CULTURA / ESPECTáCULOS › BALANCE UN AÑO COMPLICADO PARA LA CULTURA
La muerte de Fontanarrosa ha sido una pérdida irreparable para los rosarinos. Y sus amigos, Serrat y Sabina lo recordaron en un multitudinario concierto en Central. Y para colmo cerró el cine El Cairo. Chiqui González se fue a Santa Fe y José Cura emocionó con su voz.
› Por Fernanda González Cortiñas
A tono con un año lleno de matices, con algunas altas notables y algunas bajas realmente tremendas, el 2007 culminó con una serie de movimientos, en la cúpula de la Secretaría de Cultura municipal que, aunque anunciados, no dejaron de sorprender, incluso a los propios interesados. Cuando él mismo afirmaba a este diario que todavía no se recuperaba de la conmoción que le causó su designación en reemplazo de Chiqui González al frente de la repartición, Fernando Farina anunciaba el nombre del nuevo director del Museo Castagnino: Carlos Herrera, un joven artista plástico, cuya nombramiento soliviantó los ánimos en el receloso mundillo de arte local.
Y aquí, aunque en realidad no sea tal, aparece la primera de las bajas. La ida de la órbita municipal de Chiqui González es una pérdida de difícil reparación. Alguien dirá que esto es ver el vaso medio vacío, dado que, en teoría, la funcionaria ha pasado a gestionar la Cultura en un marco de mayor alcance, sobre todo social, algo que históricamente ha preocupado a los gobiernos socialistas. Pero los más chauvinistas deberán reconocer que la falta de su chispa creativa, de su inagotable capacidad ejecutiva y de su irreverencia política, ya comienzan a sentirse en la ciudad.
Claro que hablar de pérdidas inmateriales precisamente este año parece un exceso, cuando el 19 de julio tuvo lugar una de esas ausencias para siempre que estrujan el alma cada vez que se las menta. Y es que esa mañana los rosarinos se levantaron con una pésima noticia: a pesar de todo, a pesar de los avances de la medicina, a pesar de las terapias alternativas, de las oraciones de los creyentes y los ruegos de los no creyentes, a pesar de sus increíbles ganas de vivir, el Negro Fontanarrosa había muerto. Una pérdida irreparable en el más profundo, sensible y preciso sentido de la palabra. Poco hubo después de eso, que lograra levantar el alicaído ánimo de los rosarinos, y de tantos otros, que a lo largo y ancho del globo, aún sin serlo, se sintieron un poquito "de acá", y lo lloraron como si ellos también hubieran perdido para siempre su humor perfecto y su finísima estampa, caminando por la peatonal, gritando un gol en el Gigante de Arroyito o detrás de la vidriera de El Cairo, tomándose un café con el resto de "los galanes".
Ni la visita de sus amigos, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina en diciembre logró desempañar tanta tristeza. Lógicamente, el dúo ibérico le dedicó canciones y anécdotas ante un auditorio embargado por la emoción, tanto, que hasta hubo quien creyó ver la caída de una estrella fugaz atravesando la noche, justo en el momento en que todos juntos conjuraban su recuerdo en el estadio de sus amores.
Ahora sí yendo a una pérdida material pero que seguramente se sentirá de otro modo, fue el cierre del cine El Cairo. Para aquéllos que creen que una ciudad crece cuando suben sus números, probablemente la clausura definitiva de la sala sea nada más que un pequeño capítulo en la historia de una urbe pujante. Pero para los que piensan que cuando una ciudad pierde un espacio con muchos años de tradición cultural pierde personalidad, pierde historia, en definitiva, se pierde a sí misma, la caída de El Cairo marca casi el final de esa batalla iniciada a comienzos de los 90's por las pequeñas salas, con todo su folklore, intentando sobrevivir a la invasión de los multicines y su parafernalia importada.
Pero claro, no todo fue para la columna de los debe.
Entre las de haber aparecen la visita, nuevamente, de un hijo pródigo: José Cura. Cuando ya nadie creía que el gran tenor volvería a actuar en su ciudad, Cura apareció y festejó afectuoso con los rosarinos los cincuenta años del Monumento a la Bandera. En el mismo escenario y con casi el mismo auditorio, otro que volvió una noche fue Fito Páez. Fue para Navidad en un concierto que aunque sin carácter de navideño tuvo cierto tono de fiesta de guardar.
Además de los esperados Nano y Sabina --que actuaron a lleno total--, hubo otras voces importantes que cantaron durante el 2007 en Rosario. Gal Costa, Milton Nascimento, Mana y hasta los retro Julio Iglesias y Franco De Vita (para ver a Fred Bongusto hubo que cruzar a Victoria).
En materia de festivales, se reeditaron dos éxitos oficiales y una iniciativa privada, todos con gran suceso. En octubre, el Festival Internacional de Poesía volvió a convocar algunos nombres sobresalientes del género, aunque por momentos parezca primar la cantidad sobre la calidad. Antes, en septiembre, el Festival de Video se convirtió en un punto de encuentro fundamental para realizadores, estudiantes y público hambriento de nuevas experiencias audiovisuales. A su turno, la Feria del Libro, reeditada desde hace apenas algunos años a instancias de un puñado de libreros rosarinos, vio desfilar a miles de rosarinos, fundamentalmente jóvenes y niños, tirando por tierra aquél mito de que "los chicos de hoy ya no leen".
En materia de libros se editó mucho y bueno. Surgieron algunos sellos nuevos (como Papeles del Boulevard que lanzó más de media docena de libros de poetas locales) y algunos no tan nuevos se metieron a hacer cosas diferentes (como Ciudad Gótica con su mensuario temático Fanzín). La librería Ross, una baluarte rosarino cumplió 70 años y armó una edición homenaje con textos de casi todo el mundo --incluido claro, el Negro Fontanarrosa-- y otro Negro, Ielpi, escribió las crónicas de otro clásico de la ciudad: el bar El Cairo.
En apretado resumen, y a pesar de abundó en espectáculos de mediana y gran categoría --en una tendencia que parece abonar la teoría de la Dirección de Turismo municipal, que afirma que Rosario se va convertiendo lenta pero seguramente en un punto estratégico a partir de su agenda cultural--, el 2007 fue un año que dejó más que sinsabores, algunos vacíos definitivos, muy difíciles de llenar. Pero será que como dice la Sosa, "cambia, todo cambia".
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