Lun 25.08.2008
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › YO SERVí AL REY DE INGLATERRA, CUENTO DE HADAS

Ser parte del sueño y de esta vida

› Por Leandro Arteaga

Yo serví al Rey de Inglaterra (Obsluhoval jsem anglického krále)República Checa/Eslovaquia, 2006.

Dirección: Jirí Menzel.

Guión: Jirí Menzel, a partir de la novela de Bohumil Hrabal.

Intérpretes: Ivan Barnev, Oldrich Kaiser, Julia Jentsch.

Duración: 120 minutos.

Salas: Monumental, Del Siglo, Showcase, Village.

8 (ocho) puntos

Chocar los jarros espumantes, resolver penas, recordar amores. Los de una Checoslovaquia invadida por nazis, victimizada, pero tampoco inocente. El reflejo del espejo nos envuelve -desde distintos lugares, como tantos espejos el film sabrá tener-, y nos lleva a diferentes momentos en la vida del avejentado Jan Díte (Oldrich Kaiser).

Los años de prisión fueron muchos. Hay una historia de vida que recuperar y otra que iniciar. Recluido en un bosque marginado, entre árboles que dicen música y llaman a ser aserrados para el vibrar de violines, en una cabaña derruida y de cara a un espejo sucio, Jan limpia y reconstruye y sonríe. Y cuando se mira en el espejo el érase una vez aparece.

Y lo hace como si fuese un film silente y cómico, así como cuando evocamos nuestros recuerdos más originales y fundantes. Elección narrativa que liga al film de Jirí Menzel a una historia cinematográfica y afectiva. Porque el joven Jan (Ivan Barnev) se mueve como Buster Keaton; una pantomima de muchacho que busca hacer su primer dinero y convertirse en lo que sueña: un millonario. Es así que correrá tras un tren para nunca devolver el vuelto de la salchicha vendida, mientras el burlado despotrica su ira al viento del último vagón. Será entonces cuando Jan descubra que la gente, cualquiera sea su clase, se arrastra por una moneda. De allí en más sabrá divertirse al generar pequeños caos de tintinear dorado a su alrededor, entre personas que no dudarán en husmear el suelo que sea.

Conforme avanzamos en este relato, humorístico y onírico, el film adecua su narrativa desde el tono del contexto, progresivamente oscuro, con una nube totalitaria y racista que se extiende y elimina, bruscamente, todo asomo de pantomima, toda gracia amatoria. Jan, acompañado por un espejo en el que refleja la desnudez de las mujeres que su anhelo acaricia, recibe ahora la imagen absoluta del líder ario. Cuando despida a su amada, alemana y devota del Führer, sabrá descubrir que es otro el vagón de tren que le cambia la vida; aquél que transporta a muertos en vida, a quienes Jan procura alcanzar y ayudar. Pero es tarde, el tren ya está muy lejos.

Es entonces cuando uno se divierte y se emociona y llora y aplaude. Porque films semejantes no abundan y los cuentos de hadas, pareciera, han hecho del cine checo un mundo que desear. Jirí Menzel nos embriaga de cine, de encanto, de belleza. Y también nos sacude y obliga a mirar hacia lo ocurrido, a entendernos desde allí, desde esa historia de la que el protagonista, Jan, sabrá sentirse parte. Condecorado por un rey, millonario finalmente. Jan pudo haber tapizado su vida de billetes y monedas. Pero a fin de cuentas, para qué. Mientras el viento dispersa estos papeles vacíos de afecto, el ánimo por vivir y amar inunda a Jan de nuevo. Y nosotros, con él, brindamos y arrojamos todas las estupideces también. El cine nos hizo soñar y darnos cuenta, otra vez, de que soñamos despiertos. De que vivimos porque soñamos. No puede ser de otra manera.

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