CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. MUESTRA ENTRE CENTENARIOS, SOBRE LA CONFIGURACIóN DEL ARTE NACIONAL EN ROSARIO
Una parte de la exposición curada por Pablo Montini y María de la Paz López Carvajal se exhibe en el museo Castagnino, y otro capítulo en el Histórico Julio Marc. Abarca desde 1910 a 1925, establecido como centenario de la ciudad.
› Por Beatriz Vignoli
Un público escaso pero ilustre, proveniente del Cabildo Abierto del Arte que tuvo lugar casi simultáneamente en Rosario, afluyó el viernes bajo una patriótica lluvia a contemplar los tesoros del depósito del Museo Castagnino y de otras colecciones que, con rigor histórico y cuidado patrimonial supremos, los curadores Pablo Montini y María de la Paz López Carvajal dan a ver al público en la primera parte de la gran exposición de tesis titulada Entre centenarios: el arte "nacional" en la configuración del campo artístico rosarino. 1910 1925. Auspiciada por el Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe a partir de una idea y un proyecto de Pablo Montini, la muestra exigió un formidable trabajo de restauración en el que participaron, como conservadores y restauradores, el IICRAMC y el departamento de Conservación del Museo, dirigido por Ana Suiffet. El montaje fue de Sebastian Morselli y Joel Romero, con diseño de Daniela Quintero y diseño expositivo de Raúl D'Amelio.
Lo que se podrá ver hasta el 13 de septiembre en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino es apenas la mitad de esta exposición; el otro "capítulo" se inaugurará el viernes en el Museo Histórico Dr. Julio Marc. A lo largo de estos meses, habrá visitas guiadas con los curadores (los jueves 24 y 1; llamar a los teléfonos 4802542 o 4802543 los días lunes, miércoles, jueves y viernes de 14 a 20 e inscribirse) y otras actividades tales como conferencias y visitas a instancias clave del patrimonio arquitectónico y decorativo: un mural y una mansión que son representativos del período. Éste se extiende entre el centenario nacional y el de la ciudad (fijado convencionalmente en 1925) y abarca la fundación del Museo Castagnino hace casi exactos 90 años, en enero de 1920, siendo Nicolás Amuchástegui el presidente de la Comisión Municipal de Bellas Artes. Fueron años cruciales para la formación del patrimonio público y privado local, construido mediante las adquisiciones y las recepciones de donaciones de dicha Comisión y de la Asociación Cultural El Círculo, fundada en 1912. Ambas (junto a al Bolsa de Comercio) fueron instituciones pioneras en el ejercicio de la responsabilidad sociocultural de la entonces pujante burguesía.
En 1917, al mismo tiempo que inauguraba en el Parque Independencia el monumento a Ludwig van Beethoven que le había comisionado a Erminio Blotta, El Círculo abría el I Salón de Bellas Artes. El original de su catálogo (con hermoso diseño en estilo simbolista ecléctico por José Gerbino) puede verse en la primera sala de la muestra, junto con otros documentos de época. Allí está también la carta con que Enrique Prins agradece de puño y letra la medalla de oro que le fuera otorgada por un "Interior" de 1919 en el IV Salón de Otoño de 1920. El "Interior" asombra por su conjunción de composición clásica y colorido postimpresionista, que contrasta con la tinta desvaída del caballeroso gesto del autor. El interior era un género emblemático, revelador de la arquitectura y del gusto de la época. Aclaran los curadores, en diálogo con Rosario/12, que salvo por esta obra no pudo estar representado por falta de espacio. Hubo que sacrificarlo a otras instancias como las esculturas, que evidencian una intención estética modernizadora, y los paisajes serranos cordobeses y del Noroeste, materialización plástica de la imagen que el Centenario tenía de lo nacional.
Así, a una magnífica serie de gauchos aindiados por Carlos Ripamonte, Carlos Bazzini, Jorge Bermúdez et al, a la que suman ternura los estudios de animales campestres por Luis Cordiviola (sorprende por su síntesis un tríptico de Alfredo Gramajo Gutiérrez, mientras que dos pequeños dibujos de 1916 Cesáreo Bernaldo de Quirós retratan tipos étnicos criollos) le sigue una deslumbrante sala de estudios de cielos, que parecen envolver al espectador con sus nubes caprichosas y vastos espacios radiantes. Allí la paleta luminosa de Angel Vena, Walter de Navazio, Italo Botti, Gregorio Lopez Naguil, Atilio Malinverno, Angel Vena y Arturo Marteau (junto a un casi psicodélico Octavio Pinto y un irreconocible Antonio Berni) contrastan con los tonos más intensos y la poética postimpresionista de un crepúsculo de Alfredo Guido. O con los de Fernando Fader, cuya serie La vida de un día se expone completa junto a la historia de cómo esta obra de 1917 llegó al Museo.
El gusto simbolista es representado en pintura por El libro de poemas, un interior con figura al óleo, denso en misterio tardorromántico, de la poeta y pintora Emilia Bertolé, y por el cautivante Nocturno que Martín Malharro pintó en 1909 y la Comisión adquirió después de su muerte. Capítulo aparte merecen las esculturas: excelentes obras de Fioravanti, Lamanna, Yrurtia, Alberto Lagos, Héctor Rocha, Perlotti, Rovatti Riganelli y Gerbino se lucen junto al pionero Erminio Blotta (1892 1976), cuya Ansia de luz (c. 1919) fue, según Montini, la favorita del público en la noche del viernes. Al fin se hace justicia a una bellísima escultura impresionista que, habiendo obtenido el premio adquisición en el Salón de Otoño de 1922, le fue devuelta en 1923 a su autor por Castagnino a raíz de un turbio malentendido. Juan B. Castagnino falleció al año siguiente, quedando inconcluso el retrato que había empezado a pintarle Alfredo Guido, el cual no obstante se exhibió en el Salón de 1925; hoy puede vérselo en la sala donde culmina la muestra, junto a otros espléndidos retratos de Guido. Ese mismo año, en su nota del diario La Nación, Blotta recapitulaba la historia del arte local, dando noblemente (pese al grave disgusto personal) un lugar merecido a la labor de Castagnino como coleccionista del arte argentino. Y es que basta con leer la procedencia de gran parte de estas obras (muchas fueron donadas al Museo por la madre de Castagnino, Rosa Tiscornia, o las prestó para la muestra la familia) para dimensionar el papel fundacional de aquel joven rubio de serios ojos azules, cuyas manos son un manchón ominoso en el retrato final de 1924 por Alfredo Guido.
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