CULTURA / ESPECTáCULOS › LEONERA, CON EL SELLO INCONFUNDIBLE DE TRAPERO
› Por Leandro Arteaga
Argentina/Brasil/Corea del Sur, 2008
Dirección: Pablo Trapero.
Guión: Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre, Pablo Trapero.
Fotografía: Guillermo Nieto.
Montaje: Ezequiel Borovinsky, Pablo Trapero.
Intérpretes: Martina Gusmán, Eli Medeiros, Rodrigo Santero.
Duración: 113 minutos.
Salas: Monumental, Del Siglo, Showcase, Village.
8 (ocho) puntos
Hay una manera narrativa en el cine de Pablo Trapero que ya es inconfundible: silencios, primeros planos, personajes introspectivos, transformaciones internas, calmas mentirosas; vale decir, películas que pueden ser entendidas como un capítulo más en la vida de sus personajes. Pero no un capítulo cualquiera, sino definitorio.
Así ocurría en Mundo grúa, también en El bonaerense, aún más en Nacido y criado. Mientras la cámara nos adentra en un mundo víctima de la desocupación, de la miseria, del sinsentido, o de la corrupción. Sin necesidad de alardes retóricos, sino desde la plasmación de una historia vital.
En Leonera está presente un cariz, por momentos, existencial. Poco nos importa también al film saber acerca de la culpabilidad de Julia (Martina Gusmán), sino que el acento estará en su cambio brusco, repentino. Del apartamento de clase social acomodada al calabozo vacío. Embarazada y con condena. Vida que se transforma de raíz. Golpes al vientre propio que expresan más que lo que cualquier palabra explicaría tontamente.
De esta manera, y tanto como ocurría con El bonaerense respecto del cuerpo policial, Leonera nos introduce en la vida carcelaria de mujeres hacinadas y niños que cuidar. De acuerdo con la ley, sólo hasta los cuatro años. Cacheos obligados en los cuerpos de las convictas, revisión obligada también de los pañales de los niños. Un otro mundo que se nos revela imprevistamente, insospechadamente. Velo que se descorre a la comodidad de clase media, la misma de la que proviene tanto Julia como la mayoría de los espectadores que el film pueda tener.
Surgen entonces y argumentalmente las complicidades, las amistades y los códigos para la supervivencia. Atravesar un espejo oscuro y negado. Tránsito hacia un costado que trastoca y transforma. Tanto como la maternidad. La mujer como león en una jaula, como leona respecto de su cría. Chispa que enciende, si así lo quiere, una fogata indomable.
El ámbito carcelario que se respira en Leonera es de aire rancio, paredes sucias, candados, púas, y pies de niños que juegan con barrotes. El film sabe resultar lo suficientemente ambiguo como para supone uno no despertar la ira de autoridad carcelaria alguna y corroborar la situación infrahumana a la que se somete a los convictos. Brutalidad humana y alguna nota de humor. Vaivén que nos resulta más soportable y que provoca, por fin, la esperada sonrisa de Julia.
"Pasó el tiempo en que la justicia se detenía en las puertas de las prisiones" se escuchó decir, allá lejos y en 1952 en el drama carcelario Deshonra, de Daniel Tinayre. El género comulga con Leonera, pero el didactismo de los años peronistas aquí está ausente. Ahora es el turno del haz de luz que se filtra entre tanta mugre. Rayito que admite una reflexión mayor y libre de interpretaciones dogmáticas. Mientras tanto, una mujer que se descubre de manera insospechada, con un crimen de por medio, con un hijo entre sus brazos.
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