CULTURA / ESPECTáCULOS › LAS MEMORIAS DE GILBERTO KRASS BRINDAN TESTIMONIO DE TODA UNA éPOCA
Artistas como Carlos Uriarte, Leonidas Gambartes, Juan Carlos Castagnino, Antonio Berni y un compañero de toda la vida como Rubén Naranjo, forman parte de la biografía dictada por el galerista, actor, librero y editor que hizo historia.
› Por Beatriz Vignoli
"Por mi vida pasó mucha gente muy interesante", contaba hace un año a este diario el actor, librero, editor y galerista Gilberto Krasniansky. "Entonces junto con un amigo, Omar Tiberti, que puso un grabador, me puse a contar mi vida". El resultado fue un libro titulado simplemente Gilberto Krass: una vida y publicado por Ciudad Gótica en aquel momento. El libro se proponía como la autobiografía sencilla de un niño pobre devenido en hombre exitoso, el relato ejemplar de alguien que se construyó a sí mismo ("en cierta medida al libro lo hice para contar de dónde vengo y adónde llegué", dijo Krass a Rosario/12 en ocasión de su presentación). Y el libro es menos y más que eso. Menos, porque es apenas un autorretrato hablado, al vuelo de la memoria. Sin demasiada pulcritud en la edición, pero captando de algún modo lo que Barthes llamaba el "grano" de la voz, atrapa el interés pero ni siquiera se propone alcanzar la calidad literaria de algunos clásicos del género de las memorias (algo raro tratándose de un biografiado que no cesa de insistir en que es un gran lector). Y más, porque excede su intención inicial y se convierte en testimonio de toda una época de la ciudad. Y de una época de oro, o relativamente de oro, en la que Krass tuvo un rol muy especial como formador de público, tanto desde su librería Ciencia en los años '50 como desde su galería, Krass, en San Martín al 600, a partir de mediados de los años '60. Por la misma época participó del movimiento del teatro independiente, a través del grupo El Faro.
Hace tres años, Gilberto Krass fue declarado Ciudadano Ilustre por el Concejo Municipal de Rosario. Hace unos días cerró en la Biblioteca Argentina una muestra de sus retratos, que llevan importantes firmas. Es que entre el círculo de amistades de este hombre nacido en 1924 en un pueblo llamado Seguí, en la provincia de Entre Ríos, se cuenta "gente interesante" como los pintores Julio Vanzo, y Leónidas Gambartes, o los poetas Raúl González Tuñón o Armando Tejada Gómez, o "gente de teatro" como Roberto Cossa o Carlos Gorostiza. O un todo terreno como el plástico Rubén Naranjo, casi un coprotagonista. Las memorias de Krass remontan al lector a una época (desconocida para los más jóvenes, conocida sólo de oídas para los no tan jóvenes) en que ser un hombre en Rosario equivalía a decidir quién ser, qué hacer, cuándo y cómo.
Pese a su ligereza, el libro logra abrir algún espacio de reflexión (más por sugerencia que por verdadera elaboración explícita) respecto de hasta qué punto uno decide su proyecto propio, hasta qué punto la fortuna puede ayudarlo a luchar contra las cosas que parecen venir dadas por el destino. Algo saludable de pensar en estos tiempos de fatalismo neoliberal y novela familiar neurótica como únicas maneras de pensarse. El relato de Krass es la historia de un triunfador no tanto en la medida de lo que obtuvo (bienes que tienen más que ver con el placer de vivir que con el poder o el tener) sino en la de cómo se levantó luego de traspiés increíbles, cometidos colectivamente y capaces de arrastrar todo un proyecto cultural a la ruina (la anécdota de la rifa en beneficio del grupo de teatro que terminó fundiéndose a causa de ella parece sacada de una comedia negra italiana de los años sesenta; sucedió en Rosario). Casi con gracia, sin pensar demasiado, siempre empezaba de nuevo. Su voz expresa oficio en el arte de vivir, arte de vivir entendido como la capacidad deseante de poder hacer, del azar, necesidad.
Su relato autobiográfico remite a épocas en que el margen de maniobra de un individuo era mucho mayor en algunos aspectos, quizás porque no se había devastado aún la trama social y económica con la última dictadura, y entonces la política aglutinaba más voluntades alrededor de un idealismo que hoy a muchos les parece ingenuo. Cuenta cómo la chispita de la pasión por la cultura se le encendió dos veces: primero en la infancia, por su curiosidad ante un padre lector, oriundo de la región de Odessa ("...echaba agua caliente, ponía el té, lo diluía un poco y lo dejaba concentrar... tomaba diez o quince vasos mientras leía el libro"). Después, en la juventud y ya viviendo en Santa Fe capital, llegó al teatro independiente de la mano de la militancia política. Evolución en la que participaron en una u otra medida sus siete hermanos, algunos de los cuales llegaron a ser figuras destacadas del mundo teatral de Rosario. ("Éramos ocho hermanos, siete varones y una mujer. Santiago, Jacobo, Elías, Gilberto, Marcelo, Miriam, Isaac y Naum") El carácter anecdótico, no periodístico del libro deja apenas entrever al buen entendedor que la efervescencia cultural a la que se refiere es la que se generó a lo largo de gran parte del siglo pasado alrededor del Partido Comunista. "Ser con los otros" se titula su capítulo subtitulado "Militancia". De artistas amigos como Juan Carlos Castagnino o Antonio Berni dice: "Estos pintores tenían una posición social tomada, eran combatientes, eran pintores sensibles a la realidad social en que vivían". Allí cuenta con sencillez cómo hacia 1964 la Biblioteca Vigil les compró a Krass y a sus socios las existencias de la librería Ciencia, que había sido un lugar de encuentro clave del campo cultural. Al año, resurgiría como marchand. De El Faro, Krass recuerda a "Rubén Naranjo como escenógrafo y a mi querido Héctor Tealdi. Toda una efervescencia que se interrumpió por los exilios obligados de los años '70".
En otro capítulo, "Descubrir el camino al andar", Gilberto Krass habla del nacimiento de sus dos hijos y el inicio de la galería. Evoca, entre otros, a Carlos Uriarte. "La primera carpeta que editó Krass Artes Plásticas fue dedicada a este pintor, con una tirada de dos mil reproducciones y cincuenta ejemplares numerados que contenían un dibujo original. Esta edición tuvo el cuidado de Rafael Ielpi y de Rubén Naranjo. Elaboramos el proyecto desde los conocimientos de Naranjo, en ese momento no existía el offset y la impresión se hacía con tacos de madera (que todavía conservo). Fue un trabajo exquisito de tan buena calidad que al darse a conocer el proyecto apareció el coleccionista Caprile y al instante compró trescientas copias. Uriarte fue el gran mecenas mío, su obra se vendía como pan caliente, es que había en la gente una apetencia por consumir esta parte de la cultura. Había una perspectiva de progreso en esa época y además esa inversión daba prestigio. Estas cosas no existen ahora porque el modelo económico y social que las originaba tampoco existe". Y termina: "Bien o mal, hice lo que pude y lo que supe". Les siguen a estas páginas varias donde se reproducen los hermosos dibujos que a lo largo de décadas le fueron dedicando los artistas amigos.
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