CULTURA / ESPECTáCULOS › NUEVO TíTULO DE SIMEONI
› Por Beatriz Vignoli
El poeta Fabricio Simeoni (Rosario, 1974) culminó un año productivo con la publicación de un nuevo libro por el sello local Papeles del Boulevard. El prontuario de la luciérnaga (2009) es una recopilación de poemas breves, de tres versos cada uno, que fueron escritos para un proyecto en colaboración con Abelardo Núñez. Los tercetos de Simeoni iban originalmente caligrafiados sobre el "cuerpo" de unas pequeñas figuras de animales que Núñez creaba en tres dimensiones mediante el origami, la tradicional técnica japonesa del papel plegado.
Extraído de su contexto original, el libro, según su autor, configura una especie de bestiario. Cabe agregar que es un breviario lúdico, un imaginativo fabulario poético. El recorrido de Simeoni por el mundo animal se inicia con una cita de Rainer María Rilke, de sus célebres Cartas a un joven poeta: "Vete al zoológico y mira a los animales hasta que los veas". El poeta austríaco no aconseja a su joven colega ir al hábitat natural, sino al zoológico. La mirada recomendada no es la del zoólogo, que busca la verdad sobre su espécimen, sino la de quien acecha una visión. O se proyecta en el ejemplar avistado: lo hace tótem de sí, le atribuye cualidades humanas. Y el joven poeta rosarino persigue con la mirada a sus animales imaginarios por entre los objetos cotidianos del hogar o las leyendas y relatos de su cultura. Los encuentra y los caza en un punto: allí donde en el mundo del hombre se imprime la figura del animal, a modo de mito o motivo.
El poema es un artificio, que toma como punto de partida la imagen, para luego alejarse lo más posible de ella. El dato concreto es, también, algo bien artificial: un tarro de dulce, una fábula, una mascota doméstica. Se trata de producir un artefacto capaz de dar cuenta del modo de estar en el mundo del contemplador. La verdad del animal mismo le importa poco. Hacerse cargo de lo indecible propio, ése parece ser el objetivo de Fabricio Simeoni. Y el medio es un trabajo con las palabras que las enrarece. Estas palabras vueltas extranjeras quedan sin embargo rodeadas de un halo de sospecha, donde el lector atisba que se está diciendo algo. Y lucen un excéntrico humor.
Simeoni sale también a cazar formas posibles para el poema, entre las diversas taxonomías estilísticas que ofrece la selva literaria del siglo veinte. A veces, la unidad en la brevedad provoca el vértigo poético de un koan zen o un minicuento surrealista: "Un dinosaurio en Washington/ supone la edad provecta/ de un hombre sin tiempo". También hay experimentos modernistas con el sonido, como este "Oso bi": "La zozobra de la osamenta/ posa en los pozos de un cross/ o lozas de osadía y tronos". En otro poema, el autor inventa un mito por su cuenta: "El océano espatulado/ se contrae si las marsopas/ muerden sin protector el puerto". Allí, coquetea con el creacionismo. En éste, con una lírica serena: "El grillo se calma;/ la noche prevalece/ y esta vigilia desmenuza". La metáfora aparece como por sorpresa, al comparar las arrugas de una oruga con las de una "aspiradora fallecida".
El libro se abre con "Afecto mariposa", un planteo ético: "La vanidad de su aleteo también / depende de las cavidades del aire / y de un trapecio". Hay en él toda clase de seres voladores pero, curiosamente, no hay pájaros. En suma, una excursión provechosa.
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