo, todo se mezclaba en Batman. Si Superman era los Beatles, él era los Rolling Stones. Era Oasis si él era Blur. Sin duda ni competencia alguna, Batman se convirtió en el superhéroe más cool de todos. (...) Batman nació intencionalmente como el opuesto a toda la dinámica de Superman: Superman era un extraterrestre con poderes increíbles; Batman era un ser humano sin habilidades sobrehumanas. Superman tenía un traje de colores brillantes; el de Batman era de tonos grises y sombríos con burlonas pizcas de amarillo. En su identidad secreta como Clark Kent, Superman era un sacrificado hijo de granjeros que creció en un pequeño pueblo de Kansas, mientras que Bruce Wayne disfrutaba de una vida de playboy millonario, un sofisticado descendiente de la rancia aristocracia de la Costa Este. Clark tenía un jefe; Bruce tenía un mayordomo. Clark suspiraba por Lois (Lane); Bruce arrasaba entre una serie de señoritas, importantes y debutantes. Superman trabajaba solo; Batman tenía un niño como compañero, Robin, que vestía calzoncillos verdes, máscara negra y capa amarilla. Superman era del día; Batman de la noche y las sombras. Superman era racional, apolíneo; Batman era dionisíaco.
La misión de Superman era imponer la justicia; la de Batman una emotiva venganza basada en golpear primero y preguntar después. Superman empezó como un socialista, y Batman era el héroe capitalista definitivo, lo cual puede explicar su actual popularidad y la relativa pérdida de relevancia de Superman. Batman cumplía nuestros deseos, ya fuera siendo el asquerosamente rico Bruce Wayne o su alter ego encapuchado. Era un millonario que descargaba su furia infantil sobre los criminales de las clases bajas. Era un defensor de los privilegios y las jerarquías. En un mundo donde la riqueza y la fama son las medidas del éxito, no es sorpresivo que los superhéroes más populares hoy en día, Iron Man y Batman, sean ambos galanes magnates. El socialista y el miembro de la sociedad; en lo único que Superman y Batman pudieron ponerse de acuerdo fue en que matar es malo.
De su libro Supergods, Héroes y mitos del comic.
En 1996, DC Comics puso de moda la línea editorial Elseworlds, que implicaba ubicar al héroe y su imaginario en otra época y/o mundo alternativos. Ejemplo: Batman pirata. Steve Englehart propuso La tragedia de Batman, príncipe de Dinamarca, en la que el hombre murciélago es Hamlet buscando vengar la muerte de su padre a manos del Guasón. Y le dieron luz verde. Pero cuando presentó el detalle del guión, fue cancelado. El guionista Grant Morrison hizo recientemente un guiño al asunto en Batman #682, mostrando como sería eso de ser o no ser murciélago.
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