Lun 27.04.2009
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › EL NIñO PEZ, DE LUCíA PUENZO, ENTRECRUZA RELATOS

Un niño nada en un lago de espejos

› Por Leandro Arteaga

El niño pez. Argentina/Italia/Francia/España, 2009

Dirección: Lucía Puenzo.

Guión: Lucía Puenzo, sobre su novela homónima.

Fotografía: Rodrigo Pulpeiro.

Montaje: Hugo Primero.

Música: Andrés Goldstein, Daniel Tarrab, Laura Zisman.

Intérpretes: Inés Efrón, Emme, Carlos Bardem, Arnaldo André, Pep Munné, Diego Velázquez, Palomas Contreras Manso.

Duración: 96 minutos.

Salas: Monumental, Showcase, Village.

8 (ocho) puntos

Hay una historia dentro de la historia. Un niño pez que protagoniza un cuento de hadas. Encantamiento invocado que adormece de fábulas al niño, pero que también guarda secretos. El niño pez nos invita a recorrer su mundo acuático -desde los mismos títulos iniciales-, pero su pequeño relato encontrará las piezas faltantes a medida que el film -y sus otras historias- avancen. Una historia dentro de otra, decíamos.

Como un espíritu guía, el pez niño guarda la verdad. Sólo es cuestión de acompañar a Lala (Inés Efrón) en su derrotero, en su viaje a Paraguay y a ese lago pleno de brumas y sueños. Una vez sumergida -y nosotros con ella-, podrá entonces saber que el niño fantástico era cierto, tanto como el amor que la lleva a escapar, buscar y encontrar.

El film de Lucía Puenzo (XXY, su brillante ópera prima de 2007), basado en su novela homónima, se estructura desde diferentes líneas temporales, cruces que conforman interrogantes que se resuelven, y que disparan el argumento hacia situaciones tanto más sórdidas como complejas. El amor entre Lala y Guayi (Emme) será pasible de entenderse desde tantos ángulos, tales como la procedencia social de cada una, sus entornos familiares, más la ominosa necesidad familiar -sea de un lado como de otro- de sostener un manto de apariencia funcional. Por parte de Lala, por ser hija de un juez, por parte de Guayi, por un padre preso de su personaje telenovelesco (Arnaldo André).

Como si la frontera entre las partes -la paraguaya y la argentina- oficiara de espejo: distintos lugares sociales pero perversiones similares (un guiño carrolliano guarda la cajita de video que cruza la frontera para pasar de manos entre las protagonistas). Guayi y Lala oscilan entre ambos lugares, escapan al sometimiento para construir algo diferente. Si Guayi hubo de viajar -de cruzar el límite fronterizo- primero, será entonces el turno de Lala de desandar el mismo camino. El idioma, también, como otro de los elementos que se desdobla. La misma realizadora supo señalar, en una lejana nota en Página/12 (24/07/2004), que "el guaraní es uno de los idiomas más hermosos que existe porque tiene algo de canto de pájaros".

Tanto el juez como el actor en decadencia -uno reflejo del otro- esconden bajo su prestigio social historias similares, que sabrán esconder.

Serán, por ello, dos las veces en las que Guayi tendrá que saltar muros para huir. En un primer momento, desde su incipiente madurez -alterada para siempre-, en el otro, desde una resignación que Lala ayuda a vencer, mientras todo un cuerpo social corrupto, policial y punitivo, espera cultivar para aprovechar. El final feliz no corresponderá a las imágenes del film, sino sólo a esa virtud narradora que los cuentos de hadas habilitan. Queda a uno completar la historia y, si así se desea, liberar a sus protagonistas para siempre. Ojalá así sea.

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