CULTURA / ESPECTáCULOS › ALREDEDOR DE "EL EXORCISMO DE EMILY ROSE"
› Por Leandro Arteaga
El exorcismo de Emily Rose
(The Exorcism of Emily Rose) EEUU, 2005
Dirección: Scott Derrickson.
Guión: Paul Harris Boardman, Scott Derrickson.
Música: Christopher Young.
Montaje: Jeff Betancourt.
Fotografía: Tom Stern.
Intérpretes: Laura Linney, Tom Wikinson, Campbell Scott, Jennifer Carpenter, Colm Feore, Joshua Close.
Duración: 119 minutos.
Puntos: 6 (seis).
Una de las primeras imágenes de "El exorcismo de Emily Rose" nos remite, intencionadamente, al memorable momento en que, cubierto de niebla pesada, el sacerdote se dispone a ingresar en la casa de la poseída Linda Blair en "El exorcista" (1973, William Friedkin).
Este nuevo film, que se postula como una recreación de hechos reales, cuenta el juicio llevado a cabo a raíz de prácticas de exorcismo que habrían interrumpido el normal tratamiento médico y provocado la muerte de la joven Emily Rose, quien se supone sufría de epilepsia y psicosis. A partir de ello, "El exorcismo de Emily Rose" se plantea como un film judicial, podríamos decir, pero con aristas fantástico-religiosas de progresiva presencia: visiones monstruosas, presencias nunca vistas, relojes de andar caprichoso, señales de origen sobrenatural.
La abogada interpretada por Laura Linney, se declara agnóstica y comprometida con su deber profesional. Su afán laboral se limita a la promesa de sociedad de la firma con la cual trabaja. Será el tránsito por las vicisitudes del caso, lo que provocará en la joven abogada una revisión de sus fueros internos, casi como si hablásemos de un examen de conciencia. Del otro lado, se encuentra el abogado de razón indiscutible y obcecada. Entre ambos, asoma la figura acusada del padre Moore (Tom Wilkinson) con su convencimiento religioso.
Desde un parecer más arriesgado, "El exorcismo de Emily Rose" no se preocupa por plantear dudas religiosas o existenciales, sino que dibuja un film, podemos decir, casi tenebroso, en el que son reinstauradas las figuras estereotipadas del bien y del mal. Los ritos eclesiásticos, en verdad, no son cuestionados, mientras que abundan las menciones a apariciones divinas que justifican, precisamente, el accionar de las malignas. También el desenlace tiene esta faceta "salomónica", en la que la mirada crítica se diluye ante un respeto, casi, sacramental.
En un marco ideológico en el que el discurso de la derecha religiosa tiene un peso renovado, el film en cuestión parece no hacer más que recordarnos miedos que, como condimentos de films de terror, han conocido mejor destino en largo historial del cine dedicado a este género.
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