CULTURA / ESPECTáCULOS › "SIN LUGAR PARA LOS DEBILES", MULTIPREMIADO FILM DE LOS COEN
› Por Leandro Arteaga
Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men) EE.UU., 2007
Dirección: Joel y Ethan Coen.
Guión: Joel y Ethan Coen, sobre la novela de Cormac McCarthy.
Fotografía: Roger Deakins.
Música: Carter Burwell.
Montaje: Joel y Ethan Coen (como Roderick Jaynes).
Intérpretes: Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Josh Brolin, Woody Harrelson, Nelly Macdonald, Garret Dillahunt.
Duración: 122 minutos.
Premios: 4 Oscars: Mejor película, director, guión adaptado, actor de reparto (Javier Bardem). Globos de oro: Mejor guión, mejor actor secundario (Javier Bardem); Junta Nacional de críticos de EE.UU.: Mejor Película. Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor película, mejor dirección, mejor guión, mejor actor secundario (Javier Bardem).
Salas: Monumental, Showcase, Village.
Puntaje: 9 (nueve) puntos.
No es país para viejos (No Country for Old Men) es la traducción, mucho más acertada, que el film de los hermanos Coen ha recibido en España. También es la elección que ha prevalecido en la publicación en lengua castellana de la novela homónima de Cormac McCarthy. Vaya uno a saber qué tonterías ocurren para que un film que debiera haberse titulado igual o de modo similar, adquiera el rótulo de Sin lugar para los débiles. Y puntualizamos esto porque la lectura fílmica, claro está, es condicionada por estas elecciones desatinadas.
Porque nada emparenta, necesariamente, la condición de viejo con la de débil. El film de los hermanos Coen, que vuelven aquí a lo mejor de ellos -y pienso en títulos cercanos en el género como Simplemente sangre o De paseo con la muerte-, plasma un mundo que cambia y relega a aquellos que ya nada tienen que ver con él. Acorde con un tenor desértico o despoblado, que nos recuerda la blancura nívea de Fargo (1996), el ámbito rural de Texas es compañía para el lamento en off del sheriff Ed Tom (un estupendo Tommy Lee Jones). Ya nada es lo que era. Ahora todos portan armas. Los asesinos exponen sus mismas vidas. No les importa. No hay noción del riesgo. Sólo una violencia cada vez mayor. Y de por medio, siempre, el dinero.
Los serial-killers actuales exhiben, también, armas grotescas. Como la que utiliza Chigurh (Javier Bardem), motivo de un reguero de cadáveres desalmado, mientras persigue al prófugo (Josh Brolin), excombatiente de Vietnam que escapa con un botín ajeno, ligado al narcotráfico. Chigurh es inmutable y terrible. Simplemente mata. Hay tiroteos y choques brutales en el medio del pueblo. Sea durante la noche, sea durante el día, nadie ajeno al problema interviene. Y si lo hace, la mediación necesaria es el dinero. El dinero compra la solidaridad, los medicamentos, la campera que disimula la sangre en el cruce de frontera, la inocencia del niño ante el accidente, mientras el amiguito observa fascinado el resultado del choque en el cuerpo afectado.
En otras palabras, la violencia se ha imbricado socialmente, ya nada escandaliza, sea a los implicados, sea a los que la observan, sea a los mismos espectadores del film. Chigurh asesina y en la sala se escuchan risas cómplices. Pero no estamos en presencia de un film de Tarantino, sino ante su contracara. Cuando la película finaliza es su reflexión lo que prevalece, ante la mirada desorientada de quienes sonreían.
Podemos decir que quien toma conciencia del problema es el bueno de Ed Tom. Se sabe viejo. Se sabe espantado por las cosas que ocurren. No concibe que, mientras conduce su automóvil, vea escapar entre tiroteos a asesinos sin culpa. Siente cercana su muerte. Y cuando se refiere a Chigurh lo hace nombrándolo como "fantasma". "Lo veo y no lo veo", dice. En verdad, nunca compartirán siquiera un encuadre a lo largo del film. Chigurh puede tanto ser cierto como también expresión icónica de los miedos de Ed. Su matanza pone en duda el después de la vida del sheriff, el legado de su tarea como policía. Será por eso, tal vez, que no haya hijos suyos para el mañana.
Sin lugar para los débiles explora todo esto. Permite actuaciones brillantes, escenas perfectas (como la de Chigurh, el dueño de la gasolinera, y la moneda), e inteligencia narrativa, mientras desdice la truculencia de las muertes hacia otros ámbitos más profundos. El país ha cambiado. Y los viejos no tienen cabida. Vaya uno a saber quién se quedó con la plata. Pobre de él. Pobres de nosotros.
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