CULTURA / ESPECTáCULOS › SOBRE ESCONDIDOS EN BRUJAS
› Por Leandro Arteaga
Escondidos en Brujas. (In Bruges) Inglaterra/EE.UU., 2008
Dirección y guión: Martin McDonagh
Fotografía: Eigil Bryld.
Música: Carter Burwell.
Montaje: Jon Gregory.
Intérpretes: Brendan Gleeson, Colin Farrell, Ralph Fiennes, Clémence Poésy, Jérémie Renier, Thekla Reuten.
Duración: 107 minutos.
Salas: Monumental, Del Siglo, Village, Showcase.
6 (seis) puntos
Son dos asesinos a sueldo que deben pasar juntos un tiempo de descanso en Brujas, ciudad belga preservada desde tiempos medievales. Hay un llamado telefónico que se espera, con órdenes desconocidas. Entonces será cuando el descanso revierta hacia otros fines.
Pero este llamado no es casual, tampoco incongruente con la estadía placentera o el lugar elegido. Todas piezas de un mismo entramado que va desocultando una historia personal e irreversible, con culpas y, dada sus características, también pecados. Por ello la elección de Brujas, por ello ese ámbito de iglesias y callecitas de piedra y canales, atravesados por la prédica católica. Alguna redención, estima uno, habrá de perseguirse.
Lo que es placentero para Ken (Brendan Gleeson) lo es de repudiable para Ray (Colin Farrell). Ambos comparten una misma vida de muertes por dinero, pero lo que en uno es fascinación por la historia y la cultura y los libros en el otro es ansiedad por la visita al pub. La calma de uno es la desesperación del otro. Dualidad que, dado el momento, sabrá revertirse.
Una de las escenas es puntual, se trata de la visita a la Iglesia que contiene rastros secos de la supuesta sangre de Cristo, la cual, según dicen, suele volverse líquida de modo milagroso. Mientras Ken se dispone a la espera necesaria para besar y tocar el mentado milagro, Ray se impacienta y se molesta y sale de allí. Momento que determina no sólo modos de ser, sino que abre puertas respecto de aquella historia aludida y pasada y muy reciente. Verdadero motivo de encuentro o desencuentro entre colegas y, por fin, con el superior.
Si hay algo que no termina de conformar es el protagónico de Ralph Fiennes. Primero jugado desde la voz telefónica, un fuera de campo que aporta un interés que crece y que determina la aparición tardía de este jefe, obligado a viajar a Brujas para cumplir con la misión a la que sus acólitos no se atreven. Pero el personaje de Fiennes resulta algo sobreactuado o caricaturesco, casi increíble respecto del resto. Y valdrá destacar que aún cuando Farrell se encuentre a gusto en su papel (casi deudor de aquél que compusiera para El sueño de Casandra, de Woody Allen), el que brilla es Brendan Gleeson, tanto desde su mesura como su desquicio.
En Brujas, además, los personajes observan la filmación de un film mediocre, copia malintencionada de Venecia rojo shocking (1973), de Nicolas Roeg. Y si se recuerda aquel film maestro, en donde Donald Sutherland recorría laberintos nocturnos venecianos para reencontrar aquella hija perdida, podremos entonces vislumbrar senderos también ominosos para uno de estos asesinos. Los caminos se entrecruzan y, a partir de ello, serán otras las bifurcaciones que habrán de ocurrir.
Pero cuidado, porque detrás de la caperucita roja Sutherland descubría un rostro terrible. Algo de ello hay en Brujas, no es demasiado, aunque sí bastante tortuoso.
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