Mié 09.01.2008
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › LIBRO. "NADIE SABE ADONDE VA LA NOCHE" DE BEATRIZ VIGNOLI

Un viaje hacia ningún lugar

Vignoli demostró a lo largo de su trayectoria sobrados talento e inteligencia para moverse con libertad y solidez en géneros diversos. Su última novela, como se lee en la contratapa, "es un secreto a voces en el ámbito de la literatura argentina".

› Por Sonia Scarabelli

A poco de la publicación de su cuarto libro de poemas, Soliloquios (Huesos de Jibia, 2007), la polifacética Beatriz Vignoli (Rosario, 1965) vuelve a salir al ruedo, ahora con una nouvelle titulada Nadie sabe adónde va la noche, que integra la Colección buenos y breves del reconocido sello editorial Bajo la luna.

Vignoli, quien ha demostrado a lo largo de su trayectoria sobrados talento e inteligencia para moverse con libertad y solidez en géneros tan exigentes como la poesía, el ensayo y, por supuesto, la novela -entre otros-, da cuenta una vez más, con este libro, de las fundadas razones por las que su nombre -como reza en la contratapa del volumen- "ya es un secreto a voces en el ámbito de la literatura argentina".

En Nadie sabe adónde va la noche la autora vuelve a desplegar, además de una prosa intensa, precisa, siempre consciente de los ritmos que demanda lo narrado, y cargada de ironía, el paisaje inquietantemente cercano de Atopia, "ciudad familiar y decente ma non troppo", y escenario -pero sin duda también, personaje- de dos de sus novelas anteriores DAF (inédita) y Reality (EMR, 2004) que obtuvo hace unos años el segundo premio del "Manuel Musto".

Es en esta suerte de "tierra de nadie", fundada en un lugar -o en todo caso en un no-lugar- fronterizo entre realidad y ficción donde transcurre la travesía que "comienza cuando cae el sol del viernes y termina en el amanecer del sábado", relatada por él mismo en clave autobiográfica, de Ricardo Rojas -homónimo del primer gran historiador de la Literatura Argentina-, crítico literario, profesor de literatura inglesa y norteamericana de la Universidad de Atopia, y "héroe" atopiano por excelencia. La "casi novelita de la vida real" de Rojas, como su "autor" la define, se abre con un prólogo inédito, escrito a pedido de éste, y firmado por B.V., en el que, junto con una serie de guiños a la obra de la propia Vignoli, se inaugura la serie de otras tantas referencias a una tradición literaria más amplia, la cual opera, entre otras cosas, como vía indirecta para ofrecer al lector una primera y corrosiva semblanza de quien será su compañero de ruta en las páginas siguientes.

Atopiano hasta la médula, Rojas se lanza a un viaje crepuscular; el viaje de un "seductor" que, en concordancia con una nutrida literatura sobre el tema, se define a sí mismo como un "analfabeto afectivo" (con cierta reminiscencia kierkegaardiana, ya que para él, como para el Johannes de Kierkegaard, "el castigo tendrá un carácter puramente estético: [pues] un despertar resulta demasiado ético para su modo de pensar"; de hecho, Rojas escribe su "novelita").

Atrapado en una franja etaria que bordea la cincuentena, y cargando con la imagen de un bizarro primer amor, un divorcio y un hijo en plan de independizarse, se embarca en una búsqueda, al mismo tiempo calculada y desenfrenada, de la mujer ideal (aquella a la cual podría entregarse por fin), búsqueda que invariablemente lo conduce, por otra parte, a un reencuentro con los fantasmas de su pasado. En esa travesía de una noche, que adquiere rápidamente la connotación de un descenso a los infiernos, sazonada con la atonía atmosférica de las calles atopianas -pobladas mayoritariamente por tribus de chicas como salidas de un animé japonés y chicos "de veinte que querían parecer afroamericanos de veinticinco"-, se suceden para el protagonista los encuentros de pesadilla, propia y ajena, que preparan a su vez un jugoso final sabiamente administrado. Por allí desfilan, por mencionar sólo unos pocos ejemplos: una mendiga erudita capaz de lanzar citas de Shakespeare capciosamente modificadas, viejecitas en plan de conquista sexual, colegas desorientados y también "a la pesca", taxistas que saben lo que es un "perverso polimorfo".

Pero si hay algo que esos encuentros -combinados aquí y allá con reapariciones que se producen en un fino engarce de circunstancias, y abordados con un humor que más de una vez hiela la sangre- tienen en común, es que no se reducen a "movilizar la acción", sino que revelan la sincronía de lo narrado con una percepción de la desdicha y la soledad que excede la historia de Rojas, y tocan con cruenta determinación y de manera no menos irónica, una escena más global, arraigada en un colectivo cuya violencia se confunde perversamente con la apatía.

En definitiva, Nadie sabe adónde va la noche vuelve a hacer presente tanto el gusto de Vignoli por contar historias que atrapen en su calidad de tales, como su don para moverse en el filo entre lo real y lo ficticio, e impulsar siempre a sus lectores a dejar atrás cualquier tentación de refugiarse en un cómodo sitio de observador, exterior al relato. Por el contrario, nos urge a entrar de lleno en el instante gozoso, y más de una vez amargo, en el cual aquellos límites se borran y quedamos a la intemperie, sorprendidos en el acto de contemplar algo de nosotros mismos y de este a menudo confuso, ingrato, oscuro tiempo en que vivimos.

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