CULTURA / ESPECTáCULOS › "PROMESAS DEL ESTE", EL SUBMUNO DE LA MAFIA RUSA EN LONDRES
› Por Leandro Arteaga
Promesas del Este (Eastern Promises) Inglaterra/Canadá/EE.UU., 2007
Dirección: David Cronenberg.
Guión: Steven Knight.
Música: Howard Shore.
Fotografía: Peter Suschitzky.
Montaje: Ronald Sanders.
Intépretes: Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel, Armin Mueller-Stahl, Jerzy Skolimowski, Mina E. Mina.
Duración: 100 minutos.
Salas: Monumental, Village, Showcase.
Puntaje: 7 (siete)puntos
La primera escena de Promesas del Este es demoledora. Porque, por las dudas, si alguien concurre al cine por el motivo de ver a Viggo Mortensen, nominado por este papel para el premio Oscar, mejor estar preparado. Estamos ante un film de David Cronenberg. Que la sangre brote, entonces, de modo brutal.
La anterior colaboración entre director y actor -Una historia violenta, 2005- parece haber resultado próspera: reconocimiento de la crítica, premios, y nominaciones al Oscar. Con Promesas del Este, podemos pensar, Viggo Mortensen se ha convertido en la máscara pétrea que el realizador canadiense necesita para modelar sus antojos perversos. De hecho, el cine de David Cronenberg (La mosca, Videodromo, Pacto de amor, Crash) se erige desde la desocultación, desde el permitir aflorar lo que bajo la superficie anida, trátese de un personaje de pasado oscuro, de relaciones sexuales traumáticas, o de un cuerpo social hipócrita. En función de ello, Mortensen sabe componer desde una máscara indescifrable. Por detrás, por debajo, existen otras cosas. Podremos llegar siempre y cuando aceptemos el desafío que el director propone.
En Promesas del Este somos arrojados al submundo de la mafia rusa. En pleno Londres. De manos de una enfermera que decide afrontar la suerte de una recién nacida. La madre, muy joven, no soporta el parto pero lega, para el recuerdo y la búsqueda de una identidad, un diario personal, donde describe su suerte y su embarazo. Así, mientras la historia es también necesidad de un hogar para la niña, Anna (Naomi Watts) enfrenta su historia reciente, de afectos desencontrados, mientras habita nuevamente bajo el techo de sus padres inmigrantes.
Pero el diario es hoja de ruta que la involucra con la mafia rusa. Allí es donde conoce a Nikolai (Mortensen), chofer y protegido de la familia a la que Semyon (Armin Mueller-Stahl) lidera desde su figura paterna. El hijo descarriado, Kirill (Vincent Cassel, un rostro perfecto para el universo cronenbergiano), provoca disturbios que hacen peligrar la seguridad del grupo, mientras los ajustes de cuentas comienzan a propagarse. Nikolai deberá moverse entre la sumisión a la que le obliga su trabajo y la contradicción que le supone la figura pequeña de Anna.
Pero quien parece ser un chofer es también otras cosas. El cigarrillo que apaga en su lengua dice más de Nikolai que cualquier otro rasgo. Su cuerpo, de acuerdo con la costumbre, posee su historia de vida tatuada, mientras guarda espacio para el dibujo de una estrella, aquella que le valdrá el respeto de la organización, el ingreso a la familia que, parece, nunca tuvo. El cuerpo desnudo ante el jurado mafioso, ante la lectura descarada de sus tatuajes, es la prueba ritual necesaria.
Seguramente, Promesas del Este no esté a la altura de otros films más logrados del mismo realizador. La misma Una historia violenta resulta más contundente. Pero bastan un puñado de escenas terribles para lograr que uno se sitúe, si no al borde de la butaca, por lo menos por debajo de ella. Son esos instantes en los que la hoja afilada corta lo que se le cruza mientras hiere, también, la sensibilidad de uno. La mano que, involuntariamente, nos cubre el propio rostro deja algún resquicio desde el cual, voluntariamente, espiar y delatarnos.
Un detalle más: la participación actoral del realizador polaco Jerzy Skolimowski quien, luego de diecisiete años sin filmar, se encuentra preparando una nueva película: América, sobre la novela de Susan Sontag.
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