Dom 29.06.2008
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLáSTICA. EL ERROR Y EL AMOR. MUESTRA DE LUJáN CASTELLANI EN PARQUE ESPAñA

Entre la privación y el exceso

Esta muestra puede verse hasta hoy en las galerías del Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río). Se trata de pintura hecha sin pinceles ni pigmento pero (y no siempre) con una cámara. Veinte obras y 11 años de producción.

› Por Beatriz Vignoli

"Amar", decía Lacan, "es dar lo que no se tiene a quien no es". La muestra de Luján Castellani que puede verse hasta hoy en las galerías del Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río) se titula El error y el amor, cuando también hubiera podido llamarse, tal vez, El azar y el don. Es que la obra de Luján Castellani (Rosario, 1966) va y viene entre la privación y el exceso: de algún modo misterioso produce excedente y donación a partir del no tener, del disvalor. Por empezar, se trata de pintura hecha sin pinceles ni pigmento pero (y no siempre) con una cámara. "Producción fotográfica en los límites de la disciplina", la llama Tulio de Sagastizábal en su texto de catálogo. Las aproximadamente veinte obras reunidas abarcan once años de producción de la artista, desde 1997 a la actualidad, y se organizan en los cinco túneles, cuatro de los cuales llevan título. Así, "El amor" es una colección de afectuosos retratos fotográficos sujetos a una serie diversa de manipulaciones de la copia, mientras que "La luz" reúne diversas experiencias lumínicas y multimedia, incluyendo luces de bajo consumo, un efímero assemblage, un video y un juego interactivo: un pacman potencialmente infinito, de intención crítica, titulado "Selva". Por su parte, "Desvíos oscuros" se centra en una búsqueda de lo pictórico abstracto, primero a través de la lente de la cámara y después mediante las cualidades materiales de la copia fotográfica. Un último túnel estrecho despliega la impresionante ambientación pensada para el lugar, realizada con la colaboración de su asistente Lorena Cardona y titulada "El tren fantasma". (La muestra no tiene curador, pero Sebastián Pinciroli fue otro de los artistas que colaboró, en este caso en la selección de obras). En el otro de los túneles transversales se despliega una de las pocas de estas obras que fueron vistas en Rosario: las experimentaciones fotográficas con neón y otras instancias de iluminación ornamental que constituyen la serie "Luz mala" fueron mostradas en el año 2001 en la galería Bis.

Aquella galería sucumbió a la crisis y también lo hizo por entonces para la artista esa manera de enlazar la foto y la abstracción pictórica, a través de la cámara como extensión de la mirada. El título de una de las primeras series es premonitorio: "No quiero ver". Lo que hasta el momento había sido acecho y espera de ciertos efectos, pasó de a poco a convertirse en una paciente artesanía manual de fragmentación y plegado, dedicada a resaltar de la foto ya tomada (por ella misma, por gente amiga o incluso por desconocidos) aquellas suntuosidades matéricas que la aproximan a la pintura al óleo: brillos similares a los del barniz, colores aún más radiantes y de un espectro aún más vasto que el de la paleta. Por ejemplo, la instalación "Sudestada" (2007) simula un interior con hamaca paraguaya y cuadro; el cuadro es un pulcro diorama que realiza una definición de pintura que dio Luis Felipe Noé, componer con colores en dos dimensiones, independientemente de la técnica utilizada. Las tiras de papel representan pinceladas que a la vez representan yuyos o nubes, y lo que a primera vista es un paisaje gestual se revela de cerca como el resultado de un lentísimo proceso de clasificación, selección y organización. Lo que Castellani llama "los usos del tiempo" tiene que ver según ella con ahorrarle tiempo al espectador: que su mirada (es la del espectador ahora la que importa, no ya la de quien se halla detrás de la cámara) pueda recomponer de un solo golpe de vista, como ante una instantánea, lo que a lo mejor llevó horas o días de producción. La economía de caza y recolección, sin embargo, subsiste: gran cantidad de las tiras de fotos que utiliza Castellani en sus instalaciones, ambientaciones y objetos proviene de laboratorios fotográficos que tiran, cortándolas previamente en tiras, las copias no solicitadas por sus clientes. (Quizás el próximo paso en su carrera sea comprarse la trituradora propia).

Luján Castellani vive, produce y enseña en Rosario. En 2001 egresó con el título de Licenciada en Bellas Artes de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde primero se desempeñó como ayudante en el taller de Pintura I y luego fue adscripta al taller de Pintura IV. Asistió al taller de imagen fotográfica dictado por Alberto Goldenstein en el año 2000 y dos años más tarde participó en el legendario proyecto Cintia Link. Acaso el secreto mejor guardado de la historia del arte rosarino en lo que va de este siglo, el proyecto de formación, gestión, intercambio y formación de artistas que se forjó bajo el nombre ficticio de Cintia Link dio origen a propuestas como El Levante, donde también participó Castellani. Entre uno y otro, en 2003, la artista participó como curadora local del Centro de Arte EGO, museo portátil en el Centro Cultural Parque de España. Su función curatorial consistió, por decisión propia, en deconstruir y subvertir la idea original para diferenciarla localmente y hacer de ella algo más que un clon global de algo gestado en la antigua metrópoli del Virreinato.

Una mirada atenta sobre lo específico de las condiciones de producción locales, como asimismo la revalorización de bienes culturales devenidos desecho por falta de demanda, son obsesiones que acompañan a la autora desde sus tiempos de estudiante. El detonante, la pregunta arrojada al tapete en 1997 durante una clase de Escultura de la UNR por una pasante española, aparece formulada de tres maneras distintas en tres textos diferentes de su sitio web, www.lujancastellani.com.ar. "¿Por qué la producción rosarina pareciera ser producida para una galería o salón cuando los artistas rosarinos no pueden vivir del arte? ¿Por qué producir esas obras de galerías si en Rosario no se vende nada?" O peor aún: "¿Cómo pueden hacer esculturas si saben que no las van a vender?". La respuesta de Castellani fue una obra. Tal obra, cabe aclarar, no consistía en la pieza misma sino en el evento de darle un destino. "Vendí mi obra a un desarmadero", cuenta refiriéndose a una escultura de metal y otros materiales, realizada para una exposición estudiantil organizada en el CCBR por Arminda Ulloa. "Me pagaron veinte pesos. Con ese dinero pude construir esta documentación fotográfica", agrega, refiriéndose a la doble serie de fotografías enmarcadas que tituló "Mi primer venta" y "Mi primera venta". "La española me preguntó si estaba conforme con los veinte pesos". Una manera aún más ascética de disponer de las obras constituye el evento "Vaciando la baulera" (La Baulera, San Miguel de Tucumán, 2005/2006) que se exhibe en forma de registro videográfico: "Las dejé en la calle, frente a un supermercado, y la gente en hora y media se las fue llevando sin dejar nada".

En el año 2000, Luján Castellani obtuvo un premio en el LIV Salón Nacional del Museo Castagnino y al año siguiente, además de un premio de fotografía, ganó una beca del AECI para el programa de cooperación universitaria en la Universidad de Barcelona, España. Desde 1992 ha participado como expositora en muestras colectivas en espacios alternativos como Los Tiempos Modernos, el Galpón Rozarte o Roberto Vanguardia, en ámbitos oficiales como el Centro Cultural Borges, el Centro Cultural Recoleta, el CCPE y el MACRO, y en prestigiosos espacios privados como la galería Del Infinito, la Fundación Klemm o el MALBA.

¿Es un error amar? Esa es la pregunta que surge ante ese título, ante estos drásticos proyectos (casi un suicidio por amor, sólo que en términos estrictamente artísticos) nacidos del rechazo o la indiferencia del público y de la ausencia local de mercado. O de espacio. La idea encuentra sus precursores en toda una tradición de vanguardia. Puede que aquella becaria española no lo supiera, pero el caso es que los artistas siempre se adelantaron a las instituciones y a los coleccionistas: produjeron instalaciones y ambientaciones mucho antes de que los museos supieran qué hacer con ellas además de mostrarlas. Marta Minujin quemó las suyas en los años sesenta; cuando los espacios oficiales estuvieron a la altura de poder incluirlas en sus colecciones, se vieron obligados a reconstruirlas. ¿Amar hacer, hacer por amor al arte, es un error, entonces, o un gesto visionario? Lo uno y lo otro: es un error feliz, es un acto fundante.

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