Mar 17.11.2009
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › LA MUESTRA SE TITULA "RENDEZ VOUS" Y ES UN HOMENAJE A RUBéN PORTA

Guerreros, cazadores y caballeros

Seis artistas rosarinos unidos por el amor al oficio exponen en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia. La muestra abarca tres disciplinas: grabado, escultura y dibujo. Se destaca por su independencia respecto de los convencionalismos.

› Por Beatriz Vignoli

La tapa del catálogo es elocuente: la ilustra un crucigrama donde el apellido del maestro se forma con una letra de cada uno de sus discípulos. Se trata en total de seis artistas rosarinos que, unidos por el amor al oficio, exponen en toda la planta baja del Centro Cultural Bernardino Rivadavia (San Martín 1080) hasta el 22 de este mes. La muestra abarca tres disciplinas: grabado, escultura y dibujo. Se destaca por su independencia respecto de los convencionalismos que rigen el arte contemporáneo y por su calidad. Pocas veces se ven, en los ámbitos oficiales locales, dibujos de la calidad plástica de los que expone aquí Marcelo Castaño o con la solvencia gráfica que demuestra Hover Madrid. Ambos tienen estilos bien diferentes, lo mismo que los tres escultores: Daniel Pettit, Guillermo Forchino y Fernando Ercila. Los cinco estudiantes egresaron más o menos por la misma época (1977 a 1979) de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde todos pasaron por la cátedra de grabado de Rubén Porta.

Y por eso, en la tapa mencionada, Porta se forma con la P de Pettit, la O de Forchino, la R de Ercila, la T de Castaño y la A de Madrid. Cinco muchachos que hoy son hombres, a quienes se les ocurrió formar esta especie de equipo donde el nombre del maestro fallecido los atraviesa como una bandera. Los grabados de Rubén Porta que se exponen en el hall del CCBR fueron tomados al azar de entre la abundante colección que posee su familia. Excepto uno: una estampa monumental que representa a Túpac Amaru y que formó parte de una exposición por los "500 años de ocupación" (como dice Ercila que convinieron en redefinirlos con Porta) realizada en el Museo Sívori de Buenos Aires en 1992. La gigantesca estampa pertenece a la colección de Guillermo Forchino, quien reside en Francia y la trajo a Rosario para la muestra. Sus demás obras, que expresan la sensibilidad única y los ideogramas singularísimos del inolvidable "gordo" (como lo llaman con cariño sus ex alumnos), están realizadas con materiales de desecho cuya integridad física peligra, lo mismo que la de todo el legado.

Varios de los expositores son restauradores y coinciden en que hay que restaurarlas. "Es obra efímera, que está muy deteriorada debido a los mismos materiales que él usaba", declaró a Rosario/12 Castaño, actual director de un organismo de la Municipalidad de Rosario que se ocupa de la restauración de las esculturas públicas de la ciudad. Castaño, que fue docente adjunto de la cátedra de Grabado I de la que fuera titular Porta, anticipa que el año próximo habrá una exposición de Porta en el Museo Castagnino.

Ercila, hoy titular de Escultura I en la Escuela de Bellas Artes de la UNR, cuenta que Porta no tuvo en cuenta la perdurabilidad de sus trabajos dado que buscaba otra cosa; búsqueda de un azar o de una otredad en los materiales, que hoy Ercila transmite a sus alumnos, y que en Porta tenía que ver con una manera muy personal de crear los tacos de estampación. "Ibamos a los desarmaderos y él buscaba cosas que hubieran comido los bichitos, y cosas que estuvieran trabajadas, y que el tiempo lo hubiera elaborado... `Para qué --decía-- voy a trabajar si esto es una belleza, ya los bichitos trabajaron por mí, y yo lo utilizo`. Y aparte él buscaba también, que me lo transmitió a eso, eso precisamente, materiales donde hubieran tenido otro tiempo, otras vivencias, que hayan estado en contacto con otra gente, con otro tiempo, digamos. Por eso buscábamos en los desarmaderos. Yo buscaba chapa vieja y él buscaba ese tipo de cosa".

"Nunca habíamos hecho una muestra conjunta", dice Hover, reparando en la coincidencia de que justo se cumplen 30 años de que egresaron de la UNR. La muestra se titula Rendez Vous, que quiere decir algo así como "encuentro" en francés. Los cuatro artistas presentes en la entrevista (Forchino ya regresó a Francia) coinciden en que sería más bien un Rendez Vous II, ya que el Rendez Vous I son las tres décadas que estos amigos se pasaron sin cesar de encontrarse, desencontrarse y reencontrarse. Sus coincidencias son más éticas que estilísticas: además del compromiso común con el oficio, todos son artistas que asumen la autoridad estética sobre su propia obra, sin delegarla en otra figura. Comparten así una mirada muy disidente ante el estado de cosas en el campo del arte local, donde el curador o el crítico de arte "decide quién es artista y quién no, quién expone y quién no" o pone su nombre por delante de los de los artistas.

También se rebelan contra la violencia de la interpretación. "Para mí no puede analizar más que lo técnico -sostiene Ercila-. En lo sensible no me va a decir a mí un crítico de lo que sea cómo tengo que sentir yo o relacionarme con un hecho artístico".

La respuesta ante esto fue no hacer un catálogo con una crítica de un crítico de arte ni un curador. De "curador" hace un amigo: firma "José Pepe Batle, traumatólogo" y agrega su número de matrícula en dicha profesión. "Jugamos con la ironía", coinciden los presentes. El texto de catálogo es obra de Rafael Ielpi, director del CCBR, a quien le pidieron que no escribiera como funcionario ni como crítico sino como amigo. Por eso es un texto que desborda simpatía y humor, algo que evidentemente estos hombres no esperan de los críticos. Con irreverente gracia, totalmente a contrapelo del discurso endiosador de los catálogos convencionales, Ielpi relata los avatares del quinteto desde el primer taller que tuvieron luego de recibirse, "conocido como La Gotera en alusión a una de ellas, tan pertinaz como insoluble". Agregan los protagonistas que se trataba de "una casa dividida en los talleres de la Facultad: pintura, escultura, grabado". Cada habitación era una disciplina distinta. El hall servía de galería y en el altillo "se dictaban conferencias". No explican de qué y en cambio se ríen; por lo visto, un chiste interno del grupo.

Forchino, Castaño y Ercila fundaron la galería Buonarotti, a la vuelta de la Facultad, donde hicieron sus primeras muestras valores locales que luego tuvieron importantes trayectorias: Daniel García, Graciela Sacco, Jorge Orta, Fabián Marcaccio, Daniel Scheimberg o Emilio Torti. Luego siguió el taller de Catamarca e Italia; después, el de Maipú y Zeballos. Con Porta se reencontraron en memorables eventos de la Escuela de Bellas Artes, como Arte Sale (1985) y Tomarte (1990).

Si hay una lectura posible que permita abarcar esta exposición, tanto en su planteo curatorial a cargo de los artistas como en el relato del presentador o las obras expuestas, esta es (entre otras muchas posibles) una mirada de género sobre lo masculino. Los excelentes dibujos de Castaño recuperan para el presente cierta violencia éticamente aceptable, dado que se halla delimitada por la estética, de las tradiciones modernas del informalismo y el expresionismo abstracto. La "lucha con el grafito y las minas", a la que alude pícaramente Ielpi en referencia a Hover Madrid, produce en este último una serie de dibujos que parecen realizados sin dificultad, con un virtuosismo sin estridencias, y a los que pueblan figuras de perros y gatos de mirada humana, hombres de mediana edad en caída libre o bellas mujeres con las que se establece un diálogo conflictivo, no exento de cierta furia contenida, simbolizada por tachaduras y cuchillos. Su autorretrato con guitarra expresa lo que Ielpi llama "la empecinada vocación": en este caso, una secundaria, por la música.

Forchino, además de sus diminutos grupos escultóricos de ancianos de tierno patetismo, honra al perdedor que luchó con orgullo hasta el fin, en una especie de mini monumento que remeda con humor la retórica de la épica, entre heridas de guerra del fútbol y la camiseta del seleccionado argentino: heroica y cotidiana figurita escultórica con la que ningún espectador varón dejará de identificarse; acaso hasta se le piante un pudoroso lagrimón.

Pettit presenta una única escultura fascinante, maqueta de una fortificación defensiva abstracta de inspiración medieval que multiplica sus celadas al infinito. Mientras que Ercila, "ducho en desparramar todo tipo de cosas por el piso" según Ielpi, desparrama una instalación no del todo minimalista de tramperas, donde un zapatito femenino ha quedado atrapado. Si Forchino, desde una evidente ironía, rescata en el deportista el arquetipo masculino del guerrero, Ercila reelabora otro arquetipo masculino aún más antiguo: el del cazador. Cabe esperar que todos ellos, confirmando lo dicho, se enojen, pero se la aguanten como verdaderos caballeros, cuando lean esta interpretación tan atrevida: un tema sujeto a réplica y para discutir en algún futuro Rendez Vous III.

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