Lun 13.02.2006
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › ANA Y LOS OTROS, RECOMENDABLE OPERA PRIMA DE CELINA MURGA

El regreso a casa como búsqueda

El film, que obtuvo premios en festivales internacionales, plantea
la vuelta de la protagonista a su Paraná natal con diferentes motivos,
pero uno que se va develando como el más potente: un antiguo amor.

› Por Emilio Bellon

Ana y los otros. 9 puntos

Argentina, 2003.

Guión y dirección: Celina Murga.

Intérpretes: Camila Toker, Juan Cruz Díaz La Barba, Ignacio Uslenghi, Natacha Massera, Natalia G. Alarcón.

Duración: 80 minutos.

Sala: El Cairo.

Si bien desde su sentido primario el nombre Anna está ligado, en su etimología, a la mujer a la que le fue concedida la gracia o el favor de Dios, en la historia del cine dicho nombre propio (que se caracteriza por una repetición de vocal en una breve extensión), Ana, Anna o Hannah remite a mujeres que se plantean una búsqueda, ligadas y definidas por un silenciado conflicto, que se lanzan a extraños territorios en busca de una perdida u olvidada identidad. En esta dirección, podemos citar algunos films de Victor Erice, Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Rainer W. Fassbinder y David José Kohon, entre otros.

No resulta ocioso ni ajeno enmarcar esta opera prima de Celina Murga, rodada en la geografía de la vecina provincia de Entre Ríos (un hecho inédito en materia de largometraje con proyección internacional), en el espacio de lo sugerido en el primer párrafo. En el film de Murga, que ha obtenido premios internacionales y casi nula respuesta del público local, Ana, radicada en Buenos Aires, regresa (como lo van marcando elípticamente las primeras escenas) a Paraná, su ciudad natal, atraída y convocada por diferentes motivaciones: una reunión de egresados, una pendiente operación inmobiliaria, pero sobre todo, y el que el film describe como el auténtico móvil, el reencuentro con aquel amor, Mariano, que va instalando a partir de ciertos interrogantes y de una vaga silueta, la construcción de ese otro personaje que en el diálogo a generarse siempre quedará en un imantado fuera de campo.

Lo que numerosos films han transformado en extensas especulaciones sobre el amor, Ana y los otros lo desplaza hacia la mirada del segundo sustantivo del título; planteándose en una suerte de continuum temporal que ahonda la densidad de cada instante, pero que evita situaciones explicativas, trazando la confluencia no resuelta de puntos de vista de una generación de jóvenes, en un trayecto que cubre y marca las distancias en diferentes puntos geográficos de la misma provincia. Debieron pasar casi dos años y medio para que este film encontrase un lugar en la cartelera (tal como aconteció con la recomendable El cielito de M. V. Mena), después de haber obtenido el aplauso de la crítica en numerosos festivales internacionales.

Con un tempo que instala un concepto de duración cercano al cine europeo y argentino de los 60, sin llegar a que un colorido naturalismo se apodere del plano, el film de Celina Murga apuesta a plantear un desafío entre las presencias y lo ausente, entre lo que se nombra y lo que se desconoce, y a partir de un recorrido sobre la superficie de las cosas cotidianas; pero que -como en el film Whisky- apuntan a insinuar algo que permanece en la zona de lo no resuelto y de lo difícilmente alcanzable. En su recorrido Ana escuchará pequeñas mentiras, será celada por coartadas que la quieren retener, deberá fisgonear clandestinamente la agenda del joven que tal como ella, cerca de los 30 años, la desea.

Uno, nosotros, los otros: términos que en el film de Celina Murga construyen un espectador que reflexiona, e igualmente participa, de una búsqueda que permite hacer despertar nuestras propias búsquedas personales. Y desde la resonancia del nombre propio se va dilatando cada instante según la propia vivencia interna de su protagonista, que transforma escenarios olvidados en una sucesión de voces que preguntan.

Hay momentos de lección cabalmente aprendida del cine de Francois Truffaut y de los directores iraníes, particularmente, de Abbas Kiarostami en la manera de la composición del plano y en el acercamiento hacia el mundo de los niños, ese mismo juego y forcejeo de acercamiento y lejanía que la intriga de la historia va proponiendo. Sobre la historia de Ana poco conocemos. Desde el inicio ya, sin aún presentarla, una mirada recorre los campos, el túnel subfluvial y sólo al llegar a la estación sabremos que es ella. Una construcción parcial de una identidad, que en su búsqueda, en su sostenida trayectoria, va armando otra, en el cruce de su mirada y la de los otros.

Lejos de la postal de recuerdos de viaje, la ciudad de Paraná y zonas vecinas adquieren una impronta melancólica y al mismo tiempo una mirada atenta recupera en inusual sincretismo voces y matices cromáticos, espacios soleados y calles desérticas. En el tramo final de su búsqueda, un niño la aguarda. En los días previos al Carnaval, en el ansioso resonar de la idea de armar una murga barrial, el niño que ahora la acompaña, desde sus más espontáneas observaciones nos abre a nosotros, espectadores, puertas y ventanas sobre la misma realidad de todos los días. En esa secuencia final, Ana junto al niño nos propone un juego, marcado por la ingenuidad, la seducción, la expectativa. Admirables y sublimes instantes que parten de una sencilla pregunta (¿qué le dirías?). Como tal vez, frente a lo que está latiendo y no se manifiesta, Ana lo podría llegar a plantear frente a su hombre amado.

Se llama Mariano. Alguna vez fueron novios. El trabaja de periodista en un diario local. El viaja como ella. Se cruzan. El en su búsqueda de noticias viaja. Como lo está haciendo ella ahora. Su contestador no puede recibir más llamados. Para los espectadores es una silueta que fuga. Pero será el niño quien le permitirá a Ana llegar a esa puerta. Y ese niño partirá frente a sus ojos llevando ahora su deseado tambor. Será esa puerta a la que hay que acercarse para comenzar a intuir cómo continúa esta historia. La vemos desde la plaza de enfrente.

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