Sáb 01.04.2006
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › "LA MUJER DEL OTRO", DOCUMENTAL DE MONICA DISCEPOLA

Historia de dos soledades

En este cortometraje, film que marca el debut cinematográfico de la directora teatral rosarina, dos presencias se encuentran para desandar una historia que los une y a las vez los separa.

› Por Emilio Bellon

El rodaje fue a principios de enero. Tres intensas y por momentos prolongadas noches, dominadas por una temperatura que, involuntariamente, despertaba repetidos comentarios. Fueron tres noches en las que un acariciado proyecto fue germinando. Algunas reescrituras y reuniones con los integrantes del equipo permiten conocer hoy esta obra, esta ópera prima de Mónica Discépola, una docente, actriz y directora teatral de larga trayectoria en esta ciudad.

El nombre del film es La mujer del otro. El guión parte de un cuento de Abelardo Castillo que aparece en el sumario de El espejo que tiembla. El relato era la oportunidad, casi la excusa para que la historia de dos soledades y una búsqueda compartida asumieran un diálogo de implícitos en primeros planos.

En una función especial que tuvo lugar la semana pasada, los allí reunidos intentábamos recuperarnos de los 17 minutos 20 segundos que dura la mujer del otro. La fuerza dramática de una historia íntima, narrada desde un montaje que apela, que interroga al espectador sobre lo ausente y sobre la posibilidad de reconstruir desde los desvanecidos recuerdos y mediante la presencia viva de los objetos, fragmetos de una existencia perdida.

¿Quién es, ante la mirada de estos dos hombres ahora, la figura de esa mujer que alguna vez compartió con cada uno (en distintos o paralelos momentos), un retazo de pequeña felicidad? Desde la asordinadas presencias de dos personajes que en el texto de Castilo no tienen nombres propios, el film de Discépola apunta a poner en escena a aquélla mujer, a través de un discurso entrecortado, situaciones veladas y, sobre todo, a partir de una pieza de Haëndel, que pasa a incrustarse en el relato como un pasajero que en su andar, dibuja un enigma.

Es de noche. Y la casa allí, espera. Un hombre de mediana edad, rol que asume un ensimismado Miguel Franchi, tras dirigirse al espectador (invitando a descubrir con él otro escenario), decide cruzar un umbral, espacio que marca y que abre simultáneamente, las puertas silenciosas de cierto rincón del pasado.

Entonces todo se vuelve inestable; en el aire se palpa la tensión de los sonidos del verano y tras un instante, la voz de un hombre, un par de ojos huidizos, se hacen presente tras las persianas. El hombre, que tal vez esperaba ansioso este instante, ese que es todavía una voz sin cuerpo, es David Edery.

Y ahí están, frente a frente. Y el nombre de Carolina pendulando entre los celosos instantes que cada uno compartió con ella. En las atmósfera de una luz pudorosa, una luz que transmite la fuerza de lo perdido, los dos descubrirán algo más de sí mismos. Aquí, la iluminación de Pablo Grassi desoculta una zona de lívido realismo entre las paredes de una olvidada cocina de otros tiempos.

Como esos dados que esperan una mano para anunciar la voz del Destino, los dos personajes están planteados en el relato como piezas de una obra de teatro de cámara, tal como el hoy muy olvidado filósofo del cine, Ingmar Bergman, escenificaba los dramas de sus criaturas. Es desde esta apreciación que pienso se puede valorizar en mayor medida la significación de un montaje visual y sonoro que nos permite acceder a la dimensión más existencial de cada plano, notable planificación a cargo de Ernesto Figge.

En La mujer del otro el plano nos devuelve el trazado y los motivos de obras pictóricas --para citar un momento, Cezanne-- y el film se va armando frente a los ojos del espectador, construyendo frente a nuestra mirada un escrito. De ahí que podamos pensar la grafía de una vieja máquina de escribir como una señalador de que la pieza se está gestando ante nosotros. Y en tal caso, los dos siguientes actos de mirar a la cámara tienen la particularidad de traer a nuestro presente los hechos del pasado.

El film de Mónica Discépola, que traduce un gran profesionalismo, recupera otra manera de contar desde los rostros y objetos, desde el carácter alusivo y metonímico de la obra de arte, desde lo que no se termina de revelar. En tal caso, traigo al papel, una de las observaciones que escuchábamos aquélla noche de la visión del film, y es la que pertenece a la secretaria de Cultura, Chiqui González: "... y es que debieron atravesar una mujer para encontrarse".

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