CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA NOTABLE ACTUACION EN EL FILM DE MICHAEL RADFORD
Superado el equívoco de que el mercader es Shylock, surge la
figura de Antonio, a cargo de un notable Jeremy Irons. Una
reflexión sobre la intolerancia, el racismo y la entrega por amor.
EL MERCADER DE VENECIA (The merchant of Vence) Gran Bretaña-Italia- Luxemburgo, 2005.
9 puntos
Guión y Dirección: Michael Radford.
Fotografía: Benoit Delhomme.
Música: Jocelyn Pool
Intérpretes: Al Pacino, Jeremy Irons, Joseph Fiennes, Lynn Collins, Kris Marshall, Cahrlie Cox.
Duración: 134 minutos.
Salas: Del Siglo, Showcase y Village.
En su primera versión para el cine, la pieza teatral de William Shakespeare, que mereciera igualmente dos puestas en tevé con las actuaciones de Lawrence Olivier y Orson Welles en el rol de Shylock respectivamente, ha merecido por parte de este realizador de 55 años, nacido en la India y director de la tan aclamada Il Postino, una mirada que permite por encima de los estereotipos sociales una reflexión profunda sobre la intolerancia y el racismo, la entrega por amor sin límites y los filosos bordes de una ética en crisis. En esta tan esperada versión, que se puede pensar como el tète a tète de dos grandes de la pantalla de nuestro tiempo, se plantean libremente la reivindicación de la figura del judío usurero y la del amor homosexual, temáticas que por un lado fueron silenciadas y en tal caso llevadas a una interesada distorsión por parte de los puristas y ortodoxos.
Cuando se nombra la obra de Shakespeare, El mercader de Venecia, inmediatamente surge un equívoco: se piensa que el nombre mercader alude, por esto de la tradición de un prejuicio, a la figura de Shylock. Pero claro está, en tal caso, este último es la posibilidad de que desde su condición de judío, prestamista, oprimido y escupido por los nobles venecianos del siglo XVI haga entrar en juego la dimensión de un planteo moral, que permite que emerja el auténtico vínculo amoroso que existe entre los otros dos protagonistas masculinos: Antonio, el mercader y Bassanio, el joven que ha gastado su fortuna y que ahora mira hacia la isla de Belmonte, donde una joven y bella heredera aguarda al hombre de sus días. Entre los tres hombres, media la promesa de una deuda y la confirmación de que alguien se arroja a un interrogante en nombre del amor.
La leyenda que abre el film, en los espacios de los canales, nos sitúa en un espacio social y religioso marcado por la persecución y la burla. Un plano detalle de una puerta que se cierra marca el límite que deben tener presente los judíos del ghetto. De manera inmediatamente y ante el aprobio será el mismo Antonio, rol que compone un soberbio Jeremy Irons, quien escupa las barbas del viejo Shylock. Pero Antonio está triste, sus ojos atraviesan las rejas de su pródiga morada y su mirada busca a Bassanio; quien ahora, en la confidencia de la alcoba y tras un pedido que atiende a su propia ambición, le ofrecerá el esperado beso. Antonio sabe que no podrá tener cerca de sí a Bassanio y lo ve partir tras ir, golpear la puerta, del tan repudiado Shylock.
La versión de Michael Radford no esconde su origen teatral y refuerza, simultáneamente, la presencia de los primeros planos en espacios acotados que excepto en algunas situaciones ofrecen su esplendor nobiliario. En tal caso, los planos generales de la isla de Belmonte, en distintos momentos del día, nos acercan a un transcurrir temporal que va uniendo los distintos episodios. Como señalan los estudiosos del gran dramaturgo inglés, mientras la sociedad prestaba únicamente atención a la cuestión de la usura, el poeta se dirigía a su amigo con iniciales W. H. para indicarle, tal vez, lo que está en presente en la actitud de Antonio hacia Bassanio: que se case, que tengan hijos, que a su vez tendrán otros hijos, para que se perpetúe en ellos la belleza del primero. Desde el primer momento, la melancólica mirada de Antonio nos ubica en el mismo centro de toda problemática que no conoce los límites que marcan la apariencia y los riesgos que pueden llegar a sacudir el nombre, el linaje y el prestigio.
Desde el personaje de Antonio, que logra momentos de sublimes encuentros en la situación de muerte, el film de Michael Radford permite que ciertas declaraciones de amor, por parte de él y de Bassanio, dejen al descubierto el sentimiento de sus personajes, a través de los gestos, de las caricias, de la manera en que una mano sujeta la otra. En las declaraciones de Bassanio hay algo de el desnudarse y abrir el corazón, tal como Shylock exige, sin que ahora mane una gota de sangre. En el momento de la sentencia, antes de que el Destino proponga otra vuelta de tuerca, escuchamos por boca de Bassanio, quien trata de enfrentar a Shylock para evitar que una libra de carne de Antonio pase a ocupar uno de los platillos de la balanza: "Estoy casado con una esposa a la que amo tanto como a mi propia vida, pero la vida misma, mi esposa y el mundo no los aprecio por encima de tu vida, amado Antonio, por quien sacrificaría todo con tal de liberarte".
En El mercader de Venecia, expuesta en verso, el juego de simulaciones y enmascaramientos permite que asome a la luz del día la fuerza de un amor platónico y la tensión que generan las relaciones de poder. La ambigüedad de las situaciones despierta en numerosos planos y en ciertos momentos, con la que compete a la hora de los pretendientes, el tono de comedia destaca la fuerza de la ambición.
Admirable la composición de Jeremy Irons, uno de los actores más interiores de nuestro tiempo, que marca una huella de dolor existencial en tantos de sus personajes, tales como los que pudimos seguir en films tales como La amante del teniente francés de K. Reisz (1981), Un amor de Swann de Volker Schlondorff (1984), Kafka de Steven Sondebergh (1991), M. Butterfly de David Cronenberg (en el `88 había filmado la tragedia, Pacto de amor), Conociendo a Julia de Istvan Szabó, entre tantas otras. En el film que hoy comentamos, su personaje, ese mercader que mira partir su fortuna en alta mar, sólo siente que el único naufragio es el que experimenta cuando su amado Bassanio no está a su lado.
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