CULTURA / ESPECTáCULOS › "I'M NOT THERE", DIRIGIDA POR TODD HAYNES
I'm Not There. EE.UU./Alemania, 2007
Dirección: Todd Haynes.
Guión: Todd Haynes, Oren Moverían.
Fotografía: Edward Lachman.
Montaje: Jay Rabinowitz.
Intérpretes: Cate Blanchett, Heath Ledger, Richard Gere, Christian Bale, Ben Wishaw, Kris Kristofferson.
Duración: 135 minutos.
Sólo en DVD
Puntaje: 8 (ocho) puntos.
I'm Not There -que no ha conocido el estreno comercial en Rosario, y sólo puede adquirirse en DVD- se estructura desde un recorrido fragmentado, delirado, a veces místico, sobre "la música y muchas vidas de Bob Dylan", de acuerdo con los credits. Qué es lo que el músico tiene para generar tanta adhesión cinéfila, no vamos aquí a señalarlo, sino sólo a corroborarlo: sea desde la referencial Don't Look Back (1967) de D.A. Pennebaker, como desde el recorrido que Martin Scorsese titulara No Direction Home (2005), Dylan es atracción pura, magnética.
Porque en la película de Todd Haynes mucho de todo esto se respira, territorio folk-rock que devuelve al director a sus desvaríos creativos, capaces de recrear tiempos idos, y jugar con ellos como mitos modernos. Lo mismo vimos en Velvet Goldmine (1998), en donde Haynes evocara el glam-rock y sus nombres insignes, pero desde una dimensión distinta, paralela, que podría haber sido tanto como no. Algo de esto también sucede en la magnífica Lejos del paraíso (2002), en donde asistimos a los EE.UU. de los '50, de vida colorida y plástico que destella, más un racismo que decolora y coloca al film como, tal vez, el mejor de su realizador.
Pero volvamos al rock, o al folk. O a la música y el cine. En I'm Not There conviven ambos mundos y generan algo estupendo. Porque lo que vemos -y oímos- es Dylan y no. Porque Haynes desglosa a Dylan en cuantas personalidades e historias se le ocurren, reinterpretado por músicos varios (adquirir el soundtrack es misión obligada), con colores y texturas que remiten a diferentes tiempos, a distintas ideas.
En I'm Not There nos encontramos con Vietnam, con la sociedad y el consumo, con el periodismo, con el macarthysmo y con una música que supo, en aquellos años, efervescer ánimos. En el medio de ello, el cadáver de un músico, en blanco y negro, y con las facciones andróginas que permite Cate Blanchett. Quién es, cómo es, qué pasó. Ya desde su inicio, el título del film se deletrea a sí mismo desde esta ambigüedad: he/her, here/there, él/ella, aquí/allí.
Interrogantes que nos sumergen en un puzzle en el que se delinea, de a poco pero decididamente un panteón mítico, donde conviven y se fusionan Arthur Rimbaud, Woody Guthrie, Billy the Kid, Elvis y los Beatles. Dylan, o cualquiera de los alias que en el film se utilizan, entre todos ellos, como consecuencia de todo ello, alterando hipocresías y cantando mientras rueda sobre rieles.
Voz que hereda los sueños de un niño huérfano, que huye del asilo, que adopta el nombre de Woody Guthrie, que lleva en soledad flores al lecho del músico. Dylan -o esa conjunción cósmica que el film perfila- como síntesis. Espíritu de una época a la que todavía mira casi salvajemente. A la manera de ese niño bandolero, asesinado por la civilización pregonada por Pat Garrett, tal como lo expusiera el film de Sam Peckinpah -Pat Garrett & Billy the Kid, 1973- con la participación, claro, del mismísimo Bob Dylan. ¿Recuerdan?
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