CULTURA / ESPECTáCULOS › "EL RETRATO: MARCO DE IDENTIDAD" EN EL CASTAGNINO
A los retratos provenientes del Museo Nacional de Bellas Artes de, se suman en esta versión local más de medio centenar de obras pertenecientes a la colección Museo Castagnino/ MACRO.
› Por Beatriz Vignoli
El viernes pasado, en el Museo Municipal Juan B. Castagnino, quedó inaugurada la muestra El retrato: marco de identidad. A los cincuenta retratos provenientes de la muestra que organizó recientemente el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires con obras del patrimonio de dicho museo, se suman en esta versión local más de medio centenar de obras pertenecientes a la colección Museo Castagnino/ MACRO, ampliando aún más la mirada renovadora que fue planteada originalmente como objetivo de la muestra.
La curadora del Museo Nacional de Bellas Artes, María José Herrera, organizó el recorrido en seis núcleos temáticos, a los cuales el equipo curatorial local le añadió un séptimo, "Otras miradas sobre el retrato".
Entre las diversas obras de esta última sección, los autorretratos fotográficos de espaldas enmarcados en vidrio blindex baleado de Oscar Bony comparten cartel con el emblemático carrito de ciruja o de cartonero que forma parte de la obra "Recolecta" de Liliana Maresca. Y es que un objeto u objetos (posesiones, armas, herramientas, trajes) pueden, tanto como un gesto de su fisonomía o una actitud corporal suya, retratar a un sujeto y decir quién es, contar qué hace, o incluso comentar algo sobre su época.
El retrato, en tanto género, presupone convenciones y también innovación, no sólo por fuera sino en el interior mismo del planteo convencional. Así, en la sección "El poder y su imagen", la curadora señala cómo al pintar una célebre efigie de Rosas (sorprendentemente pequeña) Carlos Enrique Pellegrini elige el perfil propio de los emperadores romanos en las monedas imperiales; mientras que el coleccionista Juan B. Castagnino, impulsor de este patrimonio local, es retratado por Alfredo Guido como un gran señor burgués de semblante reservado y discreta elegancia.
Es fuerte el contraste con la sección "El espejo", donde artistas locales y nacionales, al "reflejarse" a sí mismos y entre sí, compiten en expresividad (de los rasgos, de la mirada) pero sin apartarse demasiado de las formas académicas. Estas son: retrato con ventana, reemplazada por el cuadro o los bocetos en la fórmula tópica del artista en su taller, paleta y pincel en mano; o bien el joven artista bohemio o dandy (con corbata moñito, de tres cuarto perfil, mirando al futuro, hacia la derecha del cuadro), o bien el artista maduro (de perfil, mirando hacia la izquierda del cuadro ya desde la posteridad).
Se destaca en el envío del MNBA un enorme autorretrato simbolista de Miguel Carlos Victorica, al pie de un crucifijo y señalándose el corazón con el pincel en un gesto que remite al arte religioso románico, pero cuyas curvas en arabesco prefiguran la "Nueva figuración" de Macció, Noé y Deira, estilo que también se halla representado.
Sorprenden también, por su intensidad, algunas raras instancias de
neoexpresionismo, especialmente el "Autorretrato con la nariz quebrada" de Marcia Schwartz.
Las dos salas de "Las edades" se centran principalmente en figuras de mujeres o de niñas, y en retratos familiares o étnicos. Dos óleos de Ramón Gómez Cornet representan al mismo par de chica y chico santiagueños: el que proviene del Buenos Aires es de 1927 y caricaturiza los rasgos
aindiados de la muchacha; el que está en Rosario, en cambio, les otorga a los personajes una mayor dignidad en la medida en que -sin que deje de
vérselos como santiagueños- las proporciones de sus rostros se amoldan alcanon clásico.
Curiosamente, es la sección de fotografías la que con más insistencia se aferra al mito fisonomista de que los personajes destacados tienen que tener algo especial capaz de manifestarse en su cara, ya que los ojos son el espejo del alma. Mito que felizmente naufraga en el retrato de Borges por Sara Facio.
Las secciones "El otro" y "¿Retratos?" proponen posibles límites del género retrato tanto desde sus sujetos, que pueden no ser humanos (es retrato el de un perro, una mascota) como desde sus modos de representación: rostros no reconocibles, figuras de espaldas.
Pero lamentablemente, y en especial en lo que al patrimonio local respecta, la selección de la muestra se resiente por el hecho de que sólo abarque obra de dos museos, y no añada nada proveniente de otras colecciones institucionales. Por ejemplo, en la magnífica sala de retratos mutuos por Augusto Schiavoni y Manuel Musto, es de lamentar la ausencia
del autorretrato de Schiavoni de la colección Amigos del Arte.
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