CULTURA / ESPECTáCULOS › "BOURNE, EL ULTIMÁTUM", POR LEJOS LA MEJOR DE LA TRILOGÍA
› Por Leandro Arteaga
Bourne: el ultimátum: 8 puntos
(The Bourne Ultimatum. EE.UU, 2007)
Dirección: Paul Greengrass.
Guión: Tony Gilroy, Scott Burns, George Nolfi, sobre la novela de Robert Ludlum.
Fotografía: Oliver Wood.
Música: John Powell.
Montaje: Christopher Rouse.
Intérpretes: Matt Damon, Julia Stiles, David Strathairn, Scott Glenn, Paddy Considine, Albert Finney.
Duración: 111 minutos.
Salas: Monumental, Village, Showcase.
La primera estuvo más o menos. Nada más. La dirigió Doug Liman (el mismo de ese bodrio con Brad Pitt y Angelina Jolie: Mr. & Mrs. Smith) con el título Identidad desconocida (The Bourne Identity, 2002). Pero la segunda ya estuvo muy bien. La dirigió Paul Greengrass (el mismo de la notable Vuelo 93) con el título La supremacía de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004). Y ahora, por tercera vez, Matt Damon vuelve a encarnar al agente asesino Jason Bourne, vuelto a dirigir por Greengrass, en Bourne: el ultimátum, que es, lejos, la mejor.
Y qué bueno que resulta ir al cine, ver una película bien narrada, con el protágonico de un personaje bien constituido, que ha ido adquiriendo vida propia conforme ha avanzado en su serie de films, y que ha preludiado, qué duda cabe, la dureza del actual agente 007, frío y carente de afectos, de Daniel Craig en Casino Royale.
Parece, entonces, que Bourne ha dejado de ser útil a los designios de la CIA, y que cuanto más escarba en su pasado, en aquella historia de vida que sí lo tenía como protagonista, donde no era un títere, donde tenía otro nombre, el suyo, y no era esta encarnación (bourne/reborn/renacer) surgida de agua de océano maternal, cuanto más indaga, decíamos, más quieren detenerlo, frenarlo, matarlo. Entonces la película se regodea en situaciones admirables, de persecución, de espionaje, de alta tecnología, que nos hacen temer de veras, porque el proceder que imaginara Orwell para su 1984 ya es una realidad cierta, con cámaras que vigilan todos los movimientos de todos, emplazadas en los lugares públicos que solían ser de todos.
Es David contra Goliat. Como una alimaña que corroe intrincados mecanismos burocráticos y mercenarios, Bourne despliega sobre sus otrora dueños sus mismas armas, y el film alcanza momentos admirables. La letal pelea cuerpo a cuerpo de Bourne es asimilada desde un montaje igual de contundente. Pero cuando debe enfrentar a quien tiene su misma destreza, nos sitúa al borde de la butaca. Más aún cuando ésta es consecuencia de una persecución triangulada, donde dos agentes el bueno y el malo procuran alcanzar a un tercero traidora a la CIA que ayuda a Bourne, corriendo y saltando terrazas, sin tiempo para transpirar, con la muerte, literalmente, pisando talones.
Porque no hay lugar para el respiro, a excepción de los pasajes explicativos, que desentrañan la madeja corrupta, que evidencian planes secretos, aquellos que han hecho de Bourne una máquina de matar, un agente leal al gobierno (lectura que es reverso del Capitán América, héroe surgido de idénticas motivaciones en páginas de historietas).
Hace tiempo que no se ve un gran film de espionaje. Tengo que pensar, nuevamente, en Casino Royale, pero insisto, no sería posible este nuevo Bond si Jason Bourne, personaje surgido de la pluma de un Robert Ludlum que es, a su vez, deudor literario de Ian Fleming, no hubiese sido cinematográficamente primero.
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