Lluvia

(Argentina, 2008)

Dirección y guión: Paula Hernández.

Fotografía: Bill Nieto.

Montaje: Rosario Suárez.

Música: Sebastián Escofet.

Dirección de arte: Mercedes Alfonsín.

Intérpretes: Valeria Bertuccelli, Ernesto Alterio.

Duración: 110 minutos.

Salas: Monumental, Del Siglo, Village, Showcase.

Puntaje: 6 (seis) puntos

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El tráfico está detenido. La noche es húmeda, la lluvia intermitente. Cada automóvil un universo particular. De uno de ellos emerge Alma (Valeria Bertuccelli): envuelta en su historia, con la resaca futura que su soledad presagia. Cigarrillos, test de embarazo, algo de whisky, cepillo de dientes. La manifestación entorpece el tránsito. Y el agua deja caer consigo la presencia de Roberto (Ernesto Alterio): hombres que corren, su mano con sangre, el acento ibérico, el refugio en el auto de Alma.

Desde esta premisa se construye Lluvia. Desde lo fortuito del encuentro. Desde la sorpresa que el azar propone. Sin revelar demasiado lo que aqueja a sus protagonistas. Sólo detalles que permitan delinearlos. Rasgos que habilitan la construcción del argumento. Mientras nace un vínculo inmediato que es promesa de riesgos. También posibilidad de comprensión. Personal y ajena.

La lluvia opera como ese nexo emocional. Escenario de una ciudad gris y opaca. También expresión de un estado de ánimo. Alma y Roberto deberán soportar el golpeteo del agua, procurar que no se cuele por la ventanilla rota. Que no los inunde. Que les permita sobrevivir hasta la oxigenación vital.

Mientras tanto, cuando el dolor propio mengua con la compañía, aparece el interés por el otro. Las barreras que se erigen, preventivas, y su lento declinar. La confianza que nace. Y la lluvia que, todavía, continúa y acompaña.

Los pequeños elementos que nos interrogan sobre los personajes nos implican una cercanía mayor. Nos atrapan narrativamente. Porque queremos saber y porque no nos dicen mucho. Sólo nos sugieren. Junto con encuadres que dejan fuera de foco aquello que no necesita ser explicitado. Como si fuese algo que, aunque presente, es indefinido y fantasmático. Sea desde la forma de algún objeto, la presencia de algún cuerpo, o el sonido de una voz telefónica. En la utilización del fuera de campo, Lluvia encuentra, sin dudas, uno de sus mejores recursos.

Pero esta gradual composición del argumento resulta algo menos creíble desde el diálogo. Como si, en algunos pasajes del film, tanto Bertuccelli como Alterio estuviesen recitando lo que las líneas de guión han previsto. Como si hicieran evidente esta imposición por momentos retórica. Lo que obliga a un desarrollo fílmico que se percibe de un modo moroso. Retenido, a veces, en una situación que genera un cierto subrayado de lo anímico. Percepción que ya queda clara desde el primer planteo: ese mundo embotellado que nos remite a 81/2, de Federico Fellini, y también ﷓elogio hecho por la misma directora, Paula Hernández﷓ al relato "La autopista del sur", de Julio Cortázar. Micromundos aislados en cápsulas que han sido, también, excusa para el largo travelling de Jean﷓Luc Godard en su admirable Week End (1967).

Lluvia es el segundo largometraje de ficción de Paula Hernández. El anterior había sido Herencia (2001), guión que le supuso el premio a la αpera Prima del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. El guión de Lluvia le significó la participación en las clínicas del Festival de Berlín, el Festival de Amiens, junto con la adquisición de la beca Equinoxe de París.

Fue durante su trabajo para la miniserie televisiva "Vientos de agua" donde conociera a Ernesto Alterio, vínculo que ha significado la primera participación del actor en un film de producción local.