CULTURA / ESPECTáCULOS › "EL TREN DE LAS 3:10 A YUMA", SOLIDA REMAKE DIRIGIDA POR JAMES MANGOLD
Detrás de la leyenda del antihéroe
A cincuenta años de su estreno, este western ofrece una mirada crítica sobre la ley y el funcionamiento de la justicia
› Por Emilio A. Bellon
"EL TREN DE LAS 3:10 A YUMA"
("3:10 to Yuma"). USA, 2007
Dirección: James Mangold
Guión: Halstedt Welles, Michael Brandt y Derek Hass, sobre un cuento de Elmore Leonard.
Fotografía: Phedon Papamichael.
Música: Marco Beltrami.
Intérpretes: Russell Crowe. Christian Bale, Peter Fonda, Ben Foster, Gretchen Mol, Dallas Roberts, Logan Lerman.
Duración: 121 minutos.
Salas: Del Siglo, Monumental, Showcase y Village.
Calificación: 9 (nueve).
En su libro "Cincuenta años de cine estadounidense", el director Bertrand Tavernier, a quien tenemos presentes por sus films El juez y el asesino y Round Midnight, señala que si tuviese que elegir diez westerns de la historia del genero, dos de ellos, sin dudarlo, llevan la firma de Delmer Daves: El tren de las 3:10 a Yuma y El árbol de la horca, estrenados en 1957 y 1959 respectivamente. En su fundamentación, Tavernier expresa que este realizador que figura en la lista de los olvidados presenta "personajes que aprenden a descubrir un modo de vida, una cultura ajena a ellos, una nueva creencia y comienzan a valorar el respeto y la humildad por el otro". Luego destaca la mirada del director sobre el indio, sobre el nativo, que ya esta presente -a diferencia de los tradicionales westerns- en su film de 1950 La flecha rota.
A cincuenta años de su estreno, El tren de las 3:10 a Yuma se nos ofrece hoy, como entonces, como un western no solo crepuscular sino que, ambientado ya en la época del ferrocarril y la delimitación del concepto de propiedad privada y territorialidad en manos de poderosos, como un film que se destaca por su amplia mirada crítica sobre el concepto de la ley y el funcionamiento de la justicia, en un espacio en el que sólo cuentan los intereses de una minoría. En la versión de 1957, interpretada por Glenn Ford en el rol que hoy cumple Russell Crowe y Van Heflin en el de su par opuesto, Christian Bale, la fuerza del relato de Elmore Leonard, que se identifica con la novela negra, permite hacer una lectura sobre el maccarthysmo, heredero este film en parte de A la hora señalada de Fred Zinnemann del 52 y del de John Sturges del 56 de, Conspiración de Silencio.
En la línea de su predecesora, y con un guión que respeta textualmente situaciones básicas y parlamentos claves, la remake de James Mangold no sólo hace honor al genero, no sólo lo recrea, sino que ofrece un amplio recorrido por los matices de la conducta humana que alcanza a desdibujar contornos y a plantear una mayor ambigüedad como móvil expresivo de lo que va aconteciendo. Desde una situación primaria que nos acerca a un granjero empobrecido, azotado por las deudas, padre de familia con dos hijos, amenazado por sus acreedores que incendian literalmente su pequeño granero y en paralelo la de un grupo de identificables asaltadores de caminos, homicidas, con un jefe que resume la idea de líder y héroe, motivo de veneración de su pandilla; desde esta situación que se plantea inicialmente dos líneas de fuerza irán enfrentándose en la relación custodio y vigilado, a través de una geografía árida, despojada que en la versión del 57, rodada en blanco y negro, adquiría la silueta de un paisaje espectral.
Si bien las resoluciones de ambos films, varían sensiblemente, y esto hay que comprenderlo en relación con dos contextos sociales de época, lo que más acerca una versión a la otra es el tratamiento de las reacciones de sus personajes; uno movido por su necesidad de dinero para que "el campo vuelva a ser verde", para que sus hijos no solo vean en el a un tirador certero, para que un mandamiento ético sea posible; el otro expulsado de un orden familiar que actúa, por sobre todo, la moral hipócrita de quienes, en nombre de la ley, asesinan apaches, mutilan niños, aplastan a chinos que trabajan en condiciones infrahumanas en las vías del tren, ignoran a mutilados de guerra.
Hay distintos momentos, acertadamente calibrados, en esta tragedia que no era tal en la versión del 57. En aquellos años la mirada de Daves proponía la comprensión como actitud para un mundo mejor. Lo que Daves si marcaba era que no se podía hablar del Bien y del Mal ya que estos términos se levantaban desde una caracterización de desigualdades.
El Tren... es un western psicológico. Necesitamos escuchar. Si, la historia de Ben Wade que modela por igual la violencia y la ternura, que lo lleva a sorprender a quien espera de él sólo un acto de desenfrenada reacción, que despierta calma en quien lo asiste, que asume simultáneamente gestos explosivos, respuestas cínicas; pero que puede captar la profundidad del color verde de una mirada de mujer.
Paralelamente, las frustraciones de quien, en principio, funcionara como su oponente, esta marcada por la desesperación. Entre la cruz que el primero lleva inscripta en el puño de su revolver y la medalla que el segundo guarda en el bolsillo de su pantalón se teje una historia de desamparos, humillaciones, expectativas. Entre los dibujos que realiza el villano, que va dejando en su paso y el cojear de una pierna que ya no resiste más, surgen preguntas existenciales y anida el dolor.
En el último tramo del film, en tanto de itinerario y traslado hablamos, en ese último pasaje en el que captor y prisionero comparten el silencio de una habitación de un hotel desolado, a la espera del último tren que llevara al malhechor a la prisión, tanto Delmer Daves como James Mangold nos ubican frente a la mirada de estos hombres que se mueven, ahora, desde el reconocimiento, la admiración.
Desde la llegada a Contention City, desde donde partirá el ferrocarril que llevara al prisionero a Yuma el relato está narrado en tiempo real. Allí minuto a minuto se comienzan a dar vueltas las cartas en una partida dominada por la cobardía de los otros y la comprensión de los que aceptan revisar sus fuerzas. Enfáticamente romántico, el film funda la leyenda desde el espacio que deja el antihéroe y algunas palabras finales iluminaran un mañana, tal vez distinto, en la mirada de un hijo que decidió acompañar y proteger a su padre. Tal vez, porque para Daves como para James Mangold "el hombre que se acepta a si mismo crea su propia idea de libertad".