CULTURA / ESPECTáCULOS › PERCEPCIONES DE LA CULTURA QUE PASO POR LA CIUDAD EN EL AÑO
El acondicionamiento del teatro El Círculo, la supervivencia
de la Sinfónica Provincial, pero también la falta de presupuesto
para el Centro Audiovisual Rosario y las reformas que pide el CEC.
› Por Fernanda González Cortiñas
Quizá a pesar de los que sueñan con el "boom" rosarino --en vez de continuar abonando el terreno donde lenta pero constantemente sigan germinando los proyectos--, o de los que ya se sienten ciudadanos de "La Barcelona argentina", Rosario sigue generando productos y agentes culturales de primer nivel.
A modo de libro contable, sopesando a grandes rasgos lo bueno y lo malo que pasó en el año y resumiéndolo a su mínima expresión, cierto desfasaje entre las columnas del debe y el haber opaca una tendencia que parecía venir en franco ascenso.
El acondicionamiento del teatro El Círculo, que entre otras cosas permitió que los rosarinos pudieran volver a contar con Serrat en su agenda anual, pero que además abre una puerta para pensar la cartelera estival en otros términos --menos desérticos que otros años--, aparece sin duda en la columna de los "haberes".
También surge aquí la "apertura" del Museo Urbano, que convirtió a la ciudad en una monumental sala de exposiciones, permanente y a cielo abierto, idea de Dante Taparelli, una de las tres o cuatro cabezas que desde hace ya una larga década, tras bambalinas, se atreve a pensar en ambiciosos --no costosos-- proyectos culturales para la ciudad; y siempre tienen el coraje y las ganas para llevarlos adelante.
A esto se podría sumar también, el rescate de un par de grandes figuras olvidadas de la historia cultural de Rosario --hecho registrable en las muestras de Augusto Schiavoni en el Museo Castagnino y de Emilia Bertolé en el de la Ciudad--, el cosmopolita --y casi huérfano de apoyo-- Festival Internacional de Arte Electrónico, el 1er. Concurso Internacional de Voces Líricas --en idénticas condiciones de patrocinio-- y la sanción de la Ley de Mecenazgo que, dependiendo del espíritu de su implementación y, fundamentalmente, de la actitud que asuma el sector empresarial, asistirá en la reproducción de nuevos proyectos.
En materia de políticas provinciales, habrá que esperar algún tiempo hasta notar que tan importante ha sido el cambio de titularidad en la cartera cultural, un espacio que desde José Pedroni, no ha contado con figuras relevantes; ni siquiera con buenas administraciones. En este sentido, los antecedentes de Jorge Llonch --en lo que en su momento fue la refuncionalización de la Sala Lavardén, por ejemplo-- y su papel al frente de la dirección de Gestión Cultural aparecen, al menos, como un signo positivo.
En el medio, las dos ferias del libro, que --a favor-- reunieron cantidad de público, pero --en contra-- diluyeron esfuerzos y convocatoria en dos proyectos de muy similares características.
Entre los primeros "debe", la falta de presupuesto para infraestructura de espacios como el Centro Audiovisual Rosario --cuyo valioso patrimonio comienza a correr serio peligro--, el Centro de Expresiones Contemporáneas --cuyas refacciones urgen, probablemente bastante más que la ampliación del Museo Castagnino que se discute por estos días-- e inclusive el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, con falencias edilicias congénitas, ponen en jaque la prosecución de proyectos culturales que con la infrecuente fortuna de contar con sus "mentores" en la dirección, preceden y deberían superar las mudas políticas.
Otro agujero contable surge del balance de "El Año Berni". Es difícil pensar en un acontecimiento más propicio para continuar montados en esa ola "internacionalista" que se inició con los preparativos del Congreso de la Lengua -y que según los más optimistas puso a Rosario en la vidriera del mundo-, que el centenario del nacimiento de Antonio Berni. La importancia del evento y la expectativa generada alrededor del aniversario sólo se equipara con la pobreza de su celebración.
Por último, pero quizá en primer lugar, la desaparición física de por lo menos tres protagonistas de la cultura de estos pagos: Juan José Saer, a quien tuve el enorme placer de entrevistar; Rubén Naranjo, con quien me di el mismo gusto, cada vez que quise, y Fernando Toloza, uno de los pocos periodistas que, entregado por vocación --y no solo por reestructuración de staff-- a los temas culturales de la ciudad, honró este vapuleado oficio con responsabilidad, versatilidad y, sobre todo, con conocimiento. Su ausencia enluta y empobrece el ya alicaído panorama de la crónica cultural en Rosario. Entonces, probablemente, lo demás sea lo de menos.
Por Edgardo Pérez Castillo
¿Qué expresar, frente a lo ya escrito, al momento de esbozar un último balance de lo ocurrido durante el 2005? ¿Cómo sentar coincidencias, o bien contrastar posiciones, con las personalidades directamente involucradas en el quehacer artístico, cualquiera sea el rubro o género? La tarea se simplifica comprendiendo, en definitiva, que sólo se trata de percepciones, y que éso es precisamente el arte: la confrontación del producto artístico con la recepción que el público (y, en menor medida, la crítica) hará de ellas. Todo balance cultural, al fin y al cabo, no deja de estar impregnado de ésa receptividad.
Como saldo quedan algunos hitos, y quizás el más destacado haya sido la supervivencia de la Sinfónica Provincial con una lucha histórica que incluyó un cambio de conducción en la Secretaría de Cultura de Santa Fe. También resalta la profesionalización del rock rosarino, que supo asociar su carácter de independencia con la rigurosidad del trabajo que evidencian las bandas más importantes de la ciudad. Entre ellas, algunas incluso se permiten explorar nuevos lenguajes, en un año en el que el folclore volvió a presentarse como un terreno fértil para algunos jóvenes y promisorios compositores e intérpretes. Esos que aun no encuentran un festival que los contenga, compartiendo la problemática con los bluseros y, ahora, con los rockeros que soñaban con una nueva reunión en el Patio de la Madera, en el marco de un Rosario es el Rocanrrol que se diluyó en el apoyo a diversas presentaciones a lo largo de siete meses.
De esa manera, una primera impresión --que si bien algunos defienden a capa y espada apuntándola como la que cuenta, muchas veces no es más que el puente que tapa al río-- indica que este 2005 evidenció el crecimiento de la oferta cultural de la ciudad. Sin embargo, la proliferación de propuestas locales, su arribo a las grandes salas y sus éxitos en tierras ajenas, como así también la llegada a los escenarios rosarinos de números de nivel (u origen) internacional --Joan Manuel Serrat, Emir Kusturica, Manu Chao, Louise Attaque, Mayumana, De la Guarda, Vernon Reid, Toquinho, Les Luthiers y un nuevo estreno-- siempre estuvieron ligadas a los esfuerzos privados. Respaldados por la aparición esporádica de algunos sponsors, fueron los productores y no el Estado los que permitieron que el público se sumara masivamente a esas propuestas.
Ante ese contexto, si bien una agenda tan nutrida como avasallante permitió pensar en un año prolífico como pocos, la realidad indica que, al igual que en el Presupuesto municipal para el 2006, la Secretaría de Cultura percibió (y percibirá) sólo un 3 por ciento del reparto de un Gasto Público que se aproxima a los 600 millones de pesos. Y para los que sueñan y se deleitan imaginando una Barcelona argentina, según el diario El País de España, el Departamento de Cultura de ésa ciudad recibirá este año 275,3 millones de euros, "lo que representa un aumento del 14,81 por ciento respecto al ejercicio anterior". Lejos, muy lejos.
Habituando a sus funcionarios a apelar a la creatividad como antídoto a la ausencia de recursos, lo que el Estado no logra proveer es una política de apoyo a incipientes manifestaciones artísticas. La entrega de subsidios en teatro, los concursos de coproducción y los premios municipales no alcanzan para contener de manera equitativa a los artistas de la ciudad. Aunque no deja de ser cierto que la cultura en Rosario parece inflarse a ritmo constante, hay que ser cautelosos con el boom. Capitalizar el crecimiento -y no sacar un mero provecho de él- debería asumirse, seriamente, como una responsabilidad estatal. Los subsidios son útiles sólo si son auténticamente accesibles a los creadores. En ese contexto, salta a la vista la importancia de profundizar la descentralización, de brindar con igualdad de criterio oportunidades y propuestas artísticas a toda la población. ¿O acaso las inauguraciones de los centros municipales de distrito Sur y Oeste gozaron del mismo glamour que el coqueto Distrito Centro?
Como contracara, el trabajo sostenido en ésos barrios alejados del casco urbano hizo posible pensar en una cultura más equitativa. A pesar, incluso, de escollos como la disolución del circuito interbarrial de teatro, que impidió la consolidación de un proyecto con espíritu de federalismo municipal. Al fin y al cabo, respaldar económicamente a este área no implica dejar de lado los programas educativos o de contención social. Abrir las puertas del arte a sectores que históricamente vieron negado su acceso a la cultura también es una manera de dignificar turbias cotidianeidades.
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