CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. MAMMA MíA! UNA COMEDIA QUE CONTAGIA LAS GANAS DE BAILAR Y DIVERTIRSE
La película de Phyllida Lloyd, protagonizada por los prestigiosos Meryl Streep y Pierce Brosnan, requiere un contrato de lectura que acepte la estética kitsch, así como los temas de ABBA como el punto de partida de un entretenimiento que no decae.
› Por Emilio A. Bellon
Mamma mía! EEUU-Gran Bretaña-Alemania, 2008.
Dirección: Phyllida Lloyd
Guión: Catherine Johnson, a partir del musical homónimo.
Música: Benny Andersson y Bjorn Ulvalus.
Intérpretes: Meryl Streep, Amanda Seyfried, Pierce Brosnan, Christine Baranski.
Duración: 108 minutos.
Salas de estreno: Monumental, Showcase y Village.
Calificación: 8 (ocho)
Si bien Meryl Streep fue protagonista de numerosas comedias, la crítica la ha valorizado y la reconoce a partir de sus composiciones dramáticas. Igualmente, el ex agente 007 Pierce Brosnan ha mantenido a lo largo de su trayectoria un perfil de hombre duro, expuesto a las riesgosas aventuras, prototipo, por así decirlo, de una virilidad que linda y recuerda a los viejos galanes. Será por eso, quizás, entre tantas otras consideraciones, que esta comedia musical, estrenada simultáneamente en numerosas ciudades del mundo no ha conformado a gran parte de la crítica especializada. Porque en esta festiva y bulliciosa comedia la gran consigna es participar.
Sí, participar de un gran entretenimiento, de todo lo que precede a una boda, de las idas y venidas que van marcando alocados giros en la acción. Y es que Mamma Mía! le pide algo al espectador: que sea un invitado a esta fiesta. Hay que aceptar, para ingresar al film, el verosímil de un entretenimiento, de una fábula, que tiene como escenario el mar azul del Egeo, que transita por las costas de la isla de Kalokairi; que esta recorrido por la música de ABBA, aquel conjunto musical que hizo delirar a tantas generaciones. Con cierto aire retro y simultáneamente con planteos muy liberales del mundo de hoy, Mamma Mía! nos depara otra sorpresa: el desenfado con el que se divierten, gloriosamente, sus actores.
Todo parte de una joven, Sophie, que en días previos a su boda descubre en un diario íntimo un secreto, bien guardado, de su madre. Y a partir de allí, en esa urgencia por tratar de que sea su padre el que la lleve al altar (algo que abrirá otra vía) tres hombres de mediana edad llegaran desde distintos puntos a esa isla.
Lo que se desata, si, desata, a partir de estas nuevas situaciones, que se verán asaltadas por la presencia de las antigua compañeras de su madre, cuando ella formaba parte del conjunto Donna and the Dynamos nos invita a participar de una serie de coloridas y contagiantes sorpresas. Y más aun si tenemos en cuenta que las canciones, si bien forman parte del repertorio de ABBA, no están interpretadas por ellos, sino por los propios actores. De esta manera quienes cantan y bailan no son profesionales en este mettier, sino personas que sólo desean hacerlo para expresar lo que les ocurre de otra manera. Y junto a ellos, los actores, los personajes de esta convocante comedia, están los habitantes del lugar, quienes se van sumando y orquestan radiantes coreografías.
Declaradamente kitsch, con números que ya forman parte de una antología de la música pop, como el tan aplaudido Dancing Queen, el film de Phyllida Lloyd permite, por sobre todo, ver a una Meryl Streep que hace cabriolas, que se arroja y salta, que expande sus brazos y sus piernas de una manera libre, juguetona. Una Meryl Streep que cautiva y fascina, como sus compañeras de turno, Tanya, provocadora, interpretada por Christine Baranski y Rosie toda vibración sonora, rol que compone una alocada Julie Walters, y que fue rechazado por gran parte de la crítica.
Hay momentos de gran ternura, como cuando la Streep canta Slipping Through My Fingers, teniendo en brazos a Sophie, su hija, ya en el umbral de la partida de ese lugar, una modesta y pequeña hostería que mira al mar. O bien cuando la misma Donna platica su diálogo de amor y desencanto junto a Sam, Pierce Brosnan, en el acantilado, mientras canta The Winner takes it all. Mientras tanto los otros dos visitantes, Harry y Bill piensan (y tienen elementos para ello), que cada uno puede ser el padre de la dulce Sophie.
Con un sombrero extravagante, -y tal vez esto es lo que se le pide ponerse al público- Donna y sus amigas nos invitan a sumarnos a esa fila de cantantes y bailarines que espejan sus sueños en las orillas de ese mar azul. Saltar, bailar, arrojarse al agua, es lo que nos reserva esta comedia que se vuelve pura travesura en la tierra de Afrodita, que revive el coro de las antiguas, de las clásicas representaciones del mundo antiguo. Que nos señala que: "puedes bailar, puedes llorar y divertirte como nunca..." Invitación que se vuelve a sugerir en el epílogo.
Los tres invitados a la isla fueron amantes, alguna vez, de Donna en el París de la bohemia. Viejas fotos descoloridas nos lo muestran con aquellas indumentarias de los años del "Flower Power" Y los tres nos cantaran una melodía, Our Last Summer, teñida de nostalgia. Mientras tanto Donna, entre la bronca y la esperanza, entre la euforia y un frenesí creciente desgrana sus melodías en un escenario soleado y azul. Igualmente, trompo no cesa de girar: en la noche previa a la boda, sobre un escenario improvisado, estalla el ritmo de Super Trouper.
Cerca de Mamma Mia! están los felices ecos de Hairspray y Los productores. Y hace más de diez años se estrenó el musical de Woody Allen, Todos dicen te quiero, que también invitaba al canto y el baile. Y no tan cercano, si en 1968, encontramos aquel film que tiene un gran parentesco con este musical, aquella comedia de la Universal de Melvin Frank, Buonasera, Signora Campbell, en la que se planteaba una situación similar y en la que el rol que hoy nos regala Meryl Streep estaba a cargo de la tan popular Gina Lollobrigida. Allí tres ex soldados, made in Usa, volvían, a partir de otra invitación, a Italia. Uno de ellos podría ser el padre de su hija, que igualmente, estaba a punto de casarse. Los tres bienvenidos eran Peter Lawford, Phil Silvers y Telly Savalas. Y si bien no era un musical, la alegría se servía en copas de champagne.
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